Desde un enfoque tradicional, se concibe a la Guerra como un acto de fuerza que tiene el fin de obligar a nuestro enemigo a hacer nuestra voluntad. En cuanto a los medios supone el empleo de elementos de fuerza, mientras que el objeto es imponer nuestra voluntad al enemigo. En este tenor, el instrumento militar es esencial en el esfuerzo de lucha, su empleo deriva en destrucción y derramamiento de sangre.
Esta forma de entender el conflicto bélico se funda en los postulados de Carl von Clausewitz en De la Guerra, texto crítico en el estudio de las Ciencias Militares en Occidente y Oriente. En base a esta definición, y la historia de los conflictos desde la paz de Westfalia, es que se desarrolla el ámbito de las Relaciones Internacionales y el Derecho Internacional, a partir de un incansable trabajo por limitar la acumulación de armamentos y las condiciones de empleo. Al respecto, destacan notables esfuerzos por institucionalizar la paz, por ejemplo, por medio de la creación de una serie de organismos internacionales, tribunales de justicia internacional y un consistente andamiaje de acuerdos y tratados bilaterales y multilaterales, tendientes a promover la construcción de confianzas, transparentar políticas de defensa, y la generación de mecanismos de resolución pacífica de controversias.
Sin embargo, hace poco más de quince años, irrumpe una interesante propuesta desde China, de la mano de Qiao Liang y Wang Ziangsui, quienes plantean en Guerra Irrestricta que la Guerra es un proceso que supone el empleo de todos los medios, incluyendo la fuerza armada o no armada, militar y no militar, y medios letales y no letales, para obligar al enemigo a aceptar los intereses propios. En oposición a la visión tradicional de la Guerra, desde esta nueva perspectiva el objeto es controlar al adversario. Los medios son todos aquellos que permitan alcanzar el objetivo planteado, no están limitados al empleo de las armas. Como trasfondo, entendiendo que el conflicto bélico es un acto cruel que se caracteriza por la compulsión, se redefine también la violencia al extender los dominios de la seguridad, lo que permite incorporar elementos no-militares en el esfuerzo de lucha. Con ello, se abandona la cultura de la destrucción, aunque se mantiene la intención de hacer daño.
Desde este nuevo enfoque, se hace más difícil identificar la escalada en un conflicto o incluso el inicio mismo de una guerra, y será imposible medir su intensidad contando la cantidad de muertes y víctimas. Faltan años aún para comprender la profundidad e implicancias de este nuevo prisma. Probablemente el hito más significativo en este sentido proviene de la crisis en Ucrania y la anexión de Crimea por parte de Rusia en febrero de 2014, teniendo en cuenta que en una operación de apenas 20 días, Moscú consigue su objetivo con plena libertad de acción, sorprendiendo a la comunidad internacional, que queda sumida en el inmovilismo.
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