Después de un año de tormenta, supera el cáncer de ovario y termina con un final feliz

Por Verónica Alsina
31 de octubre de 2023 12:01 PM Actualizado: 31 de octubre de 2023 12:48 PM

Un cuento con final feliz, de esos necesarios para compartir. Pese a los intensos sufrimientos tras un diagnóstico de cáncer, no dejó de sonreír. “¡Sí, quiero!”. Enamorada con la vida, esta mujer mexicana comparte su experiencia.

“Para mí es importante poder contar mi historia”, comenzó diciendo Gabriela Monserrat Montoya, en una entrevista exclusiva a The Epoch Times México. Ella vive en Ciudad de México, estudió Relaciones Internacionales y trabaja en un despacho de propiedad intelectual. Su entusiasmo por querer ayudar a otras personas que estén transitando por una situación difícil la invitó a abrirse.

Montoya ha tenido «ángeles» que, a través de personas, la han ayudado acercándole las palabras precisas en el momento justo. Estas experiencias la han inspirado y comprender la importancia de animarse a abrirse y compartir:

“Actualmente tengo 27 años pero cuando pasé todo esto tenía 26 años. Fue hace un año justo y todo empezó como un hallazgo”, empezó a relatar. Había ido a una consulta ginecológica de rutina y le encontraron un tumor en el ovario que parecía benigno.

Pero pasaron los meses y fue creciendo. De tres centímetros pasó a tener cuatro, cinco, hasta llegar a casi siete. “Me generaba algunas molestias”, explicó, y si se agachaba sentía una especie de presión al interior.

“El doctor me dijo ‘lo tenemos que sacar porque te genera molestias. No puedes tener algo así en tu cuerpo y que continúa creciendo. Necesitamos ver bien qué es”, siguió relatando Montoya.

La cirugía fue el comienzo del nubarrón. La operó un ginecólogo y no alguien especializado en oncología, por lo que no pudo comprender las características del tumor. Peor aún, en la operación le perforaron el intestino y su cuerpo a los dos días reaccionó.

“Empecé con calentura, calentura, calentura. El doctor pensaba que era alguna infección de la garganta por el aire acondicionado, o por una infección en las vías urinarias por la sonda que te ponen. Nada a ciencia cierta”, recordó. Le recetó antibióticos pero siguió con fiebre durante quince días más. Estaba realmente mal.

Además los resultados de los estudios del tumor que le extirparon no fueron positivos. Le habían detectado un disgerminoma ovárico, un tipo de cáncer que comienza en las células germinativas y que suele ocurrirles a mujeres jóvenes de entre 15 a 30 años.

Sus síntomas de malestar tampoco disminuían así que Montoya buscó a otro equipo de profesionales para tener una segunda opinión.

Foto de Gabriela Montoya tocando la campanita que anunciaba el fin del tratamiento contra el cáncer, en la Fundación de Cáncer de Mama (FUCAM), Ciudad de México. (Cortesía de Gabriela Montoya)

El comienzo de la tormenta

Ante los síntomas, los médicos le hicieron una resonancia en la que se pudo ver la infección que tenía en el estómago por tener perforado el intestino. También saltó a la vista que todavía tenía parte del tumor adentro. Así que esta joven mujer entró nuevamente a quirófano, esta vez de emergencia.

“Si tú hubieras estado unos días más así ya no la cuentas”, le dijeron los doctores. Le habían salvado la vida.

En esta segunda cirugía limpiaron la infección y terminaron de extirpar el tumor que, afortunadamente, no se había esparcido. Ahora era el turno de empezar con la quimioterapia junto con una colostomía para que el intestino pudiera recuperarse.

“Fue un proceso bastante duro”, reconoció, especialmente porque no quería realizar el tratamiento con quimioterapia. Temía quedar demasiado consumida y ver a sus familiares sufrir pero le advirtieron que «no tenía otra opción» así que, pese a sus temores, afrontó la situación. “Yo quería vivir”, confesó:

“Ahí empiezas a valorar cada una de las cosas y vivencias que tienes y dije ‘yo sí quiero vivir, yo no me quiero morir”, se abría a quien entonces era su prometido. “No me quiero morir. Tengo mucho miedo”. “Tu puedes”, la alentaba su pareja, “vas a poder”. Él había empezado a ser un gran sostén.

Sin demasiadas vueltas, a las dos semanas empezó con las quimioterapias. Debía hacerlo rápido para que el tratamiento tuviera mayor efectividad.

En el ojo del huracán

El primer día fue el más difícil. Montoya no sabía cómo iba a reaccionar su cuerpo. Le habían advertido de los efectos colaterales y estaba asustada. Le tomó tres ciclos el proceso. Cada uno comprendía sesiones de siete días, distribuidos en diferentes semanas, con —por lo menos— cinco horas diarias de transfusión intravenosa de medicamentos.

Fue “maratónico”, recordó: levantarse temprano, volver de noche “muy cansada, fastidiada y al día siguiente levantarte temprano otra vez”. Sus padres estuvieron con ella, también su suegra estuvo “siempre ahí”.

“Fui muy bendecida en eso, o sea, estar muy apapachada. Muy protegida, de saber que ellos estaban ahí, que siempre me estaban consintiendo”, agradeció Montoya.

“Mi primera historia de terror fue el primer viernes. El pulso bajó mucho y no podía seguir así. Me empecé a hinchar como globo. Ya los zapatos no me quedaban”, relató con ojos grandes. Además, su estómago se le había «inflado» y su frecuencia cardíaca estaba muy baja, así que la derivaron de urgencia a un hospital de cardiología.

“Todo está bien con tu corazón”, la tranquilizaron durante la revisión, “es un efecto que tiene el medicamento (…) solo te tienen que mantener vigilada”.

El primer ciclo había terminado.

Liberarse de penas

Antes de comenzar el tratamiento Montoya tenía el pelo largo. Se lo había cortado por recomendación de la doctora. “Para que cuando se te empiece a caer tu no lo sientas tanto”, le sugirió. No obstante, “el proceso del cabello fue muy difícil. Fue de las cosas más difíciles que tuve. Una sensación inexplicable el ver cómo de repente, estás llena de cabello”, detalló esta joven mujer.

Con la pérdida de cabello sentía una profunda incomodidad, le generaba picazón, el pelo se le caía en la comida, su ropa estaba llena de pelos. Uno, dos, tres, días. “Ya, me voy a rapar”, decidió, no quería prolongar más el dolor. “Fue algo muy bonito”, reflexionó. Al verse al espejo se dijo “¡qué bonita soy! La verdad es que sigo siendo yo”.

“Yo soy bonita con y sin cabello y vamos a tomarlo de la mejor manera”, recordó. Ese día sí lloró, se metió en la ducha y después se arregló.

“¡Órale!” le dijo su prometido, sorprendido al verla con semejante cambio de look y, especialmente, actitud. Sus padres también se aliviaron al ver que se lo estaba tomando de esa manera.

Foto de Gabriela Montoya durante su tratamiento contra el cáncer. Solía usar pañuelos para cubrirse la cabeza rapada, y que la hacían sentirse «muy bonita». (Cortesía Gabriela Montoya)

Sentir Su Presencia

Para los otros ciclos de tratamiento sus venas “ya no aguantaban” y el ritmo cardíaco le seguía disminuyendo mucho, lo que aletargaba todo más. “Si eran cinco horas, se volvieron ocho. Fue muy pesado”, explicó Monserrat.

En esos momentos fue necesario aferrarse a “algo más grande”. Sola, en la habitación mientras le hacían el tratamiento, trataba de concentrarse y sentir. “Dios, por favor, ayúdame. Ayúdame. Permíteme terminar este día”, imploraba. Así todos los días. También agradecía “el poder despertar y seguir adelante”.

Y, finalmente, pudo tocar “la campana”, había concluido con su último ciclo. “Todo fue padrísimo. Me organizaron una fiesta, aquí, en mi casa. Fue bastante lindo. Después de un tiempo que me recuperé de las quimios, me operaron para la reconexión [de la colostomía] y actualmente estoy en seguimiento cada tres meses. Todo ha salido muy bien, gracias a Dios”.

Hoy esta mujer abraza su cuerpo y agradece. Se sorprende, además, de lo fuerte que fue porque se “consideraba una persona súper chillona”. Pero aprendió a creer que sí podía: “Siempre tratamos de pensar que no somos capaces de las cosas y a veces nos auto saboteamos”, reconoció.

“La actitud es fundamental”, siguió. Algo debía aprender, por algo estaba ocurriendo todo: “Dios si tú me pusiste en este camino, dame la fuerza, dame el entendimiento para aprender lo que Tú quieres que aprenda”.

“Claro que tuve muchos días en los que yo llegaba llorando, porque no puedes estar bien todo el tiempo”, consideró. “Todo el tiempo te están picando, todo el tiempo te están poniendo cosas. No tienes hambre. Luego tenía [un] sabor a metal horrible (…) y el cuerpo me dolía”.

Final feliz

“Mi esposo fue mi pilar”, reconoció esta hermosa mujer. “Con él me desahogaba. Yo sabía que él me iba a sostener (…). Fue bastante fuerte y valiente en escucharme decir ‘no me quiero morir’. Siento esto, siento lo otro. La verdad es que él siempre estuvo fuerte. Nunca lo vi derrumbarse, siempre estuvo para mí y eso fue fundamental”.

En ese entonces estaban comprometidos, no tenían “una unión más formal”. Cuando comenzó todo ella le dijo: “si tú te quieres ir, yo lo voy a entender”, no lo quería retener a pesar de amarlo.

“Y él me dijo que no. ‘Yo voy a estar contigo y de aquí a lo que tope vamos a estar juntos’. Y así fue. En mayo nos casamos. Gracias a Dios, después de toda la tormenta vino esto bonito”, cuenta resplandeciente y agrega:

“Qué delicia poder sentir el sol. Que delicia poder estar con mi familia. Hacer algo, lo que sea. Pero simplemente sentir el sol y el aire de verdad y decir ‘vale la pena vivir por esto, vale la pena luchar’”.

Foto reciente de Gabriela Montoya disfrutando de un día en la playa. (Cortesía Gabriela Montoya)

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