Al realizar la mayor incineración en la historia de este material, Kenia lanzaba un mensaje firme a los cazadores furtivos: «el marfil solo tiene valor en un elefante«.
Como estrategia comunicativa fue brillante, permitiendo a Kenia promover un enfoque que combina la militarización creciente de la lucha contra la caza furtiva y una persecución firme en el plano judicial.
«Aún nos queda un inmenso camino a recorrer, pero el nivel de toma de conciencia política es notable respecto al pasado», asegura a la AFP John Scanlon, secretario de la Convención Internacional sobre el Comercio de Especies Salvajes Amenazadas (Cites).
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La toma real de conciencia comenzó hacia el año 2010, cuando la recrudescencia de las masacres de elefantes y rinocerontes, celebridades como el príncipe Guillermo de Inglaterra hicieron de este tema una causa personal.
También por esa época, gobiernos y oenegés entendieron que había que caminar hacia la prohibición total comercio de marfil.
En 2016 abundó en signos positivos en la lucha contra el tráfico de especies salvajes, una cuestión que figura desde este año en el informe de la Oficina de la ONU contra la droga y el crimen.
Incluso si el debate sobre los medios para luchar contra la caza furtiva de elefantes no ha terminado, las oenegés celebraron la negativa de la Cites a conceder a Namibia y Zimbabue una autorización especial para vender «su» marfil al extranjero para financiar programas de protección de estos animales, estimando que ello podría alimentar el tráfico.
Aunque la atención mediática recaiga en especies emblemáticas como los elefantes, hay que recordar que al proteger al paquidermo, «todas las especies que viven en ese hábitat salen beneficiadas», recuerda Kelvin Alie, alto responsable del Fondo Internacional para la Protección de los Animales (Ifaw).
60.000 dólares el kilo
Según el Banco Mundial, las donaciones internacionales destinadas a combatir el tráfico de especies salvajes oscilaron entre 200 y 300 millones de dólares entre 2013 y 2016, frente a los 25 millones de 2010.
Pero «que se hayan logrado algunas victorias en algunos lugares no significa que todo vaya bien», matiza Mark Gately, de la ONG Wildlife Conservation Society. «Si no redoblamos los esfuerzos, vamos hacia la catástrofe».
Las poblaciones de elefantes son relativamente estables, e incluso van en aumento, en países como Sudáfrica, Botsuana, Uganda, y en ciertas partes de Kenia, Zambia o Zimbabue, pero el continente africano perdió en la última década 111.000 especímenes, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), que calcula la población total actual en 415.000 ejemplares.
Mientras, la masacre continúa al vertiginoso ritmo de 30.000 elefantes por año. El kilo de marfil puede alcanzar los 60.000 dólares.
La Cites estima que el tráfico de especies supone 20.000 millones de dólares anuales, lo que lo convierte en el cuarto tipo de comercio ilegal del planeta, solo por detrás de las armas, las imitaciones y los seres humanos.
Drones y cámaras térmicas
En esa lucha a contrarreloj por salvar a las especies amenazadas, los observadores celebran el desarrollo de redes de inteligencia dignas de servicios secretos, la implicación en aumento de los servicios de aduanas y de la policía y de la adopción de leyes cada vez más duras o el incremento de acuerdos fronterizos.
«Hay que hacer un enfoque holístico. Esto significa que si desplegamos militares armados en el terreno, también debemos reducir la demanda de marfil y explicar a las comunidades locales que hay un interés económico (el turismo) para proteger la fauna», explica Andrew McVey, du Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF).
Mientras, en África la guerra total contra la caza furtiva se apoya en el desarrollo del equipamiento de alta tecnología, que va de drones y cámaras térmicas a equipos de intervención aéreos y formación de soldados por las fuerzas especiales.
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