En lo más difícil de la pandemia, un vecino de un barrio latino de San Diego, California, sacó a la calle una mesa con fruta y vegetales para ayudar a los más necesitados. La llamó la «Mesa de justicia y esperanza», un proyecto que ahora alimenta sin costo a más de 1200 familias cada mes.
Esta pequeña iniciativa surgió como fruto de un «genuino deseo de ayudar, aunque fuera con un poquito» a las familias más impactadas por la pandemia en el barrio de Sherman, explicó Christian Ramírez, su creador.
Comenzó el año pasado con unas docenas de naranjas, limones y unos pocos vegetales y hortalizas, pero ahora llegan hasta esta mesa camiones con alimentos donados y cuenta con grupo de madres inmigrantes que se turnan para ayudar a la comunidad todo el día.
«Mi familia y yo estábamos muy preocupados al ver en el vecindario a otras familias sin ayuda por desempleo, sin transporte, ni alimentos ni ayuda oficial», recordó Ramírez.
Ante este panorama, sacó de su casa una mesa sobre la que extendió los productos de cultivaba en su jardín y les agregó algunas latas de alimentos y colocó un letrero en el que invitaba a los transeúntes a tomar de ahí lo que necesitaran y, si podían, dejaran algo a cambio para otros vecinos también necesitados.
Pronto personas de la tercera edad comenzaron a llegar en busca de papas y frutas y dejaban a cambio enlatados u otros productos perecederos.
La mesa ha apoyado este año a inmigrantes de «casi todo el mundo», aunque la mayoría de las personas que llegan en busca de alimentos son latinas, dijo Ramírez.
Ayuda directa y cercana
Armida Lara, vecina del barrio latino de Logan, explica que este proyecto ha sido una «gran ayuda» para ellos en plena pandemia y ve «admirable» lo que hacen estas «personas de tan buen corazón».
La necesidad era real. Los bancos de comida estaban por lo general lejos y sus horarios de atención tampoco eran accesibles a las familias que, en medio de una de las etapas más feroces de la pandemia, tenían que transbordar en transporte público por horas para acercarse hasta ellos.
Y conforme los residentes de esta zona del condado de San Diego se enteraban del proyecto de la mesa, comenzaron participar con lo que podían.
A ellos se sumaron residentes de vecindarios de mayor poder adquisitivo que empezaron a reunir donativos para este proyecto que poco a poco se convirtió en algo mucho más grande.
Solidaridad en el campo
Ahora hay sindicatos que hacen algunas compras y pasan hasta Sherman a dejarlos, pero el cambio más notable empezó cuando personas relacionadas al campo se sumaron al proyecto.
Un importador de productos frescos mexicanos empezó a donar a la mesa cargamentos de frutas y vegetales que, de permanecer guardados más tiempo, podrían echarse a perder.
«Nos traen cajas de productos que tal vez ya no están tan frescos como los que la gente encontraría en un supermercado, pero que siguen perfectos para preparar la comida en los siguientes días», dijo Ramírez.
Ahora llegan también productores agrícolas del condado de San Diego y hay cadenas de tiendas de alimentos que colaboran con la mesa del barrio inmigrante.
Madres de familia
Después de unos meses, el proyecto rebasó al fundador y algunas de las madres de familia inmigrantes que se beneficiaban con esta iniciativa solidaria decidieron sumarse.
Alma Alcantar, una madre de familia mexicana, acordó con sus hijos el tiempo que cada día donaría a la «Mesa de Justicia y Esperanza».
«A veces vengo tres horas al día, a veces cuatro, según pueda desocuparme de mis obligaciones de la casa sin descuidar a mi familia», explicó.
Alcantar es parte de un equipo de ocho madres mexicanas y guatemaltecas sobre las que ahora descansa el proyecto.
«Abrimos los costales de arroz, de frijol o de azúcar, y separamos en bolsas de plástico por libras, para que les toque a más personas», comentó Alcantar.
Después de cargar costales de cebolla y papas, de desempacar y ordenar enlatados, el grupo de madres queda agotado pero con mucha satisfacción.
«Nada tan bonito como ayudar a la gente», agregó una madre guatemalteca.
La madres inmigrantes voluntarias, «unas verdaderas heroínas de la comunidad», según Ramírez, también fueron llamadas hace unas semanas para que ayudaran en el proceso de vacunación contra covid-19 en el Centro Comunitario Sherman, porque ahora son muy conocidas en el vecindario.
Y muchos las conocen por sus nombres —Marcela, Araceli, Angélica, Ofelinda, Cinthya, Flor y Erika—, y su popularidad las llevó también a darse el tiempo para presentar en redes sociales platillos que cocinan para sus familias con productos que ellas mismas toman de la «Mesa de justicia y esperanza».
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