La vida de una niña cambió por completo cuando un día despertó sin poder emitir palabra alguna; luego gran parte de su vida transcurrió en silencio sin saber qué le ocurría porque los médicos no tenían un diagnóstico. Pero 13 años después expulsó un objeto que se alojaba en su garganta, y su larga pesadilla terminó cuando pudo recuperar su voz.
En 1970 la familia McCreadie se mudó de Londres a Australia. Marie McCreadie era una pequeña niña que intentaba imitar el acento australiano, pero nunca se imaginó lo que le iba pasar.
“[Un día] me desperté con un fuerte dolor de garganta y con un gran resfriado, uno o dos días más tarde tuve bronquitis”, comentó Marie a la BBC.
Se sentía muy mal, la irritación de su garganta era “muy intensa” por la fiebre. Cuando bajó la temperatura, la infección en su pecho había desaparecido, seis semanas después, hasta empezó a sentirse mejor, “Pero mi voz no regresó”, explicó la mujer.
Pensaba que era cuestión de tiempo, para que recupere el habla. A medida que los días pasaban, se daba cuenta que no solo estaba comprometida el habla, sino que tampoco podía emitir ningún tipo de sonido. Ni su tos emitía ruido, ni una voz ronca, una risa sofocada, un susurro, nada.
Hizo varias consultas médicas y recibió diversos diagnósticos. Hasta llegaron a decirle que padecía de mutismo histérico.
El médico de la familia creía que Marie se negaba a hablar. La pobre niña Sufrió varias situaciones traumáticas, Una vez una profesora la obligó a sumarse al coro de la escuela, todos en la clase debían hacerlo, y Marie tuvo que salir al escenario y dice que «fue vergonzoso».
Sin duda, muchos en la escuela no entendían su mutismo.
«Yo solo quería gritarles, pero me lo tenía que guardar todo para mí. Tenía toda esa rabia e ira dentro que no podía liberar. Estaba enojada conmigo misma por no poder comunicarme y me culpaba por eso», describió.
Sin embargo hacía lo posible para poder comunicarse. «Siempre llevaba pequeños cuadernos de notas y un lapicero, y me dedicaba a escribir. Algunos de mis amigos podían leer los labios, pero no siempre. A veces no podía meterme en las conversaciones».
El colegio no le ayudaban; más bien todo lo contrario. “Iba a un colegio católico y una monja, al ver que no había una razón física que me impidiera hablar, dijo que Dios me estaba castigando al haberme dejado sin voz», recordó.
«(Mis compañeros) empezaron a creer en lo que decían, que estaba siendo castigada y que tenía que confesar mis pecados para recuperar mi voz. Yo me negaba a confesarme porque no tenía nada que confesar».
«Al principio se reían de mí. Las niñas solían llamarme la mujer del diablo y otras bromas de ese tipo, pero con tiempo dejó de ser una broma. Era grave, extremo». Marie recuerda que regresaba a casa llorando.
«En el mundo en el que crecimos, el cura, las monjas y los médicos siempre tenían razón. No los ponías en duda», aseguró.
Su vida se convirtió en un infierno, sus vecinos creían que estaba loca; una amiga de la madre hasta le sugirió que la abandonen. A los 14 años trató de quitarse la vida. Cuando se recuperó, en vez de volver a la escuela, la trasladaron a un hospital psiquiátrico.
«Eso fue un infierno, una pesadilla. Había drogadictos, personas con crisis nerviosas, una mujer que creo que había sufrido abusos… Yo era la más joven y era muy influenciable», explica Marie, quien logró escapar de ese lugar y, convencida de que no recuperaría la voz, trató de reconstruir su vida. Aprendió lenguaje de señas, volvió a estudiar y aprendió mecanografía.
Cuando tenía 25 años comenzó a sentirse muy mal en el trabajo. «Empecé a toser y me salió sangre de la boca. Pensé que me moría. Podía sentir algo moviéndose en el fondo de mi garganta”, expresó Marie.
En el hospital, los médicos le extrajeron un bulto de la garganta, cubierto de mocos y sangre. Se trataba de una moneda de tres peniques.
La moneda llevaba desde los años 60 atascada en su garganta, pero ella dice que no tiene ni idea de cómo pudo acabar ahí.
«Pude sentir el sonido en mi garganta, gemidos, sollozos”. Al principio, no sabía de dónde venía ese ruido. Pensé que alguien se estaba metiendo conmigo».
Los médicos se excusan de que, al estar en la garganta, no se podía ver mediante una radiografía.
Marie tuvo que aprender a respirar y a moderar el volumen de su voz. Su primera llamada telefónica fue a su madre, quien comenzó a llorar. Después se uniría al coro local, como una manera de reivindicarse con su pasado.
En su libro, Voiceless («Sin voz»), publicado en julio de 2019, cuenta su historia.
En cuanto a la moneda, todavía la conserva en una pulsera que a veces usa.
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