Durante una crisis nerviosa cuando tenía poco más de veinte años, en el momento del asesinato de John F. Kennedy, me encontré con un vacío de vida que quizás solo algunos han experimentado alguna vez.
En la escuela universitaria, yo, como muchos jóvenes de la época, tenía la intención de marchar hacia la insensatez de la guerra. Me inscribí en el Cuerpo de Capacitación de Oficiales de la Reserva (ROTC por sus siglas en inglés) de la universidad, me gradué Cum laude y fui nombrado subteniente del Cuerpo de Señales del Ejército. Con una beca completa, me matriculé en ingeniería de posgrado de Yale. Sin embargo, mientras luchaba por ese camino, enfermé el día del asesinato de John F. Kennedy y me diagnosticaron esquizofrenia aguda causada por el estrés de reprobar mis cursos, la mala nutrición y el miedo al enfrentamiento de Vietnam. No podía funcionar y mis padres me llevaron a casa.
La calidez amorosa y llena de lágrimas de mi madre y sus comidas nutritivas me liberaron del estrés externo, permitiendo que mi mente se desconectara de los rutinarios y rigores ordinarios de la vida. Comencé a recuperarme y añoré el suave latido del corazón de la Madre Naturaleza. Deambulé por los bosques circundantes y los prados floridos cerca de mi casa, pero la comodidad y seguridad de mis circunstancias no fueron suficientes. Faltaba el elemento de riesgo, imprescindible para mi crecimiento espiritual.
Aprisionado en mi cabeza, mi enfermedad me aisló del mundo exterior. Distraído por una charla interior sin sentido, no podía expresar mis extrañas ideas sobrenaturales. Sin embargo, durante esos largos meses de oscuridad aislada, de alguna manera me fui transformando en un ser diferente que pronto penetró las paredes de su capullo. Mi crisis se convirtió en un gran acontecimiento.
Desesperado por encontrar dirección, traté de aprender de los escritos de grandes sabios del pasado, que leí y releí para ayudarme con la confusión sobre lo que debía hacer y descubrir lo que me motivaba.
Durante esta lucha por ganarme las alas de la libertad, era consciente de que los tranquilizantes me debilitaban, por lo que secretamente dejé de tomarlos cuando me sentí capaz de hacerlo. Como una oruga transformándose en su metamorfosis a partir de papilla, emergí del confinamiento solitario, a diferencia de la criatura que era antes. Siempre en oración y un día misteriosamente renaci. Como escribió Leonardo DaVinci: «Me desperté y descubrí que el mundo entero todavía estaba dormido». Era como si hubiera resucitado espiritualmente de entre los muertos vivientes.
Mi crisis nerviosa de alguna manera se convirtió en un avance espiritual.
La Palabra de Dios se convirtió en mi consejera, mi musa, animándome a dejar a mi familia y mi carrera, a dar todos mis ahorros a los pobres y a abandonar mis deseos mundanos. Si realmente quería descubrir quién era realmente, nada menos peligroso sería suficiente.
Solo los detalles de mi experiencia religiosa varían de lo que muchos otros han sufrido. Quienes logran sobrevivir a una metanoia espiritual han tenido que soportar los severos dolores del parto, así como la carne da a luz al espíritu (Juan 16:21). Tuve que soportar muchos más traumas en mi crecimiento espiritual hacia la madurez como nuevo ser. Movido por las Escrituras para combatir mis miedos, salí a la carretera en una peregrinación sin un centavo, usando una chaqueta militar usada, botas militares y llevando algunos elementos esenciales en una mochila.
Parte de mi curación continua ha sido la escritura de esta experiencia de diez años en un libro llamado “El camino peligroso… Mi búsqueda con Dios y lo milagroso”, que espero inspire a otros en su viaje hacia la autorrealización. Aunque fue un desafío físico, el trabajo mucho más duro fue examinar mi vida interior y conquistarme a mí mismo. Escribir mi insólita aventura me ha llevado más de veinte años.
Espero que mi historia real anime a los psiquiatras, los cuidadores, los padres de jóvenes suicidas y cualquier persona que padezca una depresión incapacitante. Este camino hacia la recuperación total no es para los débiles de corazón, ya que el don de la curación genuina de Cristo requiere coraje y fe en que podemos emerger de nuestra noche oscura del alma como emperadores que se elevan hacia la gloria de Dios.
Puede conocer más detalles sobre mi libro en RMDellorfanoAuthor.com
Por Richard M. Dell’Orfano
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