Para crear el ambiente de un cuadro de vaqueros, el artista de 65 años de Nuevo México Tim Cox comienza a montar una tabla suavemente imprimada en el caballete y, pincel en mano, aplica unas pinceladas diluidas de tonos ligeramente pigmentados de óleo y alcohol. Así es como empieza una pintura al óleo realista del Oeste.
Primero aplica las formas principales, manchas difusas, sin detalles todavía, habrá mucho tiempo para eso después, y un cuadro, como un fantasma, empieza a emerger de la superficie blanca y descarnada del panel. Un dibujo a lápiz asegura que la composición está trazada con precisión.
Las nubes de tormenta que se agitan en el telón de fondo, o las vastas extensiones de cielo azul difuso, o tal vez una puesta de sol resplandeciente, representada al óleo, ayudan a que el ambiente del Oeste dé sus frutos. Cuando los detalles comienzan a desentrañar la escena, enfocándola constantemente, no se detienen hasta el final: cada variedad de hierba, la forma de la oreja de un animal o el paso del caballo representados hablan significativamente de años vividos, creciendo en un rancho de Arizona en la década de 1970.
Cox acumuló 8 o 12 de estos paneles al año durante los últimos 47 años, desde que era un adolescente que crecía cerca de Duncan. «Mis bisabuelos tenían un rancho en Douglas (Arizona)», explica a The Epoch Times. «Fui a trabajar a un rancho cuando tenía 8 años en verano. Me pagaban como un dólar al día, pero pensé que era algo grande, ganar entre 40 y 50 dólares en el verano, mientras estaba en las vacaciones de verano de la escuela. Y herraje mi primer caballo cuando tenía 8 años».
Entrenó a su primer caballo a los 12 años, y vivió fuera de la red antes de saber que existía la red. El poste eléctrico más cercano estaba a una hora y media de distancia; la tienda más cercana, a dos horas y media. Todo esto imprimió en una joven imaginación, durante esos años de formación, la inspiración para un artista. Pero fueron las habilidades de Cox para dibujar y pintar las que primero llamaron la atención de su maestra. «Mi maestra de jardín de infancia llamó a mi madre y a mi padre para que vinieran a verla, y pensé que podría estar en problemas por algo», dijo. «Ella le diijo: ‘Tiene que darle a este niño clases de arte'».
«En nuestro pequeño pueblo de Duncan había un farmacéutico que también era artista. Y tenía un lugar donde pintaba en la farmacia, y vendía bebidas en la fuente, y batidos, y malteadas», recordó Cox. Después de la escuela, se acercaba a comer una hamburguesa y a ver al hombre pintar». De un modo u otro, el joven Cox recibió las lecciones que necesitaba.
Siendo todavía un adolescente, ya vendía sus cuadros por 5 dólares cada uno. Su padre, que trabajaba para Arizona State Highway, encontró muchos clientes entre sus compañeros de trabajo. Las clases de arte con el pintor realista polaco Frederick Taubes, que comentó con un acento muy polaco el realismo de Cox: «¡Tus caballos son más caballos que el caballo!»- le proporcionaron pedidos de todos los alumnos de la clase. A los 17 años, el artista firmó con las galerías Trailside de Scottsdale. Con el tiempo se unió a Cowboy Artists of America, de la que fue presidente durante tres mandatos.
En sus cuadros, Cox incorpora a los vaqueros que comercian con antigüedades de plata de ley en «Trading Treasures», uno de sus favoritos; a los hijos del rancho que ayudan a trasladar el ganado; a los nietos y bisnietos. Los mandatos de Covid incluso hicieron un cameo. «Fue justo después del coronavirus , donde habían levantado el aislamiento, y yo solo quería hacer algo que representara la libertad», dijo. En «Glorious Freedom», Cox representa a su nieta cabalgando a toda velocidad, con el viento soplándole en el pelo, y lo libre que se sentía.
Visitando ranchos de Arizona, Nuevo México y Wyoming, mientras vivía, respiraba y amaba la vida de los vaqueros, Cox retrata la vida moderna en los ranchos en todo su esplendor.
Hoy, después de casi 50 años como profesional, Cox no tiene intención de retirarse pronto. Viviendo en Bloomfield, Nuevo México, el artista vaquero sigue perfeccionando su arte. Esperaba ser más rápido a medida que envejecía y tenía más experiencia; curiosamente, no fue así. «Siempre pensé que cuanto más viejo era, cuanto más aprendía, más rápido era», dice. «Pero descubrí que cuanto más aprendía, menos podía dejar pasar las cosas. Trabajo en ello para hacerlo bien. No lo dejo pasar sin más. Lucho hasta que lo consigo».
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