El Café Republic de North Beach Street, en Fort Worth, ocupa un lugar especial para alguien que alguna vez rezó en una playa durante la batalla de Iwo Jima.
Ese alguien es Don Graves, de 97 años, que se incorporó al Cuerpo de Marines en 1942 a la edad de 17 años, y se embarcó para luchar junto a otros 335 marines, de los cuales solo 18 salieron de la isla.
En su Segundo Batallón, Graves fue el único lanzallamas que sobrevivió.
Comenzó a frecuentar el Café Republic en 2019, poco después de que su propietario, Jimmy Arta Pollozani, abriera sus puertas por primera vez, según declaró el propietario a The Epoch Times.
«Llega y no espera a que lo ubiquen; siempre va y se sienta en la mesa uno», dijo Pollozani. «Como ahora siempre viene y se sienta en esta mesa, vamos a convertirla en la mesa de Don Graves».
El héroe de guerra local se pasa por aquí todos los días y, un día de dieta pidiendo un panecillo inglés y fruta, pero también le encanta su clásico benedict, con tocino y huevos.
«Notamos que siempre llevaba su gorra que dice ‘Sobreviviente de Iwo Jima’, y empezamos a preguntarle por ella», aseguró el propietario.
«Nos sentamos y empezamos a hablar de su servicio militar, de Iwo Jima y de todas esas cosas».
En su honor, colocaron sobre su mesa fotos de Graves en el ejército, la batalla de Iwo Jima y el izado de bandera.
Aficionado a la historia, Pollozani se enteró que Graves, que crecía en Michigan, intentó por primera vez incorporarse a los Marines a los 16 años a raíz del ataque a Pearl Harbor, pero lo rechazaron por su edad.
El día de su cumpleaños, seis meses después, se enlistó.
«Tenemos que respetar a nuestros veteranos militares, especialmente a Don Graves, porque es un lanzallamas», dijo Pollozani, un policía. «La esperanza de vida de un lanzallamas era de unos 13 minutos».
«Es muy conocido en la región de DFW, aquí en Fort Worth, y la gente le tiene mucho respeto».
Graves arrastró una vez un lanzallamas de 72 libras a esa desagradable playa acompañado de un marine a cada lado para ayudarle, recordó el sobreviviente. Su tarea consistía en derribar los búnkeres donde se fortificaba el enemigo.
Vio cómo el legendario John Basilone, galardonado con la Medalla de Honor, fue abatido a 30 metros a su derecha.
«No podíamos movernos, no podíamos levantarnos», dijo Graves. «Los chicos estaban siendo asesinados. Cada vez que salían de la cima, se caían».
Tardaron tres agotadores días en alcanzar su meta: llegar al Suribachi, a 540 pies de distancia.
Graves vio el icónico despliegue de la bandera de Iwo Jima, se despidió de sus amigos y se marchó de la isla.
Sobre la oración en la playa, Graves contó: «Puse mi cara en la arena. Dije: ‘Dios, no sé mucho de ti. Pero si puedes hacer por mí lo que la gente me dice que puedes hacer, te serviré el resto de mi vida'».
Y así lo hizo. Al regresar a casa y ser despedido de una fábrica de refrigeración, se unió a un ministerio y prestó sus servicios a la iglesia durante 32 años.
Unos 70 años después de aquella oración, Graves entró en el Café Republic y contó su historia de sacrificio y patriotismo: de cómo él y los chicos con los que luchó lo hicieron por amor a la patria y a la bandera estadounidense.
El año pasado, el Café ayudó a Graves a celebrar su 97º cumpleaños y contó con una asistencia masiva.
«El tipo tiene [casi] cien años y es un tipo fuerte», añadió Pollozani. «Ya no hacen tipos así».
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