Una estudiante de medicina con un grave trastorno de alimentación que interrumpió sus estudios hizo pública la historia de su recuperación. Además, regresó a la facultad de medicina para graduarse con la esperanza de ayudar a otras personas.
Sarah Rav, de 22 años, migró de Malasia a Melbourne, Australia, a la edad de 7 años. Detallando su historia en una serie de videos en IGTV, Sarah dijo que su trastorno alimenticio se arraigó en su adolescencia y en 2018, casi le quita la vida.
Sarah cree que ciertas características de su infancia la predispusieron a un trastorno alimenticio. Como inmigrante, siempre se sintió como una marginada, y describe la experiencia de intentar asimilarse a la cultura australiana como si «llevara una máscara» y «fingiera» ser algo que no era solo para acoplarse.
A los 13 años, Sarah creó una colección de fotos de moda de alta gama en su cuenta de Tumblr, y decidió que quería convertirse en modelo. Para alcanzar su sueño, se inspiró en las modelos delgadas de alta gama y decidió perder algunos kilos.
La mejor manera de perder peso, razonó, era dejar de comer.
«Empecé por saltarme la comida», dice Sarah. «Mi deseo de ser modelo era más fuerte que mi deseo de comer, así que aguanté».
Sarah convenció a sus padres que la inscribieran en una agencia de modelos. No la contrataron de inmediato, y el rechazo impulsó sus esfuerzos por perder peso. Con el tiempo, Sarah se obsesionó con la idea de alcanzar la «perfección» en todos los aspectos de su vida, incluido su estilo de vida fitness.
Pensaba que «estar en forma, saludable y exigente» definía quién era y sería «menos digna de ser una persona y menos querida por los demás» si no mantenía estas cosas.
«Me la pasaba horas investigando y leyendo sobre consejos de salud y nutrición», dijo Sarah. Estos conocimientos me hicieron extremadamente rigurosa en cuanto a lo que «podía» y «no podía» hacer [y] comer».
La adolescente también se forzó a correr «distancias descabelladas», incluso mientras su cuerpo se descomponía y hasta que le sangraban los pies.
«No me permitía tomarme un día de descanso», dijo.
Sarah redujo su consumo de calorías a «un número ridículamente bajo» solo porque la colmaba de una «sensación de logro», dijo. Su desayuno típico durante este tiempo era un yogur sin grasa y sin azúcar; el almuerzo era una barrita de proteínas y una Coca-Cola Light; y la cena consistía en lechuga, calabacín o brócoli y un aliño bajo en calorías.
Los padres, preocupados, la enviaron a un psicólogo, pero las citas eran costosas, así que dejó de asistir. «En ese momento no me di cuenta de la importancia de la psicoterapia», dijo.
Sarah, que deseaba comer más pero mantener un «buen aspecto», se interesó por la halterofilia, pero ahora sabe que su régimen de castigo era un mecanismo de afrontamiento de su ansiedad debido a los «abrumadores sentimientos de culpa y vergüenza» si no alcanzaba su supuesto objetivo de fitness del día.
Es un «gran error», dijo, que los trastornos alimenticios estén motivados únicamente por la vanidad y el aspecto físico.
En 2018, el régimen de ejercicio de Sarah y el límite autoimpuesto de 400 calorías al día la estaban afectando de forma peligrosa. A los 20 años sufría de fatiga, problemas para dormir, dolor de presión al sentarse o acostarse y una vida social reducida.
«Recuerdo haber pensado honestamente, durante ese tiempo, ‘no quiero hacer esto el resto de mi vida'», dijo.
Al describirse a sí misma «como un zombi«, Sarah enfrentó una intervención. El decano de su universidad la llamó para hablar con ella; los compañeros y los tutores de Sarah se habían dado cuenta de su radical pérdida de peso y que su rendimiento había disminuido y le recomendaron que se ausentara.
Sarah pesaba solo 30 kilos (aproximadamente 66 libras) con un índice de masa corporal (IMC) de 10 —un IMC saludable para una mujer joven está entre 18 y 25—. Su médico la envió directamente a urgencias. Después de recibir atención médica y psiquiátrica, Sarah se dio cuenta que su trastorno alimenticio —subtipo «restrictivo» de anorexia nerviosa— era real.
«Esa semana fue, probablemente, la semana en la que toda mi vida cambió», dijo. «A partir de ese momento, supe que tenía que mejorar».
Sarah permaneció bajo estricta vigilancia, e incluso la acompañaban al baño, pero agradece a las enfermeras que hicieran soportable su estancia en el hospital.
«Ellas sabían que yo venía de un lugar de dolor y un lugar de miedo», dijo. «Eso es algo que espero llevar conmigo en el futuro como médico: tratar al paciente, no a la enfermedad».
Sarah fue dada de alta con un plan de alimentación y se incorporó a un programa de rehabilitación comunitario, que le permitió ocuparse de su recuperación con el apoyo de sus padres y de un psicoterapeuta. Admitió que recuperar el peso fue difícil, pero le da crédito a sus conocimientos médicos que le permitieron aceptar el proceso de curación de su cuerpo.
Después de alcanzar un peso saludable, Sarah contrató a un entrenador personal para que le dirigiera un nuevo régimen de entrenamiento de fuerza. «Estaba cediendo el control de una manera realmente buena para mí», dijo.
La tasa de suicidio entre los pacientes con trastornos de alimentación, que pueden sufrir una depresión grave, es 32 veces mayor que la de la población general. «Estoy muy, muy agradecida de no haber pensado ni una sola vez en quitarme la vida», reflexionó Sarah, «pero hay mucha gente ahí fuera que puede estar pensando en eso».
«Cuando me diagnosticaron el trastorno alimenticio, no sentí más que vergüenza, culpa y miedo de lo que los demás pensaran de mí», dijo. «Pero desde que conté mi experiencia, solo he recibido mensajes positivos y apoyo».
Sarah da crédito a su mentor en particular, el Dr. Richard J. Brown, por recordarle exactamente por qué quería ser médico. Ahora, con 22 años, Sarah ha vuelto a la universidad y ha recuperado lo que describe como un «peso normal».
En una emotiva carta dirigida a su yo del pasado y a los demás, Sarah aboga por la recuperación por las siguientes razones, entre otras: «No parecerá enferma», «le volverá a crecer el pelo», «estará llena de vigor» y, quizá lo más conmovedor, «se convertirá en la persona que quiere ser».
En la actualidad, Sarah tiene más de 1.4 millones de seguidores en Instagram y 900,000 seguidores en TikTok. También dirige una clase magistral sobre estilo de vida y productividad para otros estudiantes que puedan tener dificultades.
«Tuve que pasar por un infierno absoluto antes de ver la luz», dijo Sarah. «Y, sin embargo, sigo considerando mi batalla contra la anorexia nerviosa como una bendición (…) a través de compartir mi experiencia, puedo salvar a otros de pasar por el infierno que tuve que soportar».
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