Raptada y abandonada en la selva a los 4 años sobrevivió gracias a los monos, hoy cuenta su historia

Por Louise Bevan
14 de agosto de 2024 8:06 AM Actualizado: 14 de agosto de 2024 8:06 AM

En las profundidades de la selva colombiana, una niña pequeña se enfrentó al miedo y la soledad más absolutos. Abandonada por sus captores, encontró consuelo y supervivencia en el lugar más inesperado: una tropa de monos capuchinos.

Décadas después, aquella niña perdida logró convertirse en una mujer que ha reconstruido su vida, formado una familia y encontrado la fuerza para compartir su impactante experiencia con el mundo, siendo ejemplo de extraordinaria resiliencia y adaptación y, por sobre todo, el increíble poder del espíritu humano para sobreponerse a las circunstancias más adversas. Esta es su historia.

Marina Chapman cree que «ya debería tener unos 73 años», pero no sabe con certeza en qué año nació. Sin embargo, su primer recuerdo es que la raptaron de su casa, en una zona rural de Colombia, cuando tenía apenas 4 años.

«No hice nada más que llorar»

«Alguien vino por detrás y me tapó la cara con un trapo. Era tan maloliente, fuerte», dijo la Sra. Chapman a The Epoch Times. «Me debilité mucho. Oí llorar a unos niños, sentí que estaban a mis espaldas. Pero yo estaba muy callada».

La Sra. Chapman recuerda un viaje «largo y rápido», tras el cual sus secuestradores la abandonaron en la selva. Era de noche, estaba sola y confusa, pero se aferró a la esperanza de que las mismas personas que la dejaron allí regresarían. No lo hicieron.

«Creo que me quedé un poco dormida», dijo. «Quizá me desperté con algo de luz, con sol. Me desperté y había mucho ruido. No sé si estaba llamando a mi mamá, estaba pidiendo para que alguien venga a buscarme porque no tenía ni idea dónde estaba».

La Sra. Chapman dice que entonces se sentó y lloró, pero de repente vio a un mono curioso. La criatura se acercó pero no la tocó y finalmente se marchó. Luego vinieron otros. «Creo que se aburrieron de mí. Se fueron porque no hacía otra cosa que llorar».

Esta es la fotografía más antigua que se conoce de la Sra. Chapman, de cuando tenía 17 años (Cortesía de Marina Chapman).

Recuerda haber encontrado un estanque con «agua limpia y bonita» de la que bebía, utilizando hojas para llevarse el agua a la boca. No hubo comida durante «algún tiempo», hasta que se dio cuenta de que los monos tenían un plan: se colaban en las casas de los humanos de la selva mientras dormían y robaban fruta.

«Un día, me di cuenta de que uno de los monos llevaba demasiada», relató. «Se le cayó un plátano al suelo y lo agarré. … Tuve que comer muy deprisa porque el mono vino hacia mí y me lo quitó».

Sobrevivir en la jungla

Cuando los días se convirtieron en semanas, y luego en meses, la Sra. Chapman dice que empezó a entender el lenguaje único de los monos. Un fuerte chillido les alertaba del peligro, mientras que algunos silbidos señalaban peleas entre los propios monos. Un tic-tac de «tttttt» acompañaba al acicalamiento.

Según Chapman, los monos están pendientes de ella, pero tardaron mucho en tocarla. El primero fue un capuchino adolescente.

«Creo que venía de la punta del árbol o algo así», dijo. «Se sentó sobre mis hombros y fue un momento reconfortante. Empezó a mirarme las orejas, la nariz… buscando algo». Poco a poco, las crías se fueron acercando a mí.

«Intenté trepar a los árboles. Me caí. Lo intenté muchas veces. … No quería quedarme ahí abajo porque era solitario. Solían ir a los árboles, así que intenté unirme a ellos. Me llevó un tiempo».

(Cortesía de Marina Chapman)

Cuanto más tiempo pasaba en la selva, menos parecía importarle el tiempo a Chapman. Aprendió a escalar árboles y a buscar comida; la supervivencia era primordial. Recuerda que pasó «mucho tiempo» antes de que viera su reflejo cambiado en un trozo de espejo roto en el suelo de la selva.

«Vi mi cara y me quedé de piedra, porque pensaba que parecía un mono», confesó. «Mi ropa desapareció, porque los monos tiraban de ella poco a poco. … había humedad y hacía calor todo el tiempo, tanto de día como de noche. No tenía ropa y no me importaba, porque nunca sentía frío».

Conocer al abuelo mono

La Sra. Chapman recuerda haber establecido una conexión especial con un miembro de la tropa de monos, un anciano patriarca al que apodaba Abuelo. «Tenías que respetarlo», explicó. «Si levantaba las cejas, teníamos problemas».

Había aprendido a imitar el comportamiento de los monos, pero un día, recuerda, le pudo el hambre y se atiborró de una fruta venenosa. Cree que el abuelo la arrastró hasta un charco cercano de agua turbia y la obligó a purgarse tirando de ella hacia el agua.

«Solo recuerdo el dolor. Pensé: ‘Me voy a morir’. Bebí tanta agua. … Creo que vomité», dijo, recordando la presencia del abuelo, «Él no hizo nada; se quedó allí, volvió a su sitio. Con su mirada, me di cuenta de que podía confiar en él».

(Cortesía de Marina Chapman)

Abandonar la selva

La Sra. Chapman cree que permaneció en la selva con los monos durante seis o siete años. Durante ese tiempo, a veces veía cazadores armados entre los árboles y se escondía, oyendo los «horribles gritos» que salían de los sacos en los que metían a los animales robados, temiendo que le hicieran lo mismo a ella.

Un día vio a una joven que parecía «una buena persona» junto a los cazadores y decidió darse a conocer.

La Sra. Chapman dijo: «Me acerqué poco a poco, me acerqué a ellos e intenté tomarla de la mano. … ella me llevó ante este hombre, y este hombre me envolvió y me metió en el camión con los animales. … pero fue realmente brutal. Me sentía insegura. Quería volver con los monos».

Dentro del camión, la Sra. Chapman afirma que intentó hacerse amiga de un mono joven que estaba en una caja y que gritaba de miedo. Recuerda un viaje de muchas horas sin nada que beber hasta que las luces intermitentes y el tráfico denso indicaron que habían llegado a una ciudad. Recuerda que la empujaron fuera de la furgoneta hasta la casa de una «mujer enorme», que la agarró del brazo e intercambió dinero con el cazador.

(Cortesía de Marina Chapman)

En una entrevista con The Guardian, la Sra. Chapman explicó que había sido vendida a un burdel, donde la golpearon, pero consiguió huir antes de que la vendieran por primera vez a un cazador. Acabó viviendo en la calle, donde los niños del barrio se burlaban de ella por no saber hablar correctamente.

Hambrienta y sin hogar, encontró consuelo en la compañía de bandas callejeras «porque eran como monos». Robaba comida para alimentarse y acabó siendo recogida por la policía mientras dormía en el banco de un parque.

«Me preguntaron por mi familia, mi madre, mis padres. Les dije que no tenía», recordó. «Les hablé de los monos. Se rieron y no lo podían creer. Me metieron en una cama por la noche, y por la mañana me desperté y la policía me llevó a desayunar a un restaurante local… luego me soltaron».

La Sra. Chapman empezó a llamar a las puertas porque ya había visto a niños que hacían pequeños trabajos en el barrio donde también les daban de comer; ella también encontró a una familia del barrio que accedió a contratarla como asistenta doméstica a cambio de alojamiento y comida. Pero resultó que eran conocidos delincuentes y la Sra. Chapman se convirtió en esclava. No encontró refugio seguro hasta que una vecina se ofreció a enviarla en avión a vivir con su hija en Bogotá.

Fue en Bogotá, con su nueva familia adoptiva, donde la Sra. Chapman eligió su propio nombre y aprendió a ser civilizada.

«No quería llevar ropa», admitió. «Tenía que observar a la gente para copiarla, cómo tomar un tenedor, cómo comer la comida de forma adecuada. … No tenía disciplina, ni buen comportamiento. No sé cómo se las arreglaron, de verdad, los padres que me adoptaron».

Un proyecto familiar

La familia adoptiva de la Sra. Chapman emigró a Inglaterra, donde se enamoró y estableció su hogar permanente. Le siguieron el matrimonio, dos hijos y una exitosa carrera como chef.

Junto con su hija menor, Vanessa Ferero, de 28 años, compositora de bandas sonoras, Chapman está recopilando sus extraordinarios recuerdos en una serie de libros. El primero, «La chica sin nombre», se convirtió en un bestseller del New York Times en 2013.

Marina Chapman con su hija Vanessa Ferero. (Cortesía de Marina Chapman)

La Sra. Ferero dijo a The Epoch Times: «Muchos no se lo creen, lo cual es normal. Creo que yo tampoco lo haría si oyera a alguien decir que su padre ha sido criado por canguros».

Hablando del libro, la Sra. Ferero dijo: «Fue un proyecto familiar más que nada. Mamá siempre tenía recuerdos instantáneos, pero no estaban realmente unidos hasta los años en que hicimos las entrevistas; volvimos a Colombia e hicimos un montón de entrevistas, encontramos a la gente de la que hablaba mamá y lo juntamos todo. Al cabo de dos años, las dos lo miramos y parecía un libro… así que lo publicamos».

«No pretendían demostrar nada», señaló Ferero, sino simplemente dar sentido al pasado y, tal vez, reconectar a Chapman con su familia biológica.

A medida que la historia se va desarrollando, el segundo libro, «Out of the Wild» (Lejos de lo Salvaje), va dando sus frutos. Chapman sigue soñando con reencontrarse con los monos con los que creció, si es que siguen vivos, y se pregunta qué pasaría si se reunieran.

«Pienso en ellos», dice Chapman. «Pienso en que, si los veo, me reconocerán».

El primer libro sobre la vida de Marina Chapman, «La chica sin nombre», se convirtió en un bestseller del New York Times en 2013. (Cortesía de Marina Chapman)

Esta increíble odisea de supervivencia y adaptación nos desafía a reflexionar sobre los límites de la resistencia humana y la conexión que podemos forjar con la naturaleza.

Mientras esta extraordinaria mujer sigue buscando respuestas y anhelando un reencuentro con sus compañeros simios, su historia nos recuerda que el corazón humano puede encontrar hogar en los lugares más inesperados, y que la fuerza para superar lo inimaginable reside en cada uno de nosotros.

En la actualidad, Marina Chapman vive en West Yorkshire, Inglaterra, con su marido, el científico jubilado John Chapman, y sus dos hijas, Vanessa y Joanna.


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