Durante meses, Li Guiqin, una científica de 58 años de edad que ahora vive en Estados Unidos, se sentaba al fondo de una furgoneta de ocho asientos y recorría las calles de Harbin mientras ella y otros más llamaban por teléfono a funcionarios de seguridad pública de China para decirles que dejaran de perseguir a Falun Dafa, su creencia.
El movimiento constante era imprescindible para este peligroso trabajo. Quedarse en un solo lugar haría que el omnipresente aparato de vigilancia del Partido Comunista Chino pudiera triangular fácilmente sus posiciones e interceptarlos con el equivalente a un equipo SWAT.
Por lo que ella y algunos otros –casi siempre tres o cuatro, generalmente jubilados, hombres y mujeres que practicaban Falun Dafa, una disciplina espiritual tradicional de la Escuela Buda– salían a las calles de la descarnada ciudad industrial al norte de China, cerca de Siberia, haciendo llamada tras llamada desde la furgoneta.
Algunos de los funcionarios que los atendían respondían con malicia, algunos con indiferencia. Pero otros respondían aceptando la verdad que años de violencia y difamaciones no han podido ocultar por completo.
El Partido comenzó su persecución contra la disciplina Falun Dafa el 20 de julio de 1999, hace ya 18 años. Se estima que millones de practicantes de Falun Dafa (también conocido como Falun Gong) han sido enviados a campos de trabajo forzado, prisiones y centros de lavado de cerebro, donde son torturados en un intento por forzarlos a abandonar su creencia. Una gran cantidad –que se estima en más de un millón– han sido asesinados por sus órganos.
Y contra todo esto, un grupo de practicantes de Falun Dafa como Li Guiqin y sus amigos permanecían firmes. Ellos y muchos otros practicantes en China han adoptado varias formas creativas para llegar a los funcionarios que recibieron la orden de perseguirlos, refutando la propaganda oficial sobre Falun Dafa y ofreciendo a estos agentes de seguridad pública otro curso de acción: simplemente ignorar las órdenes oficiales.
“Tengo que contar la verdad”
Li Guiqin, ex científica del Instituto de Ciencias Agrícolas de la provincia de Heilongjiang, comenzó a practicar los suaves ejercicios de Falun Dafa en la primavera de 1995. Cuenta que así se curó de una gastritis y una enteritis crónicas que le provocaban diarrea constantemente.
En 1999, una encuesta oficial estimó que más de 70 millones de personas estaban practicando Falun Dafa –una cifra superior a los miembros del Partido Comunista Chino en ese entonces. Fuentes de Falun Dafa estiman que en 1999 eran más de 100 millones de personas las que practicaban la disciplina.
El cabecilla del Partido en ese tiempo, Jiang Zemin, consideró inaceptable la popularidad de Falun Dafa y dio la orden de eliminar la disciplina… y a aquellos que la practicaban.
Además de arrestar masivamente a los practicantes, el régimen chino lanzó una campaña nacional de propaganda difamatoria, marginalización e incitación al odio. Los funcionarios organizaban ‘sesiones de estudio’ en las unidades de trabajo y en las escuelas, forzando a todos los empleados y estudiantes a denunciar a quienes practicaban Falun Dafa y a difamar a la práctica. Los medios de comunicación estatales inventaron historias de violencia, demencia y suicidios, incluyendo el incidente armado de la autoinmolación en 2001.
Li Guiqin fue detenida en tres oportunidades, y en octubre de 2002 fue sentenciada a tres años en un campo de trabajo forzado para ser ‘reeducada’. En una ocasión, perdió tres de sus dientes delanteros mientras un guardia desenfrenado la golpeó hasta dejarla inconsciente.
La respuesta de Li a todo esto es directa: “Nos hacen decir mentiras y decir lo que ellos quieren en vez de contar las cosas como realmente son. Pero yo tengo que contar la verdad”, dijo.
Llamada de Falun Dafa
Por todo el país, voluntarios como Li han estado usando métodos de tecnología básica y avanzada para contrarrestar la campaña contra Falun Dafa. Iniciativas locales como pegar carteles y colocar folletos en canastos de bicicleta están en un extremo del espectro, y en el otro, está desarrollar software que marque automáticamente cientos de números telefónicos en secuencia, o que envíe un mensaje de texto tras otro.
Shao Changyong, que ahora vive exiliado en Nueva York, utiliza estos métodos de alta tecnología. Practicantes como Shao –que cuando comenzó a practicar Falun Dafa estudiaba ingeniería en una universidad militar y luego se convirtió en profesor– suelen crear las herramientas y las técnicas que luego utilizan voluntarios de edad avanzada como Li Guiqin.
Shao conoció Falun Dafa en el verano de 1994. Cuenta que se sorprendió con sus principios morales: Verdad, Benevolencia, Tolerancia. “Fue como encontrar un hogar espiritual”, dijo. “Mi perspectiva sobre la vida cambió por completo”.
Después de terminar su sentencia a dos años de trabajo forzado en 2005, lo primero que hizo fue “aclarar la verdad” –es decir, los esfuerzos por demostrarle al pueblo chino y a los funcionarios que Falun Dafa no es la organización nefasta y cerrada que dice el régimen, sino un grupo de personas que encontraron el sentido de la vida en una profunda disciplina espiritual con raíces en las tradiciones chinas más antiguas.
Punto de inflexión
En China, la persecución continúa. Entre enero y mayo de este año, al menos 392 practicantes fueron sentenciados a la cárcel por su creencia, según datos de Minghui, un sitio web que registra casos confirmados de persecución. Se estima que los casos reales son muchos más, pero dada la hermética naturaleza de la persecución, es difícil confirmar cada caso.
A pesar del continuo riesgo de encarcelamiento, tortura e incluso muerte, varios millones de personas siguen practicando Falun Dafa en China. Mediante sus esfuerzos consistentes y perseverantes para exponer al régimen comunista, los practicantes de Falun Dafa están cambiando la situación.
Cada vez más fiscales locales rechazan los casos de Falun Dafa debido a “evidencia insuficiente”. Entre enero y mayo, 53 practicantes fueron liberados sin cargos por las autoridades, según Minghui.
Muchos funcionarios que dirigían la persecución han sido purgados en la campaña anticorrupción del líder chino Xi Jinping, incluyendo Zhou Yongkang –ex zar de la seguridad– y Li Dongsheng, ex jefe de la Oficina 610, una organización al estilo Gestapo que coordina la persecución de manera extrajudicial.
Tanto Shao Changyong como Li Guiqin pudieron salir de China para escapar de la persecución y ahora viven en Nueva York.
Li frecuenta sitios turísticos como el Rockefeller Center para hablar con turistas chinos y mostrarles que Falun Dafa se practica con libertad en todos los otros países, excepto su tierra natal.
Shao trabaja a tiempo completo en el Centro Mundial de Servicio para Renunciar al Partido Comunista Chino, una ONG que se enfoca exactamente en lo que él hacía en China: exponer la brutal persecución, llamada tras llamada.
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