Anastasia Lin, la actriz canadiense de 25 años de edad coronada como Miss Mundo Canadá, ha estado en casi todos los titulares la semana pasada después de no recibir la carta de invitación, y luego tampoco la visa, para ingresar a China y así participar de las finales del concurso, las cuales se llevarán a cabo en la glamorosa ciudad de Sanya, en la isla de Hainan.
Anastasia protagonizó varios films que describen violaciones de derechos humanos en China, habló en el Congreso de EE. UU. y es practicante de Falun Gong, una disciplina de meditación y principios morales que es brutalmente perseguida en China desde 1999.
El choque (“La Bella vs. el Partido”, como lo describió un periodista) captó la atención del mundo. Aparte del atractivo obvio de la historia –la idea de una reina de belleza vetada de un concurso porque un gobierno objeta su activismo es a la vez alarmante, entretenida y ridícula– hay un mensaje más profundo por debajo de la superficie sobre el lugar que ocupa en el mundo la República Popular China.
El mensaje es que el Partido Comunista está feliz de unirse a instituciones mundiales, siempre que dichas instituciones se adaptan a las necesidades políticas del Partido Comunista. Es una exigencia directa, y en buena parte refleja las exigencias que éste le hace al pueblo chino. El activista Guo Feixiong, que acaba de ser condenado a seis años de prisión, nunca habría acabado en un calabozo frío y húmedo sin ver la luz por 800 días, por ejemplo, si simplemente hubiera hecho lo que el Partido esperaba de él.
El castigo para los actores internacionales toma otras formas –en su mayoría económicas– pero el principio es el mismo. En el mundo ideal del Partido, el castigo no es siquiera necesario: todos simplemente se alinean a las necesidades del Partido, no desafían ni cuestionan, sino que mantienen un apoyo leal, parecido a los ocho partidos menores en China que conforman el “Sistema de Consulta Política y Cooperación Multi-partidaria” (¡bajo el liderazgo unificado del PCCh!)
Estas ideas han sido exploradas en una extensión maravillosa y erudita por Christopher Ford (entre otros), en sus libros y conferencias. Un extracto:
El foco central de la política de la RPC es entonces la maximización del poder en cuanto a que esto implica la maximización del estatus, y por lo tanto también la solidificación del rol de guía mundial para China como el centro de todos los asuntos humanos. Los funcionarios chinos son notablemente francos sobre esto. “Los países con valores culturales poderosos”, se dice, “…los exportan a todo el mundo, y los países con poco atractivo cultural tienen que aceptarlos”.
Y a medida que crece el poder de China, se espera que Beijing hable con más autoridad en el mundo, y utilice esta autoridad para moldear el “mundo armonioso” que desea. Los funcionarios chinos se han puesto el objetivo de “controlar el discurso” en el escenario internacional al imponer su propia agenda de “establecimiento del mensaje y de la agenda” en los asuntos globales, ganando para la RPC lo que ellos llaman el “control del discurso” para toda la comunidad humana como un componente del tan anticipado “retorno” de China a la grandeza.
En otro artículo, Ford evoca su experiencia al participar en un foro con pensadores del Ejército Popular de Liberación:
En lugar de ser una decisión o gestión entre posturas rivales en un mundo pluralista, los participantes del EPL parecían ver que la prevención de conflictos internacionales y la aseguración de la “confianza” futura apunta principalmente a evitar que las posturas rivales siquiera se formen o se pronuncien –específicamente, obteniendo la validación de otros y un acuerdo sobre las posturas de China y su narrativa sobre sí misma en el mundo. En esta concepción del orden esencialmente monista, identificar y lidiar con diferencias en un marco de intereses en conflicto quedó al margen con respecto a la construcción de una jerarquía moral entre jugadores estratégicos, y como resultado los intereses no deberían tener que competir en absoluto. (Los participantes no debían ser homogeneizados, pero sí ser “armonizados” al encajarlos en una pendiente de estatus dentro de un solo sistema de orden moral jerárquico, cuya aceptación es un prerrequisito para la “confianza” y que de hecho produciría un comportamiento pacífico y ordenado).
Hay un pensamiento final para agregar a esto, el cual explica por qué, sin importar el costo en las relaciones públicas, el método es completamente necesario.
Simplemente consideremos la alternativa. Hollywood tendría permitido hacer películas sobre cualquier aspecto de la China moderna que quiera; los periodistas extranjeros (y los chinos) podrían informar sobre China sin obstrucciones ni censura; Anastasia Lin podría participar en el concurso de Miss Mundo en Sanya y hablar de lo que quiera.
En cada caso las mentiras del Partido Comunista quedarían al descubierto: que después de todo, China no es un Paraíso Popular; que un gobierno que absorbe, canaliza y controla tantos recursos sociales es más que responsable por las consecuencias de los problemas que resultan; que Falun Gong no es la amenaza a la sociedad que dice el Partido, y que la persecución está mal. Fundamentalmente, el libre debate y la información -¿sería muy anticuado decir simplemente ‘la verdad’? – expondría y desharía la bases para el reclamo de legitimidad del Partido.
Incidentes como el de Miss Mundo Canadá sólo se destacan porque son brechas en este sistema maravilloso. Si la participante de Canadá se enfocara en exponer la violencia doméstica en vez de la persecución en China, no estaríamos siendo recordados del tipo de sistema que el Partido Comunista Chino imagina, y se esfuerza por crear, para todos nosotros. Cuando se trata de China, celebremos las brechas.
Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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