Así rescató a su hija adolescente de las garras de la agenda trans: «Son una secta»

Por Michael Wing
29 de julio de 2024 11:48 PM Actualizado: 30 de julio de 2024 11:13 AM

Erin Friday, una madre de 57 años, nunca imaginó que su papel de protectora tomaría una dimensión tan radical. Lo que comenzó como una curiosidad inocente sobre los nuevos términos que su hija aprendía en la escuela, pronto se convirtió en una batalla personal contra una cultura que estaba transformando la identidad de su hija. En 2019, cuando su hija de 11 años adoptó una etiqueta de género, la Sra. Friday comenzó a cuestionar profundamente lo que se estaba enseñando en las escuelas y cómo estaba afectando a su familia.

A medida que la ideología de género se infiltraba en la vida de su hija y sus amigas, Friday se dio cuenta de que no podía confiar en el sistema educativo que una vez apoyó. Enfrentada a cambios dramáticos y preocupantes, decidió actuar. Se armó de conocimiento y se convirtió en una defensora feroz contra lo que veía como una influencia destructiva en la vida de su hija.

Según la madre californiana, todo empezó de forma aparentemente inofensiva: unos apodos que sonaban a chicos y un par de letras más en el abecedario. Pero inocente no era.

Algunas chicas, incluida la hija de Friday, se oían charlando en el patio delantero sobre algunas cosas nuevas que habían aprendido en la escuela. Estaban al tanto de las últimas tendencias mientras que, en sus mentes, la vieja y aburrida mamá era el dinosaurio ignorante que estaba muy allá lejos en el tiempo.

«Cinco chicas, cada una de las cuales eligió una etiqueta del abecedario, se rieron de mí y me dijeron: ‘Eres cis y no lo entiendes'», le dijo Friday a The Epoch Times. «Nunca antes había oído el término ‘cis’, y entonces me dijeron: ‘Vale boomer'».

Era 2019, y la hija de la Sra. Friday estaba en séptimo curso. Este fue el primer momento revelador de la madre: «¡¿Qué demonios les están enseñando a nuestros hijos en la escuela?!», se preguntó. La curiosidad se convirtió en preocupación a medida que germinaba esta cultura obsesionada con el género. «Probablemente sea la pubertad», pensó al principio.

Su hija, que antes era una niña y una gran fan de «Mi pequeño poni», empezó a ponerse sudaderas holgadas. La Sra. Friday pensó que se trataba de «un acto de timidez» con el florecimiento de la feminidad, pues ella misma lo había experimentado. Pero a medida que la fan de «Mi pequeño poni» se adentraba en el territorio de las «chicas soldado», calzándose botas de combate; a medida que las amigas de pelo largo empezaban a asumir nombres de chicos; a medida que aparecían los tintes de pelo morados y verdes, la preocupación de mamá empeoró.

Una semilla envenenada en la educación sexual de secundaria

Así, esta curiosa cultura empezó a dar sus extraños y nocivos frutos. Se puso de moda tener una etiqueta. Mientras una chica se identificaba como pansexual, otra se autodenominaba poliamorosa (abierta a múltiples parejas), sin sentido. «La mitad de su grupo de Girl Scouts se declaró transgénero», cuenta Friday. Se fuero los sujetadores de pechos. Las voces femeninas bajaron sospechosamente de la noche a la mañana.

«Mi hija eligió ‘pansexual’, tenía 11 años. No hay nada sexual en mi hija de 11 años», aseguró. «Un par eligieron ‘lesbiana’, pero nadie eligió ‘hetero’ —supongo que en su terminología ‘cis’— porque eso es aburrido; es como elegir helado de vainilla». En una advertencia humorística, Friday señaló que extrañamente seguían viendo «Crepúsculo» para adular a sus vampíricos y guapos galanes, por muy niñas que fueran.

Sin embargo, la mamá oso estaba indignada, sintiéndose traicionada por aquellos en los que confiaba: los profesores de su hija. Friday conocía a la mayoría de ellos por su nombre, ya que a menudo era voluntaria en la escuela. A veces salían a tomar algo juntos.

Central Middle School, en San Carlos, California (Captura de pantalla/Google Maps); (Inserto) Erin Friday. (Cortesía de Erin Friday)

«Lo que diga tu profesor es oro y verdad», dice Friday. «Las dos personas más importantes en la vida de un niño son los padres y luego el profesor». Ella había confiado en ellos, y el colegio la había defraudado.

No fueron necesariamente los propios profesores quienes hicieron la traición. La madre se enteró de que un grupo de terceros llegó e impartió cinco horas de educación sexual. Con un nombre como Health-Connected, suena inofensivo, aunque son cualquier cosa menos eso. «Dedicaron una hora entera de las cinco horas de instrucción a enseñar sobre ideología de género, con el dibujo animado del ‘hombre pan género’ —donde señalan el cerebro y señalan las partes del cuerpo— y esencialmente dicen que puedes tener un cerebro femenino y un cuerpo masculino, o viceversa».

Según Friday, los profesores se doblegaban y trataban de forma diferente a los alumnos que salían del armario como su «yo auténtico». Se les alababa por ser increíbles y especiales, se les consideraba unicornios y se les elevaba a la categoría de superestrellas. «Los niños que están en los márgenes, sin muchos grupos de amigos, o tal vez un poco raros, salen del armario como trans y alcanzan el estrellato», explicó. «Si eres blanco, de clase media o acomodada, y heterosexual, eres un opresor, eres aburrido, no hay nada especial en ti».

Con el tiempo, esta fruta malsana maduró. En 2020, cuando COVID vio a los estudiantes encerrados y aprendiendo desde casa, Friday se sorprendió al enterarse de que el instituto público había estado utilizando un pronombre masculino para denominar s su hija y se enfrentó a la administración. En una llamada telefónica, le dijeron que el motivo era proporcionar un «espacio seguro», lo que a Friday le pareció ridículo. Su hija estaba al final del pasillo.

«Me respondieron de forma muy, muy extraña [sobre el asunto del cambio de nombre]: ‘Oh, bueno, no lo hicimos legalmente'», relata Friday. «Les dije: ‘En realidad no pueden, yo soy la madre. Recuerden eso. Yo soy la madre. Ustedes no son los padres'».

«Supongo que debo ser ‘insegura’ porque uso su nombre femenino y sus pronombres femeninos. Y entonces los Servicios de Protección de Menores [SPI] aparecieron en mi puerta. La policía llegó después».

Materiales didácticos de educación sexual para secundaria de Health-Connected explican la ideología de género. (Cortesía de Erin Friday)

Los Servicios de Protección de Menores consideraron que su hija corría riesgo de suicidio, citando una búsqueda que hizo en su iPad escolar. Aunque los SPI acabaron abandonando la investigación, Friday se enfureció porque la escuela utilizó el temor al suicidio como pretexto para una posible demanda por maltrato por enfrentarse a la descarada transición social secreta de su hija.

Al lidiar con toda esta locura —la pubertad de su hija, las etiquetas de las niñas, la traición de la escuela y ahora los SPI en su puerta— el instinto de la Sra. Friday llegó al meollo de la cuestión. La depresión inducida por el encierro tenía más que ver con el arrebato de género de su hija que con cualquier otra cosa. No era la única niña que había caído en una espiral mental por culpa del COVID. Estaba más claro que el agua.

En cuanto a la solución, para la Sra. Friday y otros muchos padres, se trataba de aguas desconocidas.

El tratamiento con una terapeuta para su hija fracasó antes de empezar. El terapeuta insistió en que el recuerdo que tenía Friday de la feminidad de su hija era «incorrecto». «Me dije: ‘Vaya, es increíble. ¿Así que le gustaba ‘Mi pequeño poni’ cuando tenía 3 años solo porque estaba esperando a salir de su caparazón y hacernos saber que era un niño?», sentenció Friday. «Yo tengo un hijo; son muy diferentes».

La terapeuta hizo alarde ante Friday del tropo del «41 por ciento de posibilidades de suicidio». «Cuando le pregunté por el estudio, me quedó muy claro que ella no lo había leído. Yo sí lo había hecho», aseguró. «Me habrían despedido de mi trabajo como abogada si alguna vez hubiera citado un caso que no hubiera leído». Así que eso es lo que consiguió la terapeuta que no trató la depresión de su hija. Despedida.

Para la Sra. Friday, parecía que el mundo entero se había vuelto loco.

La batalla por recuperar a una hija perdida

Era hora de que mamá osa despertara de su letargo y empezara una seria desprogramación de género con su hija. El primer paso consistiría en encontrar un terapeuta crítico con el género más interesado en saber por qué su hija no se levantaba de la cama, no se lavaba los dientes o no comía, que en vender ideología.

Mientras tanto, Friday tendría que armarse de conocimientos. Se sumergió de lleno. Mientras leía libros como «Desist, Detrans, & Detox: Sacando a tu hijo del culto del género», de Maria Keffler, escuchó el podcast de Benjamin Boyce sobre los detransicionistas y «Género: Una mirada más amplia«.

Como si estuviera quitando las capas de una cebolla rancia y podrida, descubrió la naturaleza cada vez más oscura y siniestra de la agenda trans. Había grupos en Internet dirigidos específicamente a los niños trans, que les inculcaban un adoctrinamiento venenoso. Sus padres eran considerados villanos por no afirmar su identidad.

Y lo que es peor. Estos grupos los bombardeaban con pornografía asquerosa que llegaba en oleadas, y que Friday describió como «más allá de lo imaginable». Supervisaba el historial de navegación, los dispositivos y las redes sociales de su hija, y siempre tenía un balde a su lado por si no podía soportarlo.

Con su propio vástago enfrentado a ella, estaban como en lados opuestos de un abismo. Para que Friday recuperara la mente de su pequeña hija perdida, tendría que acortar distancias.

Sabía lo que no funcionaría: largas discusiones; pruebas científicas; guardar silencio con la esperanza de que se le pase. Sabía que no pasaría. Hay que abordarlo de frente.

Aunque su hija tendría que descubrirlo por sí misma, mamá osa le iría dejando migas de pan útiles por el camino: preguntas e insinuaciones que dejarían «pequeñas grietas» en su mente, hasta que la luz de la verdad brille lo suficiente y la realidad al fin amanezca.

«Le hice preguntas sobre las vacunas de Johnson & Johnson y le dije: ‘Dios mío, esto no es bueno para las mujeres. ¿Puedes tomarla?», recordó Frida, y continuó: «Me gritó y me dijo: ‘No soy una mujer’, y se largó. Pero eso es una victoria. Es una realidad biológica».

Otra línea de ataque se desarrolló así:

«Le pregunté por qué creía que era un niño, y respondió que no le gustaban sus pechos. Y yo le pregunté: ‘¿Qué más?’, a lo que me respondió: ‘No me gusta la regla’. ‘Acabas de explicar por qué no te gusta ser una chica’, le dije. ‘Pero, ¿por qué crees que eres un chico?’. Y ella no pudo responder y se enfadó, claro, pero le deja una grieta en la mente».

Erin Friday con su hija cuando era pequeña. (Cortesía de Erin Friday)

La Sra. Friday no dejó nada en el ring luchando contra el enemigo invisible de las mentiras. Dejó su trabajo y se pasó jornadas de 16 horas rastreando la agenda hasta sus diabólicas raíces. Ahora identifica el transgenerismo como «una secta».

Para romper el dominio de la secta sobre la mente de su hija, Friday probó la estrategia de reproducir podcasts de sectas chifladas en el coche. La secta Moonies, con sus matrimonios masivos concertados a base de drogas, demostró hasta qué punto se puede engañar a la gente a instancias de otra.

Friday le insinuó a su hija: «Hay gente que cree que la transexualidad es una secta», y se marchó para dejar que eso se leudara.

El deber de la Sra. Friday era ocuparse de su hija. Le confiscó montones de dispositivos, registró su habitación y encontró montones de iPhones debajo de los colchones. La madre se dio cuenta de lo lista que era su hija: tenía dos cuentas de cada red social. Estaba el Instagram que mira mamá y la cuenta sombra para sus «amigos» trans.

Friday llegó a llamar a su hija por distintos nombres —incluyendo nombres masculinos— porque no estaba preparada para aceptar el femenino.

Tardó un año y medio. Pero que finalmente aceptara su nombre de pila fue la señal de que casi estaban en casa. Ante el incesante bombardeo de su madre, el castillo de naipes transgénero se derrumbó. Friday tenía razón: a medida que la depresión de su hija desaparecía, también lo hacía la ansiedad inducida por su persona.

«La depresión empezó a desaparecer, y eso es muy importante porque la identidad transgénero es una respuesta inadaptada a la depresión y la ansiedad», explica la Sra. Friday. «Una vez que abordas el problema subyacente, la transexualidad empieza a desvanecerse».

Pero el momento en que Friday supo que era real se produjo antes de unas vacaciones familiares previstas para Navidad, cuando su hija eligió un bañador.

«Le había puesto un montón de opciones de bañadores diferentes, incluidos pantalones cortos y camisetas de tirantes», recuerda. «Y eligió el bikini que —oh, Dios mío, voy a llorar— solía robarme cuando era pequeña».

La guerra transgénero continúa

Para la Sra. Friday, la batalla estaba ganada. Pero la guerra sigue abierta para los innumerables padres con hijos aún vulnerables. Y así, mamá osa siguió adelante y se sumergió aún más en la madriguera del conejo. Quería saber quién o qué está detrás de la mutilación y esterilización de niños.

Consciente de la etiqueta del sombrero de hojalata que tan eficazmente silencia la investigación, habla con franqueza: El transexualismo no es solo una secta, sino también una fuente de dinero para las grandes farmacéuticas, que cosechan pacientes para toda la vida en forma de niños que cambian de sexo.

«Se trata de una industria de 11,000 millones de dólares», afirma Friday. «Es una hidra de varias cabezas. La comunidad médica y las grandes farmacéuticas lo promueven porque cada niño transexual vale entre un millón y un millón y medio de dólares. Son pacientes médicos de por vida».

La promulgación de la transexualidad en la sociedad en general es también una selección deliberada de la manada, añade la madre.

«Esto es eugenesia», afirma. «Le estamos diciendo a un niño al que le gusta jugar con cosas de niñas —otra vez, un estereotipo regresivo— que en realidad debe ser una niña. Y así, probablemente crecería para ser simplemente un niño gay, pero ahora le estamos haciendo la transición para que sea una niña —lo que le esteriliza— lo que de nuevo elimina a la manada».

En una palabra, es marxismo.

La depravación es aún más profunda. Friday revela que todo esto fomenta la normalización de la pedofilia, un fetiche que se pudre en los bajos fondos de la sociedad: en la moda, el entretenimiento, la política y otros sumideros.

Erin en una manifestación contra la ideología de género. (Cortesía de Erin Friday)

En última instancia, el objetivo es «la destrucción de la familia» y «la destrucción de nuestra democracia», dijo Friday, añadiendo que «en realidad podría ser la caída de nuestra sociedad en su conjunto si esto continúa».

La exabogada optó por no volver a su trabajo y permanecer en primera línea para luchar. Se unió a Our Duty, un grupo internacional de padres sin jerarquía que permite a sus miembros actuar libremente en su entorno para luchar contra la transexualidad. Redactan leyes, testifican ante organismos gubernamentales y ofrecen a los padres desesperados un lugar al que acudir en un mundo enloquecido.

«Me pasé un buen, probablemente un año llorando», cuenta Friday, hablando de su motivo. «Tuve una depresión severa, pensé en suicidarme porque no podía ver morir a mi hija de mil cortes y que el mundo la vitoreara y fuera testigo de esto».

Convirtió su dolor en acción a través de su voz. Mientras algunos padres se esconden tras alias, Friday eligió una táctica diferente.

«Voy a ser una defensora y voy a hacer saber a mi hija exactamente lo que estoy haciendo», dijo. «Ahora hablo con mi nombre real porque es necesario. Y no es peligroso: no pueden cancelarnos a todos».

Hoy, Friday es cautelosamente optimista respecto a su hija. A sus 17 años, su futuro está lejos de ser seguro. Con la universidad en el horizonte, habrá guerreros de género presionando, mientras que Internet sigue plagado de depredadores al acecho. No hay «lugares seguros», dice Friday.

Sin embargo, se atreve a hacer una predicción.

«Ahora, realmente no creo que sea difamada porque realmente está disfrutando de su cuerpo femenino», dijo Friday. «Pero la capturaron una vez. No voy a dormir tranquila hasta que tenga 25 años y ese lóbulo frontal se haya formado».

Erin Friday transformó su dolor y frustración en una misión para salvar no solo a su hija, sino también a otros niños y padres atrapados en la misma lucha. Se unió a grupos de apoyo, testificó ante organismos gubernamentales y utilizó su voz para denunciar lo que consideraba una agenda peligrosa. Aunque la batalla por la mente y el bienestar de su hija continúa, Erin mantiene la esperanza y la determinación de que un día su hija verá la verdad y encontrará su camino.

La historia de Erin es un poderoso recordatorio de la fuerza del amor parental y la importancia de estar vigilante sobre las influencias externas que pueden afectar a nuestros hijos. Su lucha incansable destaca la necesidad de cuestionar y desafiar las normas sociales cuando están en juego el bienestar y la identidad de nuestros seres queridos.


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