Mientras estaba embarazada de su hija, Nataliia Martyniuki quedó destrozada cuando los médicos le aconsejaron que abortara. En medio de las complicaciones, no se esperaba que su bebé sobreviviera, pero Nataliia decidió confiar en un milagro y se negó a hacerlo.
Once años después, ese milagro se convirtió en una hermosa y prometedora artista llamada Anna.
«He aprendido a creer en los milagros y a esperarlos, incluso en circunstancias difíciles», dijo Nataliia, de Ucrania, a The Epoch Times.
«Todos los niños son especiales, no cabe duda, pero nunca esperé que este bebé bajo mi corazón cambiara tanto mi vida».
A las 20 semanas de gestación, Nataliia visitó a su médico llena de ilusión.
«Ya quería a mi bebé a pesar del sexo», dijo, y añadió que «¡soñaba con una niña!. Soñaba con enseñarle que todas las niñas son princesas. (…) También le enseñaría a dibujar, a jugar con los colores como si fueran instrumentos».
Cuando el médico se preocupó, le sugirió que pidiera una segunda opinión a un especialista. «Si comprueba mi diagnóstico, no pierda el tiempo; no hay posibilidades de vida», recuerda Nataliia que le dijo. Los riñones del bebé estaban cubiertos de quistes, su abdomen estaba distendido y la vejiga no era visible. Le dijeron que el «mejor resultado» que podía esperar era que su bebé sobreviviera al nacimiento, pero que muriera poco después.
«Pero sufrirá», añadió el especialista, según Nataliia. «Pida cita para abortar».
Nataliia estaba devastada. Pero no siguió su consejo. En lugar de eso, recurrió a su fe para que la guiara. Recordé el pasaje bíblico de Lucas 1:37: «Para Dios no hay nada imposible». Así que la futura madre se enfocó en la fecha del parto.
Un parto natural era demasiado arriesgado para tener a Anna, debido al tamaño del abdomen del bebé, dijeron finalmente los médicos, así que se prepararon para una cesárea.
Después del nacimiento, Anna no murió. Pasó una semana en cuidados intensivos y salió del hospital con un diagnóstico oficial de riñones poliquísticos bilaterales, que requieren análisis de orina semanales, control mensual de los niveles de creatinina y hospitalización inmediata en caso de malos resultados.
«Me aterroricé cuando vi su enorme barriga», recuerda Nataliia. «Tenía miedo de hacerle daño (…) Tenía la extraña sensación de que podía de enseñarle a otras madres a cuidar de sus bebés y no sabía cómo cuidar la mía».
Una vez más, la fe de la nueva madre le permitió enfocarse en lo positivo.
Anna dio sus primeros pasos a la edad de 2 años. Era una niña tímida y tranquila, que rápidamente desarrolló su amor por los libros y la pintura, tal y como su madre había soñado.
Luego vinieron numerosos viajes a diferentes hospitales en distintos países, pero madre e hija persistieron. «No fue fácil, pero me alegré de haber elegido la vida», reflexiona Nataliia.
Anna, que ahora tiene 11 años, pinta alegres y deslumbrantes cuadros para exponerlos en las salas infantiles de los hospitales. Para una exposición de sus obras, eligió el lema «Rezamos para vivir, vivimos para crear».
En la actualidad, Nataliia educa a su hija en casa y dirige un club de arte, «Princesas del Arte», donde una de las alumnas de Anna, otra potencial artista llamada Darynka, utiliza una silla de ruedas y maneja su pincel en la boca.
Nataliia también imparte clases de escuela dominical en la iglesia junto a su hija, y ayuda a otras madres a difundir sus propias experiencias de «milagros».
La historia de Anna fue inmortalizada en «¡No digas tonterías! Soy un milagro de Dios!», un libro en ucraniano que pronto se publicará en inglés.
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