El joven paciente se retuerce sobre la mesa de operaciones, agitando sus aletas. El equipo médico lo voltea, revelando un vientre repleto de tumores, algunos tan grandes como pelotas de golf. Este hospital de Florida está dedicado a salvar tortugas enfermas.
La tortuga marina verde, un ejemplar de dos años de edad de esta especie en peligro de extinción, está infectada con fibropapilomatosis, una enfermedad potencialmente mortal causada por un tipo de herpes.
La población de estas tortugas se ha incrementado a marcha veloz en la zona de los cayos de Florida (sureste de EEUU), pero a la par han aumentado los casos de la enfermedad, al punto de que el Hospital de Tortugas, el más antiguo en Estados Unidos dedicado a estos animales, se encuentra totalmente abarrotado.
«Hace veinte años cuando comencé, trataba de seis a ocho casos al mes», dice el veterinario Doug Mader, al inyectar una anestesia local para luego retirar con láser los tumores, que semejan coliflores.
«Ahora son de seis a ocho a la semana», afirma, mientras el aire se llena de olor a agua de mar, alcohol y piel quemada.
Causa desconocida
Cada tortuga puede requerir varias operaciones para remover todos los tumores, que cubren sus cuellos, vientres y ojos, lo que las ciega y les dificulta conseguir comida.
Los especialistas aún no logran dar con la causa de la enfermedad, aunque algunos estudios la vinculan a los desechos agrícolas, la polución o el cambio climático.
Desde 1976, las tortugas verdes están en la lista de especies en peligro, pero ahora se reproducen en cifras récord: 28.000 nidos fueron contabilizados el año pasado en Florida, donde hace algunas décadas no llegaban a 500.
De allí que a partir de marzo podrían mejorar su condición de «en peligro» a simplemente «amenazadas».
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Una buena noticia que no obstante es recibida con cautela por los ecologistas, que advierten que viven en un ambiente cada vez más contaminado y cálido.
«Tengo este horrible presentimiento de que a medida de que los océanos se vuelvan más calientes, veremos más enfermedades», dice Mader.
Tumores en ambos ojos
Ubicado en el edificio verde de lo que era un motel, el Hospital de Tortugas abrió sus puertas en 1986, año en el que trató a doce pacientes.
El año pasado, 173 tortugas pasaron por sus instalaciones, 119 de ellas con fibropapilomatosis, según la responsable del centro veterinario, Bette Zirkelbach.
Hoy en día, las 18 personas que componen el equipo, deben salir en ambulancias naranjas y blancas a toda hora para rescatar tortugas heridas.
«En 2012, era raro ver a una tortuga con tumores en ambos ojos. En otoño de 2013, casi todas las tortugas que llegaban con el virus tenían ambos ojos cubiertos de tumores», lamenta Zirkelbach, que estima que una de cada dos tortugas estará enferma.
Tras pasar un año en las piscinas del hospital y ya sin tumores, las tortugas vuelven al mar.
Pero si las lesiones han alcanzado riñones o pulmones, no hay manera de salvarlas.
Tan solo una de cada cinco tortugas marinas verdes con fibropapilomatosis logrará volver a su hábitat natural, dice Zirkelbach.
En un día típico, Mader ve paciente tras paciente, la mayor parte con golpes de botes, anzuelos ingeridos y la enfermedad de los tumores.
Un espectáculo que los turistas pagan por ver.
Frustrante
Visitar el Hospital de Tortugas cuesta 22 dólares, lo que da derecho a ver una operación, desde un amplio panel de vidrio.
Si bien la agencia estadounidense de protección de la naturaleza (US Fish and Wildlife Service) le otorgó el permiso para funcionar y lo apoya, es gracias al dinero de los visitantes que se mantiene operativo, según su dueño, Richie Moretti.
Unas 75.000 personas pagaron para entrar el año pasado, lo que permitió financiar totalmente las operaciones del hospital, que necesita anualmente unos 1,5 millones de dólares.
La actividad no se detiene. Luego de operar a la tortuga con los tumores, el equipo recibe una gran tortuga boba o cabezona de 87 kilos, que fue golpeada por un bote y no está comiendo.
Tras hacer una radiografía, el equipo intenta durante 45 minutos extraer de su boca un anzuelo. Finalmente, toma la decisión de dejarlo ahí y más bien intentar terapia física para la mandíbula de la tortuga, y así lograr que vuelva a comer.
«Es frustrante», dice el veterinario Mader. «Uno quisiera poder curarlas a todas», agrega.
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