La hipertensión arterial es una enfermedad definida por unas cifras de presión sanguínea superiores a 140/90 mmHg y que, según alerta la Organización Mundial de la Salud (OMS), supone la primera causa de mortalidad en todo el mundo.
No en vano, hasta tres cuartas partes de las personas con hipertensión –en torno a 1.800 millones en todo el mundo – presenta un riesgo nada desdeñable de sufrir un ictus, un infarto de miocardio o de desarrollar enfermedad renal.
Entonces, ¿qué se puede hacer para bajar las cifras de presión sanguínea? Pues la primera medida recomendada por todas las sociedades médicas es bajar la cantidad de sal –o lo que es lo mismo, de sodio– en las comidas.
Sin embargo, y según un estudio llevado a cabo por investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston (EE.UU.), es posible que esta limitación de la ingesta de sodio no sirva para mucho.
Como explica Lynn L. Moore, directora de esta investigación presentada en el marco de las Sesiones Científicas 2017 de la Sociedad Americana de Nutrición (ASN) que se están celebrando en Chicago (EE.UU.), «en nuestro estudio no hemos visto ninguna evidencia de que una dieta baja en sodio tenga ningún efecto beneficioso a largo plazo sobre la presión arterial.
Así, nuestros resultados refuerzan las evidencias crecientes de que las actuales recomendaciones sobre la ingesta de sodio podrían ser erróneas».
No es el sodio
De acuerdo con las actuales recomendaciones de las sociedades médicas, la ingesta de sodio por las personas sanas no debería exceder de los 2.300 miligramos diarios.
Una recomendación que, según la OMS y ‘traducida’ a cantidades de sal, limitaría la cantidad diaria de sal a 5 gramos diarios. Pero, esta limitación, ¿tiene algún efecto real sobre las cifras de presión arterial y, por tanto, sobre el riesgo de hipertensión?
Hay que tener en cuenta que, de media, los españoles tomamos a diario el doble de la cantidad de sal recomendada –es decir, 10 gramos.
Para responder a esta pregunta, los autores siguieron durante 16 años la evolución de las cifras de presión sanguínea de 2.632 mujeres y varones que, con edades comprendidas entre los 30 y los 64 años, no padecían hipertensión arterial en el momento de su inclusión en el estudio.
Concluidos los 16 años de seguimiento, los resultados mostraron que los participantes que tomaron menos de 2.500 miligramos diarios de sodio acabaron con unas cifras de presión sanguínea superiores a las de aquellos que consumieron cantidades mayores –incluso más de 4 gramos diarios de sodio–.
En este contexto, es cierto que las personas que tomaron menos de 2.500 miligramos diarios de sodio partieron con unas cifras de presión arterial más elevada que el resto de participantes –125 mmHg de presión arterial sistólica frente a 122 mmHg–.
Pero lo realmente importante es que la limitación de la ingesta de sodio ingerida no pareció tener ningún efecto positivo sobre la evolución de estas cifras.
Sin embargo, las nuevas evidencias no son tan ‘transgresoras’ como se podría suponer. Algunos estudios previos publicados en los últimos años ya habían mostrado una relación ‘en forma de J’ entre el consumo de sodio y el riesgo cardiovascular.
Es decir, las personas con mayor riesgo de enfermedad cardiovascular no son solo las que abusan del sodio, sino también aquellas con un bajo consumo de este componente de la sal –tal y como recomiendan las sociedades médicas–. Así, el menor riesgo cardiovascular lo presentarían las personas con un consumo medio, ni muy alto ni muy bajo.
Como refiere Lynn Moore, «los nuevos resultados apoyan los alcanzados en todos estos estudios en los que se cuestiona la validez de las bajas ingestas dietéticas de sodio en la población general».
Es más; como refiere la directora de la investigación, «es cierto que hay un subgrupo de población sensible a la sal que se beneficiaría de una reducción de su ingesta de sodio, pero necesitamos más estudios para desarrollar métodos más fáciles con los que monitorizar la sensibilidad a la sal».
Potasio, calcio y magnesio
Entonces, y si la clave no se encuentra en el sodio, ¿qué se puede hacer para evitar la hipertensión arterial? Pues según el estudio, aumentar las ingestas de potasio, calcio y magnesio. Y es que de acuerdo con los resultados, los participantes con mayores consumos de potasio, calcio y magnesio presentaron las menores cifras de presión sanguínea al cabo de los 16 años.
Como concluye Lynn Moore, «nuestros hallazgos, así como otros alcanzados previamente en otros trabajos, llaman la atención sobre la importancia de la ingesta elevada de potasio sobre la presión arterial y, muy probablemente, sobre el pronóstico cardiovascular.
Esperamos que nuestro estudio ayude a centrar las actuales recomendaciones dietéticas en la importancia de aumentar el consumo de alimentos ricos en potasio, calcio y magnesio con el objetivo de mantener unas cifras de presión arterial saludables».
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