En 1962, Thomas Kuhn publicó La Estructura de las Revoluciones Científicas, mostrando que la ciencia no progresa por una acumulación continua de descubrimientos, sino por discontinuos saltos de un viejo a un nuevo paradigma. Cada uno de estos saltos modifica los conceptos básicos de una o varias disciplinas y abre -o cierra- diferentes dimensiones de la investigación. El libro popularizó la propia palabra «paradigma», que antes no se utilizaba en el lenguaje cotidiano, así como la noción de cambio de paradigma (paradigm shift), que pasó a aplicarse a distintos ámbitos de la ciencia. Podemos decir que La Estructura de las Revoluciones Científicas es en sí misma un cambio de paradigma en la historia y la filosofía de la ciencia, al introducir la dimensión sociológica y psicológica en el estudio de los procesos de investigación científica, porque indicaba que en gran medida los cambios de paradigma sufren resistencias en función de la dinámica de grupo (la ciencia la hacen grupos de científicos unidos en torno a un paradigma) y de las características innatas del ser humano, como la aversión al riesgo y la desconfianza ante la novedad.
De la lectura de Kuhn se deriva, por ejemplo, la percepción de que Galileo, con su nuevo paradigma del movimiento terrestre a principios del siglo XVII, no se enfrentó a la resistencia teológica de la Iglesia católica, sino a la resistencia epistemológica de todo el establishment científico de su época –que ciertamente tenía en la Iglesia uno de sus pilares, por la importancia eclesiástica en la enseñanza universitaria, pero que no se limitaba a los prelados, ni se basaba en la Biblia, en contra de las concepciones comúnmente difundidas, sino en Aristóteles.
Después de Galileo, llegaron, en la física, el paradigma de Newton y el de Einstein, pero el «avance» de un paradigma a otro constituyó una realidad compleja y no lineal. Kuhn opina incluso que el paradigma einsteniano está, en cierto sentido, más cerca del viejo paradigma aristotélico –aparte del concepto del espacio absoluto– que de la física newtoniana.
Kuhn escribió su libro justo antes de la revolución cultural, que barrería el mundo en los años sesenta y que está en la raíz de lo que, hoy, podemos llamar el paradigma globalista, woke o de lo políticamente correcto, que afecta a la cultura, la sociedad, la política y la economía, y que está destruyendo la libertad en el mundo en favor de un sistema totalitario. Este paradigma globalista también está afectando y destruyendo la ciencia.
En mi recordada Universidad de Brasilia, a mediados de los años ochenta, en el curso de Metodología Científica, yo y otros dos colegas (éramos posiblemente los únicos no izquierdistas del ambiente) desafiábamos al profesor comunista cuando hablaba de la posibilidad de politización de las ciencias exactas, y señalaba la necesidad, por ejemplo, de una física marxista contra la física burguesa. Nos parecía absurdo que pudiera haber una física de izquierdas y otra de derecha. Recuerdo que uno de los colegas ironizó: «¿Qué es una física marxista? ¿Van a obligar a redistribuir los electrones entre todas las capas del átomo?» Hoy sabemos que, aunque esta idea sea absurda, eso no importa. El marxismo está hecho de absurdos y de la imposición de estos absurdos a la población, para desarticular en las personas la capacidad de pensamiento independiente y hacerlas dóciles a la dominación del poder supremo. El marxismo (que es el piloto del avión globalista) no pretende sustituir la lógica aristotélica por la lógica dialéctica, sino destruir cualquier lógica, aniquilar el logos mismo (el pensamiento humano y su capacidad de trascender la realidad inmediata) para sustituirlo por el poder.
Allá por los años ochenta ya germinó el nuevo paradigma sembrado en los sesenta, y que hoy ha florecido. Un paradigma científico que en realidad es anticientífico y antihumano: la ciencia politizada y políticamente correcta, la ciencia globalista de nuestro tiempo.
La ciencia está hoy sometida a los dictados de la élite transnacional y sus esquemas de dominación, una élite que reúne a dirigentes de países formalmente democráticos y de repúblicas narcosocialistas, megabillonarios y burócratas multilaterales, «apparatchiks» del Partido Comunista Chino y formuladores del Great Reset (Gran Reseteo).
Nosotros vemos a la «ciencia globalista» trabajando en el clima, por ejemplo: seleccionando datos, manipulando gráficos, ocultando el descenso de las temperaturas (haga una búsqueda con los términos «ocultar el descenso» y vea los correos electrónicos de los «investigadores» del clima filtrados en 2009), barajando objetivos, reacondicionando predicciones catastróficas que nunca se materializan. El hecho es que las temperaturas no están aumentando al ritmo previsto por los modelos de los alarmistas climáticos. No hay más huracanes ni más sequías que hace 100 años. Las recientes y terribles lluvias en São Paulo siempre han sido un fenómeno recurrente, pero desgraciadamente hoy causan más víctimas, no por la intensidad de las precipitaciones, sino por el aumento de la ocupación desordenada del territorio ante la indiferencia e incapacidad del poder público dominado por la corrupción. En cualquiera de los paradigmas científicos anteriores, los científicos ya habrían empezado a dudar de la teoría de que las emisiones de gases de efecto invernadero producen un aumento incontrolado de la temperatura. La verdad, muchos científicos honestos llevan muchos años dudando, pero estos Galileos son condenados y cancelados por el establishment globalista, sin ni siquiera el mínimo derecho de defensa y consideración como cuando el Galileo original fue tratado por la Iglesia. ¿Por qué? Porque el paradigma alarmista permite la concentración de poder en manos de ese consorcio transnacional. Crea pobreza y escasez, encarece los alimentos y la energía, elitiza el transporte individual y el consumo de proteínas, debilita las sociedades y las economías (salvo China, que puede seguir quemando carbón a su antojo y atraer así inversiones productivas desviadas de los países democráticos). Refuerza el Leviatán globalista y debilita a los individuos. ¿No corroboran los hechos la teoría del calentamiento global antropogénico? No importa. Si la realidad contradice la teoría, tanto peor para la realidad, como dicta el dogma marxista, y si el dominio de los medios de comunicación, las universidades y los flujos de financiación de la investigación permiten silenciar a los científicos honestos y recompensar a los científicos domesticados, tanto mejor para los dueños del poder.
Quien domina la narrativa, incluida la narrativa científica, gobierna el mundo. «Digamos que los científicos escépticos del clima están a sueldo de las petroleras», dicen riendo los megamillonarios que se hacen aún más megamillonarios con la concentración de recursos y poder resultante de la «transición energética» y ahora también de la «transición alimentaria». Así, la población de los países «libres» es adoctrinada para que ignore los gigantescos intereses económicos que hay detrás del dogma climático y señale con el dedo diciendo «big oil money» cuando algún heroico escéptico aún se atreve a levantar la voz en busca de la verdad. Pues bien, todo el big money, del petróleo o de quien sea, está con el alarmismo climático, y nosotros confiamos en el big money, ¿verdad?
La ciencia globalista también está activa en la ideología de género, prohibiendo el estudio de las circunstancias psicológicas y sociales de las personas, incluidos los niños que sufren disforia de género, porque el dogma ordena tratarlos a todos, sumariamente, con cirugías mutiladoras y productos químicos esterilizantes. Un niño aparece con algún signo de duda sobre si es niño o niña. ¿Llamamos a un psicólogo? ¿Vamos a entender nosotros mejor lo que pasa por la cabeza de esta criaturita inmadura? ¡No! Usen un cuchillo. Pongan hormonas. ¡Ciencia! Y quien se atreva a cuestionar, quien quiera estudiar – científicamente– las consecuencias de las mutilaciones y esterilizaciones, será vetado, inhabilitado, perderá cargos y diplomas.
En la pandemia del COVID, la ciencia globalista estableció los dogmas que bien conocemos. No hay tratamiento precoz. El bloqueo es imperativo. Las vacunas salvan vidas. ¿Qué pasa con los científicos que propusieron e intentaron, con aparente éxito, aplicar un tratamiento con medicamentos baratos no indicados en la etiqueta de los fármacos? ¿Qué pasa con los países que no hicieron cierres y tuvieron menos contagios que los países con su población confinada en casa? ¿Qué hay de los efectos secundarios descritos en los prospectos y documentos presentados por los propios fabricantes farmacéuticos? ¿Qué hay de las «inexplicables» muertes súbitas o pérdida de capacidades de personas jóvenes y sanas? En el viejo paradigma, todo esto se investigaría. En el nuevo paradigma, plantear estos hechos e intentar investigarlos le lleva a uno a la cárcel, la pérdida de la licencia, el aniquilamiento de su reputación por parte de los medios de comunicación convertidos en una panda de secuaces del neocoronelismo woke. Antiguamente, la ciencia avanzaba reconociendo las anomalías de una teoría y formulando una nueva teoría capaz de explicarlas. Hoy la ciencia «avanza» avergonzando a los que cuestionan.
Sí, nosotros estamos inmersos en un nuevo paradigma científico cuyo principio no es la formulación y comprobación de teorías capaces de explicar los hechos, sino la manipulación de los hechos capaz de aumentar el poder corrupto de quienes lo ostentan. La «ciencia» del clima permite a los dueños del poder dominar la economía mundial reorientando las inversiones y empobreciendo a las poblaciones que se vuelven más dependientes del Estado con el aumento artificial de los precios de la energía y de los alimentos y el fin progresivo del transporte individual, entre otros elementos. La «ciencia» de género les permite destruir a las familias y la propia identidad de las personas, volviéndolas psicológicamente frágiles, pasivo-agresivas y manipulables por el mensaje proveniente del poder central. La «ciencia» del género enseña a las sociedades a aceptar, hipnotizadas, la pérdida de sus libertades más básicas, la pérdida de autonomía sobre sus decisiones, el compromiso de su sistema inmunitario y su derecho a hacer preguntas.
¿Quién se hizo más poderoso tras la pandemia y su «ciencia»? Las grandes empresas amigas del poder, los gobiernos, la pandilla de Davos, los narcosocialistas latinoamericanos y los lacrocapitalistas norteamericanos (que curiosamente ganaron todas las elecciones post-COVID), el crimen organizado y el corruptariado brasileño, China, el proyecto de sociedad de control. ¿Quién se ha vuelto más débil, más pobre, más necesitado? Los individuos, las pequeñas empresas, los pueblos, las sociedades, el principio de la libertad.
La ciencia globalista es uno de los principales instrumentos del avance del totalitarismo en el mundo. La ciencia anterior –lo que tenía en común, entre todos sus paradigmas, era la auténtica búsqueda de la verdad– posibilitó inmensos avances en el bienestar de la humanidad y en la creación de las condiciones para que los individuos fueran libres. El paradigma científico actual está creando una humanidad miserable y sumisa. Lo que están haciendo con la ciencia destruirá la civilización, y eso es lo que quieren.
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