En el umbral entre la vida y la muerte, donde la ciencia a menudo traza líneas arbitrarias, surgen historias que desafían nuestras percepciones y nos recuerdan la fuerza imponderable de Dios y del espíritu humano. Y esta historia es una de ellas; un relato extraordinario que nos invita a reflexionar sobre el milagro de la vida y el poder de la esperanza y la determinación.
Cuando Kayla Marie Ibarra, una joven empezó el trabajo de parto con mellizas de apenas 22 semanas de gestación, su médico le dijo que morirían el mismo día que nacieran. Sin embargo, se negó a renunciar a sus bebés y, contra todo pronóstico, sus hijas salieron adelante y se fueron a casa después de 115 días en la UCIN.
Ahora, la Sra. Ibarra aboga por la vida a las 22 semanas de gestación para otros bebés prematuros y sus padres.
La Sra. Ibarra y su esposo —que llevan juntos desde los 18 años y ya eran padres de un niño pequeño, Noah— descubrieron que estaban esperando gemelos durante la ecografía de seis semanas de Kayla.
«Yo lloraba sin parar y mi esposo se reía», le dijo la Sra. Ibarra a The Epoch Times. «Él y mi mamá habían sospechado que eran gemelos, por lo enferma que estaba y lo rápido que se me notaba. Ni siquiera podía entenderlo».
Ibarra describió su embarazo con los gemelos como «una experiencia tranquila» hasta la semana 20, momento en el que un chorro de líquido la convenció que había roto fuente.
«El hospital dijo que no había sucedido, pero debido a eso, me pasaron a la categoría de alto riesgo con ultrasonidos quincenales», dijo la mujer. «Ni siquiera llegué a mi primera ecografía quincenal a las 22 semanas, porque empecé trabajo de parto a las 21.5 semanas».
La Sra. Ibarra no recibió la respuesta que esperaba, o deseaba, de su médico de cabecera.
«Cuando empecé el trabajo de parto, el médico me dijo: ‘Los gemelos van a nacer hoy y van a morir'», aseguró. «Le dije: ‘¿Disculpe?’ y me contestó: ‘Los bebés de esta gestación simplemente no sobreviven. Es imposible'».
«Le dije que me negaba rotundamente a dar a luz a mis hijos vivos y a sostenerlos mientras morían».
En una historia que compartió con Love What Matters, la Sra. Ibarra relató: «Él dijo que no me dejaría ver a los gemelos, ni escuchar sus latidos, porque era una ‘pérdida de tiempo'». Como estaba demasiado enfadada para rezar, Kayla esperó junto a su familia en la habitación del hospital.
Su parto duró cuatro dolorosos días y suplicó que le dieran medicamentos, pero se los negaron. Para añadir más a la difícil situación, a la Sra. Ibarra le diagnosticaron neumonía. Sin embargo, el 27 de septiembre de 2018, cuando comenzó el trabajo de parto activo a las 22.2 semanas, la esperanza llegó en el momento justo.
Un nuevo médico entró a la habitación e informó a la pareja que podían trasladarse a un hospital de Londres, Ontario, para dar a luz a las gemelas. «Por primera vez en cuatro días, sentí un pequeño destello de esperanza y victoria», recordó la Sra. Ibarra mientras hablaba con The Epoch Times.
Luna y Ema nacieron en Londres a las 9:12 y 9:29 p.m., respectivamente. Luna pesó un poco más de 14 onzas (aprox. 0.39 kg) y midió 11 pulgadas de largo; Ema pesó 1 libra (0.45 kg) y midió 12 pulgadas de largo.
La Sra. Ibarra dijo que nunca había visto bebés tan pequeños.
Desde que les dijeron que los bebés no tenían esperanza de vida hasta la gran actividad que siguió a su nacimiento, la Sra. Ibarra y su familia estaban impresionados. Los primeros 40 días en la UCIN fueron los más duros y los más delicados, sostuvo la mujer.
«Luna estaba muy enferma y la mayor parte del tiempo no creíamos que fuera a sobrevivir», dijo. «La reanimaron cuatro veces y a Ema la reanimaron una vez».
«[Pero] el día que nacieron, vi la lucha escrita en ellas. Todas las veces volvían a la vida después de ser reanimadas».
Las gemelas estuvieron en la UCIN un total de 115 días y les dieron de alta incluso antes de la fecha prevista. La Sra. Ibarra consideró su regreso a casa como una «victoria».
Desde entonces, sus hijas aprendieron a gatear, a caminar, a hablar y a alimentarse por sí mismas, cosas que les dijeron a la Sra. Ibarra y a su esposo que no podrían hacer.
Sin embargo, los primeros días no estuvieron libres de dificultades, dado que Ibarra sufrió un trastorno de estrés postraumático al ver a sus bebés luchar por sus vidas. Pero la familia se fortaleció con su fe.
«Sabíamos que, independientemente de la forma en que llegaran las gemelas, habían sido creadas a imagen y semejanza de nuestro Salvador, y por tanto eran perfectas», enfatizó.
Hoy en día, las gemelas están creciendo y tienen tres años de edad. Luna y Ema, que ahora se llama Rosie, están al nivel de desarrollo de sus compañeros de edad, y sus padres ya no deben ajustar sus edades.
«Les aprobaron que empiecen el colegio a tiempo con sus compañeros, según sus cumpleaños. Eso fue realmente extraordinario», Ibarra.
La «fuertes y valientes» niñas, dijo, «conquistan cosas que tal vez los niños rehúyen a su edad y tamaño, como barrotes más altos».
«Luna está llena de agallas; tiene mi personalidad, lo que resulta sorprendente y desafiante a la vez. Rosie es muy divertida, y le decimos que es realmente la gemela de Noah, ¡porque las dos se parecen mucho!».
Para defender a otros bebés extremadamente prematuros, la Sra. Ibarra creó una organización sin ánimo de lucro, TwentyTwoMatters. La organización ofrece artículos médicos y un mapa mundial de hospitales que efectúan intervenciones a las 22 semanas. También han realizado entrevistas en la radio y han trabajado individualmente con padres en fase de parto para ayudarles a defender a sus hijos.
«Gracias a TwentyTwoMatters, que dirijo con mi cofundadora, Amy Hyde, hemos visto cómo se salvaban más de cien bebés de 22 semanas a los que se les negaba la atención», afirma, y añade que estos bebés son capaces de mucho si se les da la oportunidad.
«La decisión de intervenir a un bebé nacido a las 22 semanas debe estar en manos de los padres, no del hospital», insistió. «Los 22 sí importan, y estas niñas, mis niñas, importan».
La Sra. Ibarra también comparte imágenes sobre la vida de la familia en Instagram.
La odisea de Kayla, Luna y Rosie es más que una historia de supervivencia médica; es un testimonio del amor incondicional, la perseverancia y la fe inquebrantable. Su experiencia no solo ha transformado sus vidas, sino que también ha encendido una luz de esperanza para innumerables familias que enfrentan situaciones similares.
Esta historia nos recuerda que cada vida, por pequeña o frágil que parezca, tiene un valor inconmensurable y un potencial ilimitado. Nos desafía a repensar nuestras concepciones sobre la viabilidad y nos insta a luchar por aquellos que no pueden hacerlo por sí mismos.
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