A finales del año pasado, un amigo me invitó a una visita oficial del condado para hacerle un reconocimiento a un veterano de la Segunda Guerra Mundial en sus 100 años. Se llamaba George Kaleel. El comisionado del condado decidió sorprenderlo con un certificado de agradecimiento por su servicio y para conmemorar que había alcanzado la marca del siglo.
Conduje hasta una pintoresca casa situada al final de una larga calle. Su hija y su nieta nos saludaron y nos presentaron a un hombre que no debía medir más de 1.60 metros. Parecía definitivamente más bajo con la joroba de la edad. Su mente, sin embargo, se mantenía nítida y su personalidad llena de vida.
La relativamente rápida presentación se convertiría en un proyecto de documental sobre sus experiencias en la guerra que duraría varios meses. Me encuentro aquí escribiendo este artículo en honor al Día de la Recordación y a todos los que ya han fallecido, entre los que se encuentra Kaleel desde este 19 de abril.
Estaba a una semana de mostrarle a él, a su hija y a su nieta un borrador del documental cuando recibí la noticia de que su corazón había fallado y se había ido. Saber que el proyecto estaba tan cerca de finalizar y que no tendría la oportunidad de verlo fue desgarrador. Amigos y colegas, incluso los propios miembros de su familia cuando asistí a su funeral, dijeron que había sido suficiente que hubiera plasmado su historia antes de fallecer. Y estoy seguro que, en el gran esquema de las cosas, así es.
Kaleel era camionero del 7º Cuerpo de Ejército. Su primer día de guerra fue el 6 de junio de 1944 ―el Día-D― y su viaje lo llevó a través de las playas de Normandía, a través de una Bélgica desgarrada por la guerra, a través del río Rin y al corazón de Alemania. Participó en la captura de 8000 alemanes en la orilla de Utah Beach. Soldados alemanes disfrazados con uniformes estadounidenses le arrancaron los dientes delanteros, poco antes de dispararle a ambos.
Se relacionó personalmente con el general George Patton para obtener los camiones que tanto se necesitaban para cruzar el río Rin. Estuvo allí cuando el Primer Ejército atacó, liberó y se aventuró en una instalación subterránea nazi en las montañas de Harz. Experimentó las consecuencias de las Hitlerjugend (las Juventudes Hitlerianas), en las que los jóvenes recibían armas y, como él decía, se les decía que «mataran». Todo era matar». Ayudó a liberar algunos judíos que estaban siendo masacrados en un pequeño pueblo. Él y su cuerpo estaban en un barco que se dirigía a Japón para continuar la lucha hasta que la radio anunció que Japón se había rendido.
Los elementos humanos del valor, el dolor, la angustia, la camaradería y el horror difícilmente se pueden encontrar en un escenario más poderoso que a través de las historias de nuestros veteranos de guerra. Son las versiones simplificadas, aunque complejas, de la trama de la humanidad: el triunfo y la derrota. Es la guerra. Por mucho que la odiemos, y por mucho que temamos su llegada y nos quedemos afligidos a su paso, es el más definitorio de todos los fuegos.
Son los soldados como Kaleel los que su país llama a luchar en una guerra y a derrotar a un enemigo con la esperanza de restaurar la paz, o al menos algo que se le parezca. Él es un ejemplo de la voluntad de hacer lo que es necesario. Es un ejemplo de amor a la patria. Es un ejemplo de un héroe no reconocido.
Su trabajo no estaba en el frente. Su trabajo era asegurar que los soldados pudieran llegar a esas líneas del frente, que los heridos pudieran ser trasladados a un lugar seguro, y que las líneas de suministro no se agotaran. La guerra es el gran drama. Y, a veces, los que están detrás de la escena asegurando que el drama continúe son eclipsados involuntariamente.
Si uno está dispuesto a mirar a su alrededor, podrá encontrar hombres y mujeres que han servido valientemente por su país y por la causa de la libertad. Desde Corea hasta Vietnam, pasando por Serbia, Irak, Afganistán y otros lugares del mundo, e incluso aquí mismo, nuestros hombres y mujeres de uniforme tienen historias que contar. Historias de miedo y valor, de alegría y dolor, de triunfo y derrota.
He entrevistado a muchos veteranos de distintas edades, incluidos los que tienen 80, 90 y ahora 100 años. Las historias difieren en sus perspectivas, porque la guerra, independientemente de su tamaño y escala, es una experiencia increíblemente personalizada. Como me dijeron poco después del fallecimiento de Kaleel, fue suficiente haber capturado su historia. Para muchos veteranos, basta con correr la cortina y pedirles que cuenten la suya.
Dustin Bass es copresentador del podcast The Sons of History y el creador del canal de YouTube Thinking It Through. También es escritor.
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