La naturaleza extendida de los asuntos tratados durante la visita del presidente chino Xi Jinping arrojó luz, una vez más, sobre la cuestión de la influencia política y social de Pekín en los Estados Unidos. El 6 de octubre próximo-pasado, la Fundación Heritage (Washington, D.C.), en conjunto con el Instituto Project 2049, co-patrocinó un evento público, intitulado ‘Operaciones e Influencia: la Guerra Política China en el Este de Asia y más Allá’.
El evento consistió en un panel de expertos en política internacional pertenecientes a la Fundación Heritage y de Project 49.
Las ‘tres guerras’ de China
El panel concluyó que la influencia sociopolítica china a nivel regional y global no remite a un accidente. El surgimiento de China en el escenario mundial se ha caracterizado por un patrón de maniobras estratégicas y psicológicas. El patrón de referencia es parte de un esfuerzo de guerra política mucho más amplio, que se conoce como el de las ‘tres guerras’;psicológica, legal, y en la opinión pública.
A través de una variedad de métodos, los chinos han buscado ganar influencia sobre la mente de sus oponentes. Con influencia sobre la perspectiva que exhiben naciones e individuos, China puede, efectivamente, crear condiciones sociales y culturales que operan en sintonía con los objetivos del Partido Comunista Chino y los objetivos militares de la nación. En tanto la naturaleza estratégica de las operaciones de influencia chinas se erigen en un proceso que, en esencia, es supervisado por los militares y el régimen chino, los agentes que encaran estas maniobras no están limitados a actores estrictamente estatales.
Poder percibido
Los actores no-estatales exhiben un rol importante en las operaciones de influencia chinas, particularmente en aquellas operaciones orientadas a formar la percepción que los Estados Unidos tienen de la República Popular. Un ejemplo de esta dinámica se corresponde con el evidente éxito de las operaciones de influencia chinas en la percepción que los estadounidenses tienen de la capacidad china para la guerra cibernética. El régimen chino ha negado toda acusación que vincule a su país con cualquier involucramiento oficial actividades de piratería informática contra los EE.UU..
Más allá de la posibilidad de que tales ataques sean operaciones militares sancionadas oficialmente, o que se trate del trabajo de actores estatales, el régimen chino -intencionadamente- ha generado un temor real a los ciberataques en la psique americana. La siempre presente amenaza del hacking y los ciberataques originados en territorio chino pueden erosionar la sensación de seguridad de los Estados Unidos. La pasada década, que registró incontables ataques cibernéticos contra pequeñas y medianas empresas, y los ataques informáticos contra grandes compañías privadas y el gobierno federal han dejado a los ciudadanos estadounidenses preguntándose: ‘¿Nos encontramos seguros en verdad?’.
El poder percibido puede ser tan efectivo como el poder real. Al final del día, las capacidades chinas en materia de guerra cibernética son ampliamente desconocidas. La capacidad de la República Popular China en este sentido puede empatar la percepción de temor americana pero, nuevamente, podría suceder lo contrario. Allí reside el éxito de las operaciones de influencia chinas.
Hacia una respuesta adecuada desde los EE.UU.
La primer respuesta ante las operaciones de influencia chinas es clara: Estados Unidos no puede pretender ganar un juego que se rehúsa a reconocer.
Mientras el involucrarse en operaciones para contrarrestar acciones psicológicas podría resultar exitoso, un buen comienzo para EE.UU. podría, simplemente, reconocer la realidad de las operaciones de influencia chinas contra los Estados Unidos y sus intereses. El poder Ejecutivo y los legisladores necesitan trabajar para identificar los síntomas de las operaciones de influencia chinas, y tomar medidas reales para garantizar que tales operaciones no alcancen los objetivos propuestos.
Tras reconocerse la amenaza, Estados Unidos debería adoptar una posición de firmeza contra las actividades chinas, a través de una política exterior más robusta, y no solamente respaldarse en acuerdos bilaterales, a los efectos de resolver problemáticas de seguridad. La Administración Obama ha fallado a la hora de sentar un precedente necesario de fortaleza en las interacciones emanadas de la política exterior americana, dañando aún más la sensación de seguridad de EE.UU., e incrementando la efectividad de las operaciones de influencia chinas.
Convencer a China para cesar en la ejecución de lo que se discute como su más exitosa (y lucrativa) operación de influencia demandará acciones concretas e implementadas con vigor. La alternativa de incrementar la presión en el Partido Comunista Chino a través de sanciones específicas, o bien el desplazamiento de fuerzas navales estadounidenses en el Mar del Sur de China, podrían enviar señales claras al gobierno de Pekín, frente a que EE.UU. no permitirá que la amenaza cibernética continúe.
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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