Vayamos de inmediato a los detalles de la maternidad.
Empezaremos por los pañales.
Después de nacer, un bebé en promedio necesita unos 2500 cambios de pañales en su primer año de vida. A lo largo de los dos años siguientes, es posible que necesite unos 3600 pañales más.
Supongamos que usted tiene tres hermanos. A menos que tenga una niñera, un montón de niñeras o un padre que se quedó en casa, esa mujer a la que llama mamá ha cambiado más de 20,000 pañales en su vida.
También ha dado unas 4000 comidas a bebés y niños pequeños. Probablemente les ha enseñado a cada uno de ustedes a decir «por favor» o «gracias» unas 1000 veces. Los vistió todas las mañanas durante varios años y les puso pijamas todas las noches antes de ir a la cama. Esa mujer besaba sus «chichones» cuando se caían y luego los llevaba día tras día a las clases de baile, a los entrenamientos de fútbol y a los Scouts. Su cara arrugada y sus manos desgastadas son el testimonio de su amor por usted.
Ella es la mujer que, independientemente de sus circunstancias, le dio el regalo de la vida.
Es el Día de la Madre, y es el momento oficial de felicitar a las madres.
Un día doloroso
Sin embargo, primero hay que reconocer que para algunas mujeres el Día de la Madre es una fecha agridulce. Puede que feliciten a sus propias madres, pero por la razón que sea, no tienen hijos que hagan lo mismo por ellas.
Tal vez se dedicaron a su carrera y no quisieron casarse y formar una familia. Tal vez no pudieron tener hijos. Quizás nunca encontraron una pareja compatible, un hombre digno de casarse y ser padre. Tal vez perdieron a un hijo.
A lo largo de los años, he conocido a varias mujeres a quienes el Día de la Madre no les produce alegría, sino tristeza y pesar.
También he conocido a hombres y mujeres que me han dicho que sus madres no merecían honores y halagos. Así que, en caso de que algunos lectores tengan historias horribles de sus propias madres y consideren el Día de la Madre como una farsa, lo entiendo. Las malas madres existen, y algunas de las malvadas aparecen en las noticias diarias.
Pero son las excepciones, no la regla.
Buenas madres
Dondequiera que vaya, veo mujeres que lo dan todo para criar a sus hijos como seres humanos fuertes y virtuosos.
Mi hija y las esposas de mis tres hijos se esfuerzan a diario por darle a sus hijos no solo las necesidades de la vida, sino también educación, comodidades y motivación. Puede que mis nietos, incluso los de 16 años, aún no reconozcan los sacrificios que han hecho sus madres, pero con el tiempo, sus ojos se abrirán y verán que tienen una deuda con mamá para toda la vida.
La joven esposa y madre que vive al otro lado de la calle guía y vigila a sus hijos cada día. En mi iglesia los domingos hay muchas familias numerosas, y ahí está mamá, con el pelo todavía húmedo porque tuvo que salir corriendo de la ducha para preparar a sus hijos para la misa y con aspecto de no haber dormido en meses. Pasará la mayor parte de la misa corrigiendo a sus hijos, pidiéndoles que hagan silencio y sosteniéndolos y abrazándolos.
Y aunque ellas no se consideren así, estas buenas madres también son maestras.
Lecciones
Mi madre me enseñó muchas cosas.
Nos enseñó a todos sus seis hijos algunas cosas sencillas, como los modales en la mesa, pero también nos orientó sobre las virtudes. Despreciaba las mentiras —nada le dolía tanto como que uno de nosotros intentara engañarla— e incluso de niño aprendí a decirle la verdad y a dejar que las cosas cayeran donde tuvieran que caer. Ella enfatizaba constantemente la importancia de la cortesía y la amabilidad con los demás, y la obligación de ayudar a los menos afortunados siempre que pudiéramos hacerlo.
Después de que mi padre dejó a mi madre y puso fin a su matrimonio, mamá también nos enseñó, sobre todo con el ejemplo, la importancia de valernos por nosotros mismos, de asumir la responsabilidad de nuestros actos y de seguir adelante ante las catástrofes. Con tres hijos todavía en casa, se mudó a otra ciudad, consiguió un trabajo y llevó a mis hermanos menores a la escuela. Yo vivía en la misma ciudad y, durante ese tiempo, se convirtió en una de mis mejores amigas.
Mamá me dio su última, y quizás la más grande, lección en sus últimos días. Murió de cáncer de hígado en su casa, rodeada de su esposo, sus hijos y algunos nietos. Ya se había despedido de algunos amigos sentada en el patio de su jardín unos días antes y pasó su último tramo de vida confinada en la cama. Aunque cayó en coma durante las últimas horas, minutos antes de morir dijo dos veces: «Lo que deseo…», como si hablara con alguien.
Su serenidad y su aceptación eliminaron para siempre mi propio miedo a la muerte.
Darle sentido al Día de la Madre
El Día de la Madre suele ser criticado por haberse comercializado en exceso. Incluso Anna Jarvis, fundadora de esta festividad, lamentó hace tiempo esta comercialización, que consideraba extravagante.
Podemos seguir comprando tarjetas y flores, y llevar a mamá a comer a un restaurante, pero también podemos añadir profundidad al día y renovar su significado. En persona o por teléfono, podemos decirle a nuestras madres lo mucho que las queremos. Si nuestras madres han muerto, podemos rendirles un homenaje reservando alguna parte del día, por pequeña que sea, para recordarlas y los regalos que nos dieron. Si conocemos a mujeres que no son nuestras madres pero que fueron y son fundamentales en nuestras vidas —tías, tutoras, mentoras— podemos aprovechar esta fiesta para hacerles un reconocimiento también.
Y si nuestras relaciones con nuestras madres o nuestros hijos están rotas, tal vez este día pueda ser una oportunidad para el perdón y el reencuentro, bien sea intentando eliminar las barreras que nos separan o, si eso es imposible, mediante una reconciliación desde el corazón.
Sea cual sea nuestra situación, aprovechemos al máximo el Día de la Madre.
Jeff Minick tiene cuatro hijos y un creciente pelotón de nietos. Durante 20 años, enseñó historia, literatura y latín a seminarios de estudiantes educados en casa en Asheville, N.C. Es autor de dos novelas, «Amanda Bell» y «Dust on Their Wings», y de dos obras de no ficción, «Learning as I Go» y «Movies Make the Man». Actualmente, vive y escribe en Front Royal, Va. Visite JeffMinick.com y siga su blog.
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