Reprimido por una dificultad de aprendizaje no diagnosticada, una salud precaria y un trauma en su infancia, el Dr. Stephen R. Phinney sentía que había nacido rechazado por la propia vida. Sin embargo, décadas después, se ha convertido en un prolífico escritor seguido por millones de personas, y su mensaje es perseverar.
Phinney nació en San Antonio, Texas, en 1955, y pasó los primeros cinco años de su vida en una cabina de oxígeno —a la que se refiere como una «burbuja»—, ya que era alérgico a muchas cosas, incluyendo varios tipos de comida, el contacto humano y las texturas.
«El resultado fue que era alérgico al medio ambiente, incluido el aire que la mayoría de la gente estaba acostumbrada a respirar», dijo Phinney a The Epoch Times por correo electrónico. «Me etiquetaron como ‘el niño de las burbujas'».
«Mis primeros recuerdos fueron ver la condensación en el interior de mi ‘burbuja’ y, según me contó mi madre, sostenerme a través de guantes de látex pegados a las paredes de esta cabina», describió Phinney en su autobiografía, “Why the Boy Cried, Wolf”.
Los primeros años de Phinney, sometido a interminables intervenciones de los médicos, estuvieron llenos de inmenso sufrimiento. Perdió a su mejor amigo en un accidente de auto, del que se sintió responsable, y su padre, un veterano que trabajaba para las Fuerzas Aéreas estadounidenses, empezó a experimentar episodios postraumáticos de guerra inducidos por el alcohol, los cuales lo traumatizaron aún más.
Sin embargo, tras una experiencia cercana a la muerte causada por la exposición a alérgenos, Phinney, que entonces tenía 11 años, le dijo a su madre que «prefería tener una vida corta ahí fuera que tener una vida más larga en [la burbuja]». Un alergólogo le dijo más tarde que posiblemente fue la mejor decisión que tomó en su vida.
Phinney, que tiene una hermana y dos hermanos gemelos, también faltó mucho a la escuela debido a la enfermedad y a las constantes mudanzas entre bases militares, pero cuando lograba asistir, fue agredido sin piedad.
«Me metían y encerraban en los casilleros, me golpeaban más veces de las que puedo recordar y se burlaban de mí sin descanso», escribe Phinney en su autobiografía.
«Una experiencia sobresale del resto: una tarde, vi por la ventana de la sala de estudio y vi cómo el equipo de fútbol intentaba poner mi auto sobre su techo», recuerda Phinney. «Fui a buscar al director, y ante eso, me dijo que los chicos serán chicos».
Tampoco los profesores de Phinney se solidarizaban con sus dificultades, pues nunca percibieron que su alumno tenía dislexia o «ceguera de palabras».
«Cuando llegué a la escuela secundaria, me etiquetaron como ‘retrasado mental extremo'», dijo Phinney a The Epoch Times.
Sin embargo, su profesora de literatura del primer año, desconcertada, le hizo una prueba de lectura rápida, primero a una velocidad a la que la mayoría de los niños de primaria podían leer. La retención de Phinney fue casi nula.
«Ella aceleró la máquina al nivel de los lectores de velocidad, y mi rango de comprensión aumentó al 80 por ciento», recuerda Phinney. «Aunque no identificó la dislexia, descubrió una profunda verdad: mi cerebro procesa los datos más rápido que de lo normal».
Phinney no aprendió a leer de forma exhaustiva hasta que conoció a su esposa. Tuvo que luchar durante años contra un trauma residual, el abuso de sustancias y el desempleo antes de conseguir finalmente un trabajo en un centro de atención a discapacitados en Sheldon, Iowa, donde la pareja se conoció.
El narrador interior de Phinney finalmente encontró la expresión creativa.
«Unos años más tarde, me pidieron que contara mi historia a un subcomité que trabajaba en un proyecto de ley sobre analfabetismo para su estado», dijo Phinney a The Epoch Times. «Después del evento, un cirujano neurológico local se me acercó. Me preguntó: ‘¿Alguien le ha explicado el razonamiento neurológico que hay detrás de su reto?'».
Los niños superdotados, dijo el neurocirujano, pueden parecer mentalmente desafiados debido a su capacidad de procesar la información más rápido que la velocidad que promueven los métodos de enseñanza tradicionales. «Él continuó animándome a aprender tan rápido como mi cerebro deseara. Seguí ese consejo», dice Phinney.
Reforzado por su devota fe cristiana —se hizo creyente de adolescente tras presenciar una aparición de Jesús durante un recreo escolar—, obtuvo su título de Máster.
Y lo que antes era su mayor reto se convirtió en su mayor ventaja.
«Hoy, mis escritos llegan a multitudes», reflexionó. «He escrito muchos libros, y soy un activista compasivo que se dirige a niños y adultos con dificultades de aprendizaje. Aunque todavía tengo que utilizar programas de gramática y editores, me veo obligado a llevar al papel lo que tengo en la cabeza».
Uniendo la fe y el activismo, Phinney fundó la organización IOM America, el instituto Identity Matters Worldview y la escuela online IM Worldview para ayudar a otros a enfrentar los problemas culturales relacionados con la identidad cristiana.
Las publicaciones por correo electrónico de Phinney llegan a más de 2.1 millones de bandejas de entrada cada año. De sus 22 compañeros de la escuela secundaria que lo rechazaron cuando era adolescente, 16 son suscriptores.
También tiene un lema sencillo: «Las dificultades de aprendizaje son la puerta hacia la destreza», y su historia personal de superación de la adversidad es un digno testimonio.
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