Los padres de un niño de 9 años, revelaron su desgarradora historia al Bristol Post, sobre la lucha de su hijo contra el cáncer que desafiando todas las probabilidades tuvo el tiempo suficiente para conocer a su hermana recién nacida y elegir su nombre antes de morir.
RIP young man. You were so brave https://t.co/3f8VNMsvWl
— Bristol Post (@BristolPost) January 12, 2018
Cuando los médicos descubrieron el cáncer en el cuerpo de Bailey Cooper, le dieron apenas “días o semanas” para vivir.
Pero el joven estaba decidido a luchar contra el cáncer y aguantó con garbo durante 15 meses extenuantes, tras un intenso tratamiento.
Bailey falleció en la víspera de Navidad con sus padres Lee y Rachel Cooper al lado de su cama, pero no antes de conocer a su hermanita y llamarla Millie.
Dying boy, 9, kept fighting long enough to meet newborn sister and pick her name https://t.co/SfjeplgCpP pic.twitter.com/fMTH0XOZ6Z
— Daily Mirror (@DailyMirror) January 12, 2018
Las tribulaciones de Bailey comenzaron en el verano de 2016, cuando cayó enfermo y requirió atención médica. Inicialmente, los médicos pensaron que tenía una infección viral y cuando resultó que no mejoraba, le recetaron antibióticos por una presunta infección torácica.
Pero el estado del chico seguía empeorando.
Los resultados de los análisis de sangre fueron contundentes: a Bailey le diagnosticaron linfoma no Hodgkin, una forma de cáncer que afecta los vasos y las glándulas del cuerpo.
Se ordenó el tratamiento con quimioterapia y esteroides. En febrero de 2017, el cáncer entró en remisión y la recuperación parecía probable.
“Creyeron que no había más signos de cáncer”, dijo el padre del niño, según el Bristol Post. Empezó a ir a la escuela de Stoke Lodge y desde entonces estábamos en casa.
“Tenía que someterse a chequeos regulares y resonancias magnéticas cada tres meses, pero las cosas iban mejorando”.
Alrededor de Pascua del año pasado, sin embargo, los médicos notificaron a sus padres que hubo una recaída y tuvo que regresar al hospital.
A Bailey se le dio un 70 por ciento de posibilidades de supervivencia.
“Volvió a la quimioterapia”, informó su padre al periódico. “Los médicos sin ningún miramiento nos dijeron que aunque sobreviviera, a largo plazo los efectos perdurarían por el resto de su vida. Y después tuvo un trasplante de células madre”.
Bailey batalló contra la enfermedad, y a finales de julio se recuperó lo suficiente como para salir del hospital y pasar algún tiempo en casa con su familia.
“Tuvimos seis semanas en casa con él ese verano. Fue increíble”, señaló la madre de Bailey.
Pero a finales de agosto, hubo una recaída. Pero esta vez, el cáncer era aún más agresivo.
“Ella [la especialista] nos dio la noticia. Era la cuarta etapa tardía, y era aún peor. Era muy agresivo”.
Había bultos en el pecho, pulmones, hígado y estómago del niño.
“Nos dijo que no quedaba mucho tiempo: sólo eran días o semanas”, agregó su padre.
Pero Bailey luchó duramente, decidido a conocer a su hermanita, prevista para noviembre.
“Esos tres meses fueron absolutamente horrendos. Sabíamos que no tenía mucho tiempo, y tratamos de disfrutar el tiempo que le quedaba”, añadió la madre del niño.
A Bailey le dieron analgésicos, pero su estado seguía empeorando.
No creíamos que duraría tanto, pero estaba decidido a conocer a Millie. Llegó a finales de noviembre y nació Millie.
“La abrazó e hizo todo lo que haría un hermano mayor: cambiarla, lavarla, cantarle”, afirmó la madre de Bailey.
“Pero semana tras semana, empeoraba dramáticamente. Dormía mucho en el sofá, y a veces en la cama no respondía. Era muy difícil”.
El padre de Bailey describió que los pronósticos indicaban que el niño moriría antes del nacimiento de su hermana.
“Los doctores dijeron que se iba a ir antes de que Millie naciera. No lo hizo. Luchó, y de camino al hospital, él dijo que deberíamos llamarla Millie”, enfatizó el padre.
“Pero en el momento en que la conoció, empezó a apagarse rápidamente. Se estaba desvaneciendo”.
El viernes 22 de diciembre, Bailey fue llevado al hospital.
“Nos sentamos allí hora tras hora, viéndolo desvanecer. Le leímos historias y escuchamos su música favorita”, recordó su madre.
“A las 11:45 en vísperas de Navidad, estábamos junto a su cama. Sabíamos que no iba a tardar mucho. Le dijimos: Es hora de ir Bailey, detente”.
“En el momento en que dijimos ‘detente’, tomó su último aliento y le salió una lágrima del ojo. Estaba en paz”.
Los padres de Bailey compartieron que su hijo dijo algo extraordinariamente conmovedor sobre su hermana pequeña no mucho antes de que lo llevaran de vuelta al hospital.
“Quiero quedarme, pero es hora de convertirme en su ángel de la guarda”.
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