En Estados Unidos y otras naciones democráticas, el discurso sobre la desigualdad racial, la justicia social y otros asuntos dominan una cultura política crecientemente divisiva y polarizada.
Como se lee en un artículo del National Review: “Los estadounidenses se han acostumbrado cada vez más a la visión de que la [orientación] política de una persona está determinada por su identidad racial, étnica o de género”.
Los discursos de izquierda prevalecientes plantean formas apropiadas de políticas de identidad en oposición a fenómenos sociales, tales como el racismo, el sexismo o la represión percibida sobre minorías por grupos que se considera poseen privilegios y poder indebidos.
Pero a pesar de la declarada oposición a estas cosas, el activismo y la agitación política basada en la identidad de grupo en efecto causa y alienta a la gente a ver y juzgar a otros según su género, su color de piel y otros atributos sociales con carga política –lo que irónicamente causa que se conviertan en los discriminadores contra los que se manifiestan.
Las manifestaciones viscerales de las políticas de identidad pueden ser comprobadas en una reciente ola de incidentes violentos en los que miembros del grupo extremista de izquierda “Antifaschistische Aktion” (Antifa) y otros radicales chocaron con grupos de manifestantes, entre los cuales se encontraban activistas conservadores y pequeños grupos de supremacistas blancos.
Lucha dialéctica
Más allá de la raza, el género u otras nociones de agrupaciones sociales y políticas, las políticas de identidad tienen raíces comunes con la idea marxista del materialismo dialéctico y la lucha de clases.
El materialismo dialéctico es una teoría para entender toda la política, la historia, la cultura y los fenómenos naturales como un proceso de continuo conflicto y lucha.
Como se explica en un artículo anterior de La Gran Época, “la dialéctica comunista observa varios asuntos en la sociedad, identifica sus polos opuestos, y entonces toma sus inversiones como los puntos de vista comunistas, lo que después promueve como algo absoluto e incuestionable”.
Los líderes comunistas como Vladimir Lenin y Mao Zedong se apoyaron mucho en esta teoría para tomar el poder político y establecer los dos regímenes más asesinos del mundo, los Partidos Comunistas Soviético y Chino. Estos movimientos utilizaron el resentimiento presente en la clase trabajadora y fueron catalizados por el trauma de las derrotas militares de sus países de acogida.
Luego de asumir el poder, los comunistas soviéticos y chinos lanzaron campañas contra clases de personas acusadas de ser opresores, tales como terratenientes, paisanos “ricos”, la nobleza y el clero. Decenas de millones de personas fueron asesinadas como resultado de estas políticas de identidad.
En la Alemania Nazi, Adolf Hitler usaba las políticas de identidad para pintar judíos, europeos del este y otros grupos étnicos y religiosos como inherentemente incompatibles con la prosperidad y supervivencia de la nación alemana de raza aria.
“Excluir el medio”
Al equiparar individuos con su raza o grupo social, los académicos y activistas que se involucran en las políticas de identidad hacen juicios de tinte ideológico y propensos al extremismo sobre su carácter moral, acciones e intenciones.
Mientras que ni el comunismo ni el nazismo fueron capaces de arraigarse en la sociedad principal estadounidense, la socialista Escuela de Frankfurt de sociología, adquirió importancia en la comunidad académica de EE.UU. durante la posguerra.
El concepto de “teoría crítica” iniciado por académicos de la Escuela de Frankfurt expandió el dogma centrado en economía del marxismo clásico para incluir provisiones para buscar y exacerbar contradicciones a lo largo de todas las facetas de la sociedad y la experiencia humana.
En su trabajo “La Dialéctica y la Lógica”, el teórico marxista Georgi Valentinovich Plekhanov sostuvo que la dialéctica comunista sigue las tres leyes de identidad, contradicción y “excluir el medio”.
Décadas luego de que la Escuela de Frankfurt comenzara su trabajo transformativo, la intencional falta de matices en el discurso político y en el activismo contemporáneo de EE. UU. es demasiado evidente. En la elección presidencial de 2016 de EE.UU., la candidata al Partido Democrático Hilary Clinton encasilló a los partidarios de su rival Donald Trump, como “deplorables”; la crítica hacia Trump antes y después de su victoria estuvo caracterizada por disturbios políticos violentos y slogans envenenados de obscenidad.
Para el activista político con orientaciones de identidad, Trump, su gobierno y sus partidarios han sido etiquetados con rótulos políticos de racismo, sexismo y otros. Al vincular a sus opositores políticos con términos absolutos y moralmente negativos, grupos como Antifa y sus seguidores han sido manipulados para ver a las formas violentas e incivilizadas de política (como demostraron los totalitaristas del pasado) como una obligación ética y política.
La sabiduría tradicional como se representaba en las enseñanzas de sabios antiguos como Jesús, Confucio y Buda llaman a un camino del medio hacia la elevación moral. Al desechar esta herencia, las políticas de identidad y la dialéctica comunista que las inspiró son presagios de lucha y discordia.
Las opiniones expresadas en este artículo son las opiniones del autor y no necesariamente reflejan los puntos de vista de La Gran Época.
Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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