Una semana después del funeral de su hija menor, Frank O’Donnell vio una mariposa monarca negra y naranja en el patio trasero de la casa familiar en North Providence, Rhode Island.
Fue un momento que conmovió a Frank, y le hizo eco del recuerdo de su hija, Keri.
«Nunca había visto a una mariposa quedarse quieta tanto tiempo», recordó.
Este singular encuentro llevó a Frank a criar mariposas en su patio trasero y a enviar las semillas de algodoncillo que le sobraban a cualquiera que quisiera ayudar a estos insectos en peligro de extinción a proliferarse en la naturaleza.
Frank explicó a The Boston Globe que esta especie de mariposa está intrínsecamente ligada a su recuerdo de Keri.
«Las monarcas, para mí, son Keri», dijo. «También me encanta ver las otras mariposas, pero las monarcas son las que me recuerdan a ella».
A los 15 años, Keri murió en un accidente de tráfico en julio de 2010. La rueda de una furgoneta se estalló cuando iba a la playa con su hermana y tres amigos, y el vehículo salió disparado de la autopista.
En medio de su dolor, aquel momento en que la monarca se quedó con él le causó una profunda impresión; el naranja era uno de los colores favoritos de Keri.
Un amigo animó a Frank a plantar algodoncillo en su jardín, una planta en la que las monarcas ponen sus huevos. El concepto de jardín se concretó cuando un amigo le regaló a los O’Donnell una estatua de un ángel. El jardín conmemorativo de Keri tomó forma.
Después de trasladar el jardín a la nueva casa de los O’Donnell en Jamestown, Frank instaló un recinto de malla iluminado por el sol en su cobertizo para criar varias docenas de larvas de monarca, recogidas del Jardín de Keri, del jardín de un amigo y de Monarch Watch, un grupo de conservación sin ánimo de lucro.
Sobre el recinto, colgó una foto de Keri.
Con una dieta de tallos de algodoncillo, las larvas de Frank se han convertido en orugas y luego en crisálidas. Al cabo de unas semanas, 27 se convirtieron en mariposas y fueron liberadas en el patio, desde donde finalmente han emprendido su migración de 5000 kilómetros hasta los bosques de abetos del centro de México.
Además de las mariposas, el jardín de Keri ha atraído a otras criaturas, como los arrendajos azules, que también han despertado recuerdos de Keri en su mente.
Frank instaló comederos, afirmando que los pájaros y las mariposas aportaron color «cuando no había color en ningún otro sitio».
Cuando llegó el momento de cosechar las vainas de algodoncillo, Frank se dio cuenta que le sobraban semillas. Con el recuerdo de su hija en mente (y el destino de las monarcas), empezó a enviar paquetes de semillas a todo el las quisiera.
Llegaron peticiones de los 50 estados.
«No quiero hablar por alguien que no está aquí, pero creo que [Keri] estaría feliz», dijo Frank a WPRI. «Estaría más contenta si no hiciéramos esto, pero en cierto modo la estamos manteniendo viva».
Frank dijo a The Epoch Times que desde entonces se quedó sin semillas de algodoncillo, pero se comprometió a añadir nombres a una lista de espera para su próximo lote en otoño.
El viaje que comenzó con el Jardín de Keri lo ha convertido en una persona más espiritual, reflexionó Frank.
«Sinceramente, creo que está cerca», dijo a The Boston Globe. «De vez en cuando, siento como un pequeño cosquilleo y ya saben, es como si alguien me prestara atención».
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