La empresa mexicana «Someone Somewhere» ayuda a artesanos a salir literalmente de la pobreza, usando sus antiguas artesanías tradicionales.
Antonio Nuño cofundó la compañía en México con sus mejores amigos, Fátima Álvarez y Enrique Rodríguez, en 2016. Los amigos, todos menores de 30 años, lanzaron su empresa a través de una campaña Kickstarter de venta de camisetas y mochilas. Los pedidos provenían de 27 países de todo el mundo. La campaña recaudó su objetivo de 50,000 dólares en solo dos días; tuvieron que cerrar la campaña porque habían alcanzado la cantidad máxima de pedidos que podían cumplir.
La campaña Kickstarter le permitió a la compañía lanzar su negocio online en México. El 27 de agosto, la empresa se lanzó en Estados Unidos.
Someone Somewhere comercializa sus productos —principalmente bolsos, mochilas y camisetas— a millares de personas. Los fundadores descubrieron que los millennials era uno de los segmentos del mercado que más se preocupaban por el impacto de los productos que compraban. Los fundadores también son millennials. «Sabemos que si no hacemos algo para resolver los problemas del mundo, vamos a sufrir», dijo Nuño en una videollamada.
A Nuño le apasiona concientizar a las personas sobre cómo la artesanía tradicional puede ayudar a los artesanos a salir de la pobreza. Anteriormente, trabajó para ONGs y corporaciones como McKinsey & Co. Él ve a Someone Somewhere como un puente entre los millennials y los artesanos, y a medida que la empresa crece y adquiere más experiencia, se hace más fácil conectar ambos mundos.
Una forma de vida que está desapareciendo
El interés de Nuño y sus amigos por los artesanos se despertó durante un viaje como voluntarios de la escuela secundaria a Puebla, en el centro-este de México. Dondequiera que los amigos iban, eran recibidos calurosamente como preciados huéspedes, como era la costumbre local. «Nos dieron la mejor comida que tenían. Compartieron tantas cosas sin conocernos, sin esperar nada a cambio», dijo Nuño. Pero a medida que fueron conociendo mejor a las familias, se dieron cuenta del nivel de pobreza de la comunidad.
Después de ese primer viaje, los amigos pasaron meses conviviendo con diferentes artesanos, observando su vida cotidiana, para ver de forma directa la pobreza a la que se enfrentaban. «Decidimos ir a vivir a estas comunidades para comprender realmente la raíz del problema», dijo Nuño.
Encontraron dos problemas. Primero, había falta de oportunidades de trabajo. Los artesanos vivían en aldeas remotas en medio de las montañas, aislados del resto del mundo, y las principales oportunidades de trabajo estaban en la agricultura o la artesanía. En segundo lugar, los artesanos, en su mayoría mujeres, luchaban por sobrevivir; y sus hijos, al ver a sus madres luchar, no se sentían motivados para aprender el oficio. Si la generación más joven no aprendía el oficio, esto representaba un riesgo real de que las técnicas artesanales, que durante años habían pasado de generación en generación, desaparecieran, explicó Nuño.
Estas comunidades se enfrentaban a otros riesgos de su forma de vida. La mayoría de las mujeres llevaban vestidos tradicionales, pero las adolescentes se vestían como en las películas o en las novelas, creyendo que era genial hacerlo.
«Eso fue muy triste», dijo Nuño, porque las artesanías transmiten la herencia de estas comunidades. «Cada color, cada forma tiene un significado», dijo. Muchas figuras cuentan la historia de la comunidad: los primeros que llegaron, los primeros animales que vieron o el tipo de flores que cosecharon. «Muchas cosas están ligadas a la artesanía y si las generaciones más jóvenes no están interesadas en aprenderla, esa historia se perderá», dijo.
Nuño cree que las comunidades de artesanos serían los lugares más felices de la tierra si pudieran sobrevivir con las ganancias derivadas de sus artesanías. Cree que su forma de vida es mejor que la de la ciudad, el único problema es que la están perdiendo.
«Todos los medios de comunicación los hacen aspirar a vivir de la manera en que lo hacen [las personas] en las grandes ciudades. Pero cuando estás allí [en estas comunidades de artesanos], se tiene la mejor calidad de vida: están conectados a la naturaleza. Se preocupan mucho por los demás. Se preocupan por grandes cosas como lo que van a comer mañana o lo que pasa si alguien se enferma. Pero no aspiran a tener muchas cosas materiales», dijo Nuño.
Estas comunidades adoptan la filosofía del «buen vivir», un espíritu que Someone Somewhere ha adoptado. Nuño dice que la filosofía indígena se puede encontrar en Perú, Colombia y Bolivia, además de México, aunque el nombre difiere de una comunidad a otra y de un país a otro.
«La mejor frase, creo, que la describe es que quieren vivir bien y no vivir mejor. (…) El ‘mundo mejor’ que ven como un anhelo y que siempre necesitan más». La esencia de esta forma de vivir es disfrutar de la vida en su entorno sin desear más, lo cual no es sostenible», añadió.
Una solución moderna
Cuando Nuño y sus amigos volvieron a sus vidas en la ciudad, pensaron: ¿Cómo podemos vivir así, sabiendo que hay tanta gente luchando? «Pero, lo que es peor, ahora que lo sabemos, cómo podemos solucionar esto», dijo Nuño. Ese fue el punto de inflexión para ellos. «Conocíamos una solución que podíamos desarrollar y que podría ayudar a mucha gente».
Nuño explicó que en la mayoría de los países, los artesanos suelen vender sus artesanías en las ciudades turísticas a través de dos canales. O bien el artesano vende directamente a los turistas en la calle poniendo una alfombra en el suelo para exponer los productos, o bien el artesano hace envíos a las tiendas de recuerdos donde los productos se apilan a gran altura. Ambos métodos de venta descuidan contar al comprador la historia de la artesanía. «Se siente casi como una mercancía en lugar de algo que tiene mucho significado y [que] cada artesano pasó horas creando», dijo Nuño.
Someone Somewhere vende los productos en su sitio web, educando al comprador sobre los artesanos y sus artesanías. Cada producto de Someone Somewhere tiene el material o alguna parte del producto hecho a mano por un artesano.
Cuando un artesano ha tejido la tela o cosido a mano algún bordado, firma la etiqueta con su nombre en «Someone» (Alguien) y su pueblo en «Somewhere» (Algún lugar). El componente se envía para su ensamblaje en varios talleres de la Ciudad de México, dependiendo del producto. Muchos de estos talleres están en zonas pobres, y la empresa les provee educación para que también salgan adelante.
Los propios artesanos se enorgullecen de saber que alguien de Estados Unidos, Francia o España lucen su creación, dijo Nuño.
La clave del éxito de la comunidad
Escuchar y trabajar en conjunto con la comunidad ha sido la clave para construir un negocio que funcione en estas comunidades, dijo Nuño. No se trata de imponer el ritmo y los procesos de la ciudad a los artesanos. El ritmo tiene que venir de ellos.
Los artesanos de Someone Somewhere deciden cuánto trabajo quieren. Hay señoras mayores que se contentan con producir un producto al día. Y las señoritas más jóvenes, esperando ahorrar para cumpliri sus sueños, pueden hacer cinco productos al día. Nuño dice que para las madres solteras, la única forma de ganar dinero antes era trabajando 10 o 12 horas en el campo bajo un sol abrasador, lo que no era conveniente para las que tenían tres o cuatro hijos. Ahora estas madres pueden trabajar desde casa, lo que resulta más adecuado para ellas y sus familias.
Muchas mujeres artesanas ahora ganan más que sus maridos. Los ingresos de las artesanas han aumentado en un 300 por ciento hasta alcanzar un salario justo y digno. «En la primera comunidad, teníamos talleres para enseñar a los hombres por qué esto era en realidad bueno para ellos y nada malo porque amenazara su orgullo», dijo Nuño. El ingreso extra significa que, para muchos, sus hijos ya no tienen que trabajar en el campo y en lugar de eso pueden ir a la escuela. Ahora Someone Somewhere recibe muchas peticiones de hombres para trabajar en logística, y algunos también son artesanos.
Una diferencia sostenible
La compañía también está haciendo la diferencia para los artesanos millennials. Nuño recuerda su viaje de voluntario de secundaria, y la primera casa a la que llegó en Puebla. Se puso a charlar con una joven de su misma edad. En broma le preguntó si había sacado notas sobresalientes en la escuela. Para su sorpresa, ella dijo: «Sí». La joven compartió sus notas con él. Ella había sido una estudiante A+ durante todos sus años de estudio. Sorprendido, Nuño le preguntó: Ahora, «¿qué sigue?». Ella quería estudiar ingeniería industrial, que era lo que él iba a empezar a estudiar. Sin embargo, sus padres la necesitaban para cuidar la granja y no tenían dinero para enviarla a la ciudad. Nuño se sorprendió: Tenían la misma edad, pero la única diferencia entre ellos era que ella había nacido en un lugar donde no tenía la oportunidad de estudiar.
La joven, Rosa Secundino, se convirtió en una de las cinco primeras artesanas en trabajar para Someone Somewhere. Logró ahorrar todo el dinero que ganó, y en un año tuvo suficiente para estudiar ingeniería industrial en la universidad.
Ahora, de regreso en su pueblo, espera continuar practicando su oficio y utilizar sus habilidades de ingeniería industrial, como la logística, para ayudar a organizar y mejorar su comunidad. «Era su forma de utilizar sus talentos para ayudar a mantener vivas esas tradiciones», explicó Nuño.
Someone Somewhere está cambiando la vida de personas que viven en la pobreza. Empezó con cinco artesanos y ahora trabaja con 180, y sigue creciendo. Pronto, la compañía lanzará su primer producto de Perú. Y sobre el futuro, Nuño dice: «Hay millones de artesanos en el mundo que podrían trabajar con nosotros, así que tenemos mucho trabajo por delante».
Para saber más sobre Someone Somewhere, visite SomeoneSomewhere.com
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