Siendo muy joven no se asustó ante el diagnóstico de cáncer, simplemente aceptó lo que debía atravesar. Lo que le pasó la ayudó a ser quien es hoy.
Pasaron 7 años desde que a Dana Miranda Sangerman, residente del Estado de México, le terminaron de confirmar que tenía cáncer, específicamente un carcinoma papilar intraquístico de mama. Hacía un tiempo sufría cierta anomalía en una de sus mamas, que venía intensificándose.
“Tenía como 13 años cuando me salió la bolita en el pezón izquierdo. Me crecía y se desaparecía y así. Cuando aparecía me dolía un poco, pero no me dolía tanto, y mi mamá me empezó a llevar a doctores”, contó la joven en una entrevista a The Epoch Times México.
Debido a que aún era una niña y estaba transitando un proceso de desarrollo y crecimiento, los pediatras le decían que era algo normal, que todo era por una cuestión hormonal.
“Tiempo después a los 15-16 años me salió la bolita [de nuevo] y me empezó a sangrar el pezón. Me asustó un poco porque sabía que eso no era normal. Entonces mi mamá me llevó al doctor un día que ya no aguantaba el dolor y el ardor. Como me supuraba sangre, me ardía mucho.”, recordó Sangerman, quien hoy tiene 21 años.
Debía colocarse protectores para no manchar su brasier y seguían diciéndole que “era normal”, hasta que dieron con una doctora que la derivó a la Fundación de Cáncer de Mama (FUCAM).
“No sabemos qué es. No creemos que sea malo, pero hay que extirpar la bolita y hacerle una biopsia”, le dijeron los profesionales de la salud mientras la revisaban. La intuición de esta jovencita la llevó a comprender que estaba en el lugar adecuado y se calmó.
“Cuando llegamos ahí, de verdad lo primero que hice fue como un respiro porque me hicieron un estudio, un ultrasonido y luego me detectaron la bolita. Algo que con otros doctores [no había ocurrido] entonces sentí tranquilidad”, siguió relatando.
A los quince días, cuando le entregaron los resultados, llegó una noticia que no se esperaba: tenía cáncer de mama.
“Cuando me dijeron ‘es que tienes esto’, a mí no me afectó en sí, porque no tenía la noción de qué podía pasar, que era algo peligroso”, agregó la joven.
Tampoco sentía ganas de llorar. La sensación que tenía era extraña. “Era algo muy raro. No era que me espantara ni que me pusiera triste”, explicó, “veía a mi mamá, veía a mi hermano súper preocupados y yo decía es que no es algo tan grave ya me lo van a quitar’”.
Fue un proceso “muy, muy, muy tranquilo”, recordó Sangerman, “los doctores, como me veían chiquita, siempre trataban de explicarme lo más minucioso posible”, lo cual le transmitió confianza y le permitió aceptar el tratamiento y las intervenciones quirúrgicas que le terminaron de extirpar los dos senos y el pezón.
“Lo quitamos y ya”, dijo ella, “para mí fue como si no pasara nada. Yo decía ‘ya estoy bien, no pasa nada, todo va a estar bien’. Mi mamá siempre me dio mucha seguridad en eso”, expresó.
Después de las operaciones no hizo falta realizar quimioterapia y tampoco hubo algo demasiado traumático para esta mujercita: “Cuando me vi por primera vez, sí me sentí muy rara porque traía los expansores y se veía la bolsita (…) Nada más me quedé viendo en el espejo y dije ‘no se ve mal, o sea, no quedó mal’.
Cuando creció unos años más sí sintió más incomodidad, “me daba pena que me viera alguien más, o la cara que me pudieran hacer, o si [a alguien] le iba a parecer feo”, reconoció. Así que ahora está evaluando la posibilidad de hacerse un injerto, reconstruir su pezón y ponerse otros implantes para ganar más confianza en su intimidad. Lejos de riesgos por el momento, sus revisiones pasaron a ser una cuestión de rutina.
Pero Sangerman no se queja, al contrario: “Gracias a eso, el día de hoy soy la persona que soy”. Antes de lo que le ocurrió “no daba las gracias por despertar, o las gracias por tener las cosas; o no me había dado cuenta realmente de que mi mamá todo el tiempo iba a estar conmigo incondicionalmente. Gracias a eso, el día de hoy, soy más empática”
“Por algo pasan las cosas, ¿sabes?”, dijo sonriente. “Me di cuenta de muchas cosas y de que somos muy bendecidos cuando tenemos nuestro cuerpo completo; podemos despertarnos y decir ‘todo está bien’ (…) Desde ese momento soy más agradecida”.
La que alguna vez fue una niña deambulando por los consultorios sin saber qué le pasaba a su cuerpo, hoy, casi diez años después, recomienda guardar la calma a todas las mujeres que están pasando por una situación similar. ¡Qué confíen! Que agradezcan.
“Todo es un proceso y, gracias a eso, van a ser otras personas. Van a tomarle el valor suficiente de lo que es la vida”. Tarde o temprano, “todo pasa”, reflexionó Sangerman.
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