5 consejos para mejorar su bienestar espiritual

La vida nos ofrece un sinfín de oportunidades para elevar nuestro carácter, si tenemos el deseo

Por TATIANA DENNING
09 de junio de 2022 6:05 PM Actualizado: 09 de junio de 2022 6:05 PM

«Un ser humano es una parte del todo llamado por nosotros universo, una parte limitada en el tiempo y el espacio. Se experimenta a sí mismo, sus pensamientos y sentimientos como algo separado del resto, una especie de ilusión óptica de su conciencia. Este engaño es una especie de prisión para nosotros, que nos limita a nuestros deseos personales y al afecto por unas pocas personas más cercanas a nosotros. Nuestra tarea debe ser liberarnos de esta prisión ampliando nuestro círculo de compasión para abarcar a todas las criaturas vivas y a toda la naturaleza en su belleza». – Albert Einstein

En el acelerado mundo actual, con tantas cosas que nos distraen, es fácil centrarse en el mundo exterior y descuidar lo que hay en el interior. En nuestra búsqueda de más, a menudo parece que estamos tratando de llenar algún tipo de vacío que no podemos identificar del todo; tal vez el vacío sea espiritual, y por eso nunca parece llenarse con búsquedas materiales o distracciones vacías.

Las investigaciones demuestran que cuando no estamos en contacto con nuestro interior, y en particular cuando carecemos de una conexión espiritual, nuestra salud mental y física puede verse afectada.

Aunque la espiritualidad varía entre las culturas y los individuos, hay algunas verdades básicas que conectan a quienes tienen intenciones rectas, y estos principios pueden guiarnos para vivir como personas de bien.

Cuando trabajamos para fomentar nuestro lado espiritual, los estudios demuestran que la memoria y la cognición mejoran, la inmunidad se refuerza, la presión arterial mejora, cosas como la depresión, el estrés y la ansiedad disminuyen, la ira y el resentimiento disminuyen, y el riesgo de enfermedades del corazón, diabetes y otras condiciones crónicas también disminuye.

Reforzar nuestro lado espiritual aumenta nuestros niveles generales de felicidad, esperanza, optimismo y calma interna. Podemos encontrar un significado y un propósito más profundo para nuestras vidas. Un análisis de estudios de investigación reveló que quienes son más espirituales tienen relaciones matrimoniales más sólidas, cometen menos delitos, tienen índices significativamente menores de abuso de sustancias, rinden más en la escuela y, por lo tanto, tienen un impacto general positivo en quienes los rodean y en la sociedad en general.

Con tantos beneficios, veamos algunas cosas sencillas que podemos hacer para fortalecer nuestro bienestar espiritual.

Cultivar la integridad

Según el diccionario American Heritage, la integridad es «la adhesión firme a un código moral o ético estricto», o «la cualidad o condición de ser íntegro o indiviso; la plenitud».

La integridad es hacer lo correcto, incluso cuando nadie está mirando. Por supuesto, viéndolo desde una perspectiva espiritual, nada pasa desapercibido.

La integridad requiere ser honesto con uno mismo y con los demás, autodisciplina y fuerza de voluntad, y el compromiso de mantener nuestros valores y principios, incluso si eso significa que salimos perdiendo. Significa no tomar el camino más fácil, y no elegir nuestro interés personal por encima de lo que es correcto.

Hay un proverbio que dice: «No hay almohada tan suave como una conciencia limpia». Una conciencia limpia solo se consigue viviendo una vida de integridad, y su importancia era bien conocida por las generaciones más antiguas, a las que a menudo se les oía decir: «La razón por la que duermo bien es porque tengo la conciencia limpia». Desgraciadamente, el valor de la integridad se perdió en gran medida en los tiempos modernos, y en su lugar, el enfoque en el dinero y el deseo de salir adelante tomaron su lugar. Casualmente, los problemas para dormir son comunes.

Para vivir con integridad, es importante que identifiquemos nuestros valores para que nos ayuden a determinar el tipo de persona que somos y que queremos ser. Esto ilumina nuestra brújula moral. A medida que nos esforzamos por vivir de esta manera, nuestro carácter se afianza en la bondad, mientras que nuestros aspectos negativos se debilitan y se eliminan.

Perdonar y dejar ir

El perdón es una parte integral de todas las enseñanzas espirituales rectas. Por ejemplo, Jesús dijo: «Pero yo os digo a vosotros que oís: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen y orad por los que os maltratan.» Lucas 6:27-28

Cuando nos tratan mal o de una manera que consideramos injusta, podemos sentirnos justificados en nuestra ira o resentimiento hacia otra persona. Pero cuando llevamos estas cosas en el corazón, como dice el refrán, es como beber veneno y pensar que le hará daño a la otra persona.

Hace varios años, tenía una compañera de trabajo que regularmente no estaba de acuerdo conmigo. Esto creaba mucha tensión y, con el tiempo, desarrollé resentimiento hacia ella por ser controladora y tratar de decirme cómo hacer mi trabajo. Cada vez me disgustaba más ir a trabajar, e incluso me planteé buscar otro empleo.

Entonces, un día, se me encendió una bombilla. Pensé: «Este es mi trabajo. Puedo ir a trabajar y ser miserable, o puedo ir a trabajar y ser feliz. Depende de mí».

Al darme cuenta de esto, fui a trabajar al día siguiente con una actitud diferente. Perdoné lo que consideraba las transgresiones de mi compañera de trabajo y empecé a dejar de lado el resentimiento que había tenido. Mantuve un comportamiento agradable y no dejé que las cosas pequeñas me afectaran, y como resultado, de alguna manera me sentí más ligera. Las cosas que me habían molestado ahora parecían tan insignificantes que a menudo ni siquiera las notaba a menos que alguien las señalara.

Lo más sorprendente es que, a medida que cambiaba yo, mi entorno cambiaba. Mi compañera de trabajo dejó de intentar decirme cómo hacer mi trabajo todo el tiempo, y la situación entre nosotras se volvió armoniosa. Esta consecuencia involuntaria de practicar el perdón y trabajar para cambiarme a mí misma no solo me benefició a mí, sino también al entorno que me rodeaba.

Actuar con desinterés

El altruismo, o el desinterés, es otra enseñanza universal en las prácticas espirituales rectas. Como dijo Buda: «Un corazón generoso, un discurso amable y una vida de servicio y compasión son las cosas que renuevan la humanidad».

Actuar con desinterés es dejar de lado los propios deseos en beneficio de los demás. Significa ayudar a otra persona por la bondad de su corazón, sin ninguna expectativa de recompensa. Es ponerse en el lugar del otro y tener verdadera compasión.

Por desgracia, en la sociedad actual, lo contrario no solo se promueve, sino que a menudo se aplaude e incluso se premia. Pero la buena noticia es que, con un poco de introspección y conciencia, el desinterés puede aprenderse y convertirse gradualmente en parte de nuestra vida cotidiana.

Pequeños actos de bondad, como escuchar a otra persona sin pensar en lo que vamos a decir a continuación, llevar una taza de café a un compañero de trabajo o cortar el césped de nuestro vecino mayor, son formas sencillas de poner a los demás antes que a nosotros mismos.

A medida que avanzamos en nuestro día, es una buena idea hacer una pausa y preguntarnos: «¿Por qué estoy haciendo esto?». En otras palabras, ¿cuál es nuestra verdadera motivación detrás de nuestras acciones? ¿Le llevamos a nuestra amiga enferma un plato de sopa porque sabemos lo miserable que es tener la gripe y queremos ayudarla a sentirse mejor, o porque queremos oír que somos una gran amiga o lo buena cocinera que somos? Examinar nuestros pensamientos es la clave.

Ayudar por ayudar, con un corazón puro y genuino, beneficia a los demás, e inadvertidamente también a nosotros mismos. Los estudios demuestran que los comportamientos altruistas conducen a una mayor paz mental, a la reducción de los niveles de cortisol e incluso a la disminución del riesgo de enfermedades cardíacas, por nombrar algunas.

Practicar la gratitud

En un mundo en el que podemos tener casi todo lo que queramos cuando lo queramos, es fácil dar las cosas por sentado y perder de vista la importancia de la gratitud.

Hace poco, se produjo un incidente cuando estaba enseñando a mi hijo a ser agradecido por lo que tenía y a no esperar más y más. Mi esposo escuchó nuestra conversación y se unió para insistir en lo que estaba diciendo. Me sorprendió cuando le dijo a nuestro hijo «Todos los días, al levantarme, rezo una oración. No pido nada. Solo digo ‘gracias’, aunque sea por mis dos brazos y piernas que me permiten ir a trabajar, o por el techo que me cubre».

Ser agradecidos por lo que tenemos, sin desear ni pedir más, incluso ante las dificultades y las luchas, es sin duda un esfuerzo que vale la pena.

Los estudios demuestran que la gratitud puede cultivarse. Si hacemos cosas como llevar un diario de gratitud o reflexionar sobre tres cosas por las que estamos agradecidos al final de cada día, fortalecemos nuestro músculo de la gratitud. Incluso podemos aprender a estar agradecidos en los momentos difíciles.

Leonardo da Vinci dijo: «Los obstáculos no pueden aplastarme. Todo obstáculo cede ante la severa resolución. El que se fija en una estrella no cambia de opinión». Las dificultades nos ayudan a afianzar nuestra determinación para alcanzar nuestros objetivos y a fortalecer lo que somos. Y sin los momentos difíciles, ¿cómo sabríamos de lo que somos capaces?

Busque la lección

No pasa un día sin que encontremos múltiples oportunidades para mejorar. Todo sucede por una razón. Aunque no entendamos por qué ocurren las cosas, lo que sí podemos llegar a entender es la lección que contienen.

Mientras trabajaba con mi compañera de trabajo, me di cuenta de otra cosa: Las cosas que me molestaban de ella eran en realidad cosas que existían en mí: ella era solo un espejo que reflejaba lo que había en mí. Al principio, esto no era algo que quisiera admitir ante mí misma, y mucho menos ante cualquier otra persona, y me preguntaba si realmente tenía una forma tan controladora de mí misma.

Cuando presté atención a mis pensamientos y comportamientos, vi la dura verdad: yo también tenía mi propia manera de querer controlar las cosas. Cuando reflexioné sobre la situación más tarde, descubrí que la situación era una oportunidad para mirarme a mí misma y aprender algunas lecciones valiosas.

También me di cuenta de que cuando un determinado tipo de situación se repetía, aunque adoptara diferentes formas, estaba tratando de enseñarme una lección. Cuando empecé a buscar patrones en las cosas que sucedían en mi vida, también aprendí que si algo de otra persona me molestaba, era una señal segura de que yo tenía esa cosa en mí de una forma u otra.

A lo largo de los años, he visto que mis lecciones más valiosas han surgido de mis situaciones más difíciles. Aunque no me gustaba pasar por esos momentos dolorosos o duros, vi que, de hecho, servían para un propósito importante: el crecimiento personal. Y si no trabajaba en mejorar esa parte de mí misma, la situación seguiría repitiéndose en diferentes escenarios.

Cuando mi hijo entró en la escuela primaria, empecé a tener charlas periódicas con él que bautizamos como «lecciones de vida». Intenté enseñarle la importancia de ser amable con los demás, independientemente del trato que recibiera, de ser honesto, reflexivo, paciente y de compartir con los demás. También me inventaba escenarios de «qué pasaría si» para que pensara en cómo podría manejar diferentes tipos de situaciones difíciles, y luego discutíamos las posibles soluciones.

Un día, cuando un niño le trató de forma poco amable en segundo curso, llegó a casa y me dijo que no era malo con él, y dijo: «Creo que su madre no debe enseñarle lecciones de vida». Cuando mi hijo hacía algo mal, intentaba que entendiera por qué estaba mal y que pensara en cómo podría hacerlo mejor la próxima vez.

Mi esperanza es que estas lecciones sentaron las bases para que mi hijo aprendiera a reflexionar sobre sus propias acciones, a ver qué podía aprender de ellas y a esforzarse continuamente por ser mejor persona.

En mi opinión, lo que ocurre en nuestras vidas está destinado a enseñarnos a rectificar nuestros errores y a cambiarnos a nosotros mismos para mejorar nuestra paciencia, honestidad, amabilidad, empatía y otras buenas cualidades.

En conclusión

La investigación confirma lo que nos dice el sentido común: Fortalecer nuestro bienestar espiritual es bueno para nuestra salud mental y física. Eleva nuestro carácter moral, fortalece nuestras relaciones, mejora nuestro rendimiento en la escuela y en el trabajo y es un pilar esencial de una buena sociedad.

Como dijo Rumi: «Ayer era inteligente, así que quería cambiar el mundo. Hoy soy sabio, así que me estoy cambiando a mí mismo». Al emplear algunas de estas técnicas en nuestra vida cotidiana, podemos mejorarnos a nosotros mismos y, naturalmente, tener una influencia positiva en el mundo que nos rodea.


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