¿La gente realmente desconfía del capitalismo?

Por Mark Hendrickson
05 de febrero de 2020 10:54 AM Actualizado: 05 de febrero de 2020 10:55 AM

Comentario

En los últimos años se han recibido múltiples informes de encuestas y sondeos que indican que la gente está en contra del capitalismo e incluso puede preferir el socialismo.

En enero, la empresa de relaciones públicas Edelman publicó su «Barómetro de Confianza Edelman 2020», que es el resultado de una encuesta realizada a 34,000 personas en 27 países y Hong Kong. Edelman informa que «más de la mitad de los encuestados en todo el mundo creen que el capitalismo en su forma actual está haciendo ahora más daño que bien en el mundo».

Vamos a profundizar un poco más.

Un factor que hace que los resultados de la encuesta sean problemáticos es insinuado por las mismas palabras usadas en las encuestas de Edelman, específicamente, «el capitalismo en su forma actual». En ningún lugar del mundo se practica un verdadero capitalismo de libre mercado. La práctica actual del «capitalismo» no es el capitalismo, sino imitaciones de mala calidad del capitalismo genuino. Esto distorsiona las percepciones de los objetores del capitalismo.

Además, el «capitalismo» tal y como se practica en Australia no es el mismo que en Alemania, España o Hong Kong. Es difícil sacar conclusiones generales válidas sobre algo tan impreciso y cambiante como el «capitalismo», y en cómo resulta cuando se practica en un momento dado en varias partes del mundo. De hecho, preguntarle a alguien qué piensa del capitalismo es similar a una prueba de Rorschach (test de personalidad). Le da a uno la oportunidad de expresar sus sentimientos subjetivos, creencias, ideología, experiencias personales, resentimientos, etc. sobre un asunto en el que no hay definiciones o parámetros estandarizados.

Pasemos a las quejas específicas.

En el artículo de The Wall Street Journal sobre la encuesta de Edelman, se afirma que «el capitalismo es blanco de mucho ataques» debido a «la preocupación por la desigualdad de ingresos, la desaparición de puestos de trabajo debido a la automatización y la sostenibilidad ambiental». Examinemos estas cuestiones, tanto por sus propios méritos como si las condiciones de estos problemas estuvieran bajo la alternativa más obvia del capitalismo, el socialismo.

Desigualdad

En primer lugar, la desigualdad de ingresos: ya he escrito antes sobre la desigualdad de ingresos. Brevemente, la desigualdad de ingresos es injusta y objetable como resultado de la manipulación de los poderes políticos sobre el sistema para favorecer a ciertos electores y amigotes a expensas de otros. La desigualdad de ingresos es justa, perfectamente normal y saludable en los mercados libres (es decir, el verdadero capitalismo) en el que el consumidor soberano determina los ganadores y perdedores.

El problema de hacer de la desigualdad de ingresos un fetiche ideológico es bien ilustrado por las opiniones de igualitarios tales como Thomas Piketty, el economista francés que causó sensación hace unos años con su libro «El capital en el siglo XXI».

Había suficientes errores económicos en el libro de Piketty para impulsarme a escribir un libro en respuesta (Problemas con Piketty: Los defectos y las falacias en «El capital en el siglo XXI»), pero una extraña perspectiva debería ser de especial interés para aquellos que se preocupan por la desigualdad de ingresos: Piketty elogió el decenio de 1930 debido a que la desigualdad de ingresos estadísticos disminuyó, mientras que lamentó el decenio de 1980, en el que esa desigualdad aumentó.

Los 80, si recuerda, fue una década de creciente prosperidad y de aumento del nivel de vida de los trabajadores estadounidenses, mientras que los años 30 se vieron empañados por La Gran Depresión, que se caracterizó por el aumento de la pobreza y el sufrimiento masivo correspondiente.

Los igualitarios pueden encontrar que el sufrimiento generalizado es un precio que vale la pena pagar para lograr una mayor igualdad estadística de ingresos, pero creo que es más humano favorecer los momentos en que la creciente prosperidad mejora las condiciones de vida de las masas.

Los períodos prósperos se caracterizan por que los empresarios capitalistas hacen fortunas al crear muchos puestos de trabajo y producir los bienes y servicios que mejoran el nivel de vida, y no por períodos como la Gran Depresión, en los que la intervención gubernamental paralizó los mercados libres y la actividad económica como consecuencia se estancó.

Durante el socialismo, bajo el cual el control del gobierno es aún más generalizado de lo que fue durante nuestra Gran Depresión, y por consiguiente empobrece a la población en mayor grado, se puede pensar que al menos todos son económicamente iguales, pero no es así.

Hay dos clases bajo el socialismo: los planificadores de la élite y las masas de personas sujetas a sus edictos. La mayoría de la gente sufre de escasez, pero no la élite política (ver el artículo de mi colega Paul Kengor titulado «Los multimillonarios de Bernie«). En realidad podemos ver una división en Estados Unidos hoy en día entre la élite gobernante y el resto de nosotros: los empleados del gobierno están mejor recompensados que sus homólogos del sector privado, y los distritos más ricos del país se agrupan alrededor de Washington.

Automatización

Segundo, perder el trabajo por la automatización: en primer lugar, la automatización debido al progreso tecnológico es un fenómeno global, que afecta tanto a las economías socialistas como también a las economías relativamente capitalistas.

Nuevamente, ya he tratado esto antes, la «amenaza» de la automatización (ver «¿Los robots harán que los estadounidenses sean desempleados?»). Este temor ha existido por lo menos durante dos siglos, pero la buena noticia es ésta: Hoy en día, hay más personas trabajando en más empleos —tanto en este país como en el extranjero— que en cualquier otra época anterior, a pesar de (y muy posiblemente debido a) el desarrollo de innumerables dispositivos de ahorro de mano de obra.

Es comprensible que hoy en día haya más ansiedad por la pérdida de puestos de trabajo que en el pasado, debido al ritmo del progreso tecnológico disruptivo y al desplazamiento de empleos que son más rápidos que nunca, sin embargo no debemos perder de vista el hecho de que siguen apareciendo nuevos puestos de trabajo en los mercados libres. Los mercados más libres crean la mayoría de los empleos, así que lo que la gente debería querer es más capitalismo, no menos. Las promesas socialistas de «trabajos para todos» conducen a los anhelados paraísos laborales a la indigencia y a los infiernos laborales.

Sostenibilidad ambiental

En tercer lugar, la sostenibilidad ambiental: lamentablemente, muchos niños se preocupan innecesariamente por la degradación del medio ambiente. Esto se debe a que no se les enseñan importantes hechos históricos y principios económicos. Son ajenos al triste historial de los países socialistas, que sufren una contaminación mucho más grave que la de los países capitalistas.

En los países capitalistas, el afán de lucro incentiva la conservación y el uso eficiente de los escasos recursos. Además, el fuerte crecimiento económico hace que los países superen la peor parte de la curva de Kuznets, donde las condiciones ambientales comienzan a mejorar progresivamente. El resultado final: si te preocupan las condiciones ambientales (¿qué persona racional no lo hace?), entonces debes favorecer el capitalismo sobre el socialismo.

Corrupción y clientelismo

Además de las preocupaciones por la desigualdad de ingresos, la pérdida de empleo y la expoliación del medio ambiente, el estudio de Edelman descubrió que la corrupción ha hecho que muchas personas desconfíen del capitalismo.

De hecho, la corrupción es un problema enorme en el mundo de hoy. Pero, ¿por qué culpar al capitalismo de la corrupción? La corrupción es un defecto humano que aparece en todas las sociedades, capitalistas o socialistas. De hecho, en el socialismo, donde la escasez de muchos bienes de consumo se convierte en la norma, la corrupción es desenfrenada, ya que los ciudadanos necesitados a menudo tienen que recurrir a sobornar a las autoridades del gobierno para conseguir lo que quieren, incluso hasta el punto de prostituirse. El capitalismo, con su relativa abundancia, no elimina la corrupción, pero la hace menos necesaria y menos extendida.

Otra queja en la encuesta de Edelman es la común «percepción… de que las instituciones sirven cada vez más a los intereses de unos pocos sobre todos». Esto es problema muy real y extendido del clientelismo. Es esencial entender, sin embargo, que el clientelismo no es una forma o característica del capitalismo, sino la antítesis verdadera del capitalismo.

El verdadero capitalismo es un orden de propiedad privada en el que los individuos son libres de intercambiar o no intercambiar con quien quieran, y en el que el gobierno actúa como un árbitro económico imparcial en lugar de elegir los ganadores y perdedores. El socialismo, por el contrario, es un sistema en el que el gobierno escoge esencialmente a todos los ganadores y perdedores. Bajo el socialismo, el estado dicta quién, cuánto y qué cosa produce. El clientelismo, entonces, es un socialismo parcial, una práctica por la cual el gobierno escoge algunos, no todos, de los ganadores y perdedores.

En resumen, la encuesta de Edelman revela que la creciente antipatía hacia el capitalismo está lamentablemente fuera de lugar. Proviene de percepciones erróneas de lo que es el capitalismo y cómo funcionaría, si se le diera la oportunidad. Bajo el genuino capitalismo de libre mercado, la desigualdad de ingresos es benigna y beneficiosa, las oportunidades de trabajo se maximizan, las condiciones ambientales mejoran, y el clientelismo es rechazado en lugar de institucionalizado.

Si la gente entendiera lo que es el verdadero capitalismo, y que lo que se considera hoy en día por capitalismo son en realidad perversiones de mala calidad y corruptas del capitalismo, se daría cuenta de que el mundo necesita más capitalismo, no menos.

Mark Hendrickson, un economista, recientemente se retiró de la facultad de Grove City College, donde sigue siendo un investigador de política económica y social en el Instituto para la Fe y la Libertad.

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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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