Antiguos cuentos de sabiduría: Picciola

Por The Epoch Times
22 de octubre de 2021 5:04 PM Actualizado: 22 de octubre de 2021 5:04 PM

Los “Antiguos cuentos de sabiduría” nos recuerdan las tradiciones y los valores morales que se han atesorado en todo el mundo. Esperamos que las historias y los mensajes de esta serie ayuden a elevar los corazones y las mentes de nuestros lectores.

«Picciola» trata de un hombre que fue encarcelado injustamente y que sentía que nadie en el mundo se preocupaba por él, hasta que una planta que brotaba en el recinto penitenciario llamó su atención y lo cambió todo.

Este cuento reconstruido hace parte de una colección de audiocuentos e ilustraciones originales especialmente dedicada a los niños, recopilada y producida en 2012 como parte del programa “Antiguos cuentos de sabiduría” de la Red de Radio Sonido de Esperanza.

Lea el cuento a continuación, y déjese transportar a otro mundo:

Hace muchos años, había un pobre caballero encerrado en una de las grandes prisiones de Francia. Se llamaba Charney, y estaba muy triste e infeliz. Había sido encarcelado injustamente y sentía que no había nadie en el mundo que se preocupara por él.

No podía leer, porque no había libros en la prisión. No le permitían tener bolígrafos ni papel, así que no podía escribir. El tiempo pasaba lentamente. No había nada que pudiera hacer para que los días se hicieran más cortos. Su único pasatiempo era caminar de un lado a otro en el patio pavimentado de la prisión. No había trabajo que hacer, ni nadie con quien hablar.

Una buena mañana de primavera, Charney estaba dando su paseo por el patio. Estaba contando los adoquines, como había hecho mil veces antes. De repente, se detuvo. ¿Qué era ese pequeño montículo de tierra entre dos piedras? Se inclinó para ver. Una especie de semilla había caído entre las piedras. Había brotado y ahora una pequeña hoja verde se abría paso desde el suelo. Charney estaba a punto de aplastarla con el pie, cuando vio que una especie de película cubría la hoja. «¡Ah!», dijo. «Esta capa es para mantenerla a salvo. No debo dañarla». Y continuó su paseo.

Al día siguiente, estuvo a punto de pisar la planta antes de pensarlo de nuevo. Se inclinó para echarle un vistazo. Ahora tenía dos hojas, y la planta estaba mucho más fuerte y verde que el día anterior. Se quedó junto a ella mucho tiempo, observando todas sus partes.

Todas las mañanas, Charney se acercaba a su plantita. Quería ver si el frío la había enfriado o si el sol la había quemado. Quería ver cuánto había crecido.

Un día, mientras miraba desde su ventana, vio al carcelero atravesar el patio. El hombre pasó tan cerca de la planta que parecía que iba a aplastarla. Charney temblaba de pies a cabeza. «¡Oh, mi Picciola!», gritó.

Cuando el carcelero llegó a darle la comida, le rogó al hombre que perdonara su plantita. Pensaba que el hombre se reiría de él, pero a pesar de ser un carcelero, tenía un corazón bondadoso.

«¿Cree que le haría daño a su plantita?», dijo el carcelero. «¡No es cierto! Habría muerto hace mucho tiempo, si no hubiera visto que usted se preocupaba tanto por ella».

«Eso es muy bueno de su parte, sin duda», dijo Charney. Se sintió un poco avergonzado por haber pensado que el carcelero era poco amable.

Todos los días observaba a Picciola, como había llamado a la planta. Cada día crecía más y más hermosa. Pero una vez estuvo a punto de romperse por las enormes patas del perro del carcelero. El corazón de Charney se hundió en su interior. «Picciola debe tener una casa», dijo. «Veré si puedo hacer una».

Así que, aunque las noches eran frías, fue recogiendo, día a día, parte de la leña que le permitían, y con ella construyó una casita alrededor de la planta. La planta mostraba mil formas bonitas, en las que él se fijaba. Vio cómo se inclinaba siempre un poco hacia el sol; vio cómo las flores doblaban sus pétalos antes de una tormenta. Nunca había pensado en esas cosas, aunque a menudo había visto jardines enteros de plantas con flores.

Un día, con hollín y agua hizo un poco de tinta; extendió su pañuelo como papel; utilizó un palo afilado como pluma. ¿Y para qué? Sintió que debía escribir las acciones de su pequeña mascota. Pasó todo el tiempo con la planta. «¡Vean a mi señor y a mi señora!», decía el carcelero cuando los veía.

Mientras transcurría el verano, Picciola se volvía más hermosa cada día. Había al menos treinta flores en su tallo. Pero una triste mañana, comenzó a decaer. Charney no sabía qué hacer. Le dio agua, pero seguía decayendo. Las hojas se marchitaban. Las piedras del patio de la prisión no dejaban vivir a la planta.

Charney sabía que solo había una manera de salvar su tesoro. ¿Cómo podía esperar que lo lograra? Se debían retirar las piedras de inmediato. Pero esto era algo que el carcelero no se atrevía a hacer. Las reglas de la prisión eran estrictas: no se podía mover ninguna piedra. Solo los más altos funcionarios del país podían hacer algo así.

El pobre Charney no podía dormir. Picciola iba a morir. Las flores ya se habían marchitado; las hojas pronto caerían del tallo. Entonces, a Charney se le ocurrió una nueva idea. Le pediría al gran Napoleón, al mismísimo emperador, que salvara su planta.

Era algo difícil para Charney: pedir un favor al hombre que odiaba, el hombre que lo había encerrado en esa prisión. Pero lo haría por el bien de Picciola.

Escribió su pequeña historia en su pañuelo. Luego, lo entregó a una joven que prometió llevarlo a Napoleón. Ah, si la pobre planta viviera unos días más.

Qué largo fue el viaje para la joven. Qué larga y aburrida fue la espera para Charney y Picciola. Pero por fin llegaron buenas noticias a la prisión. Se retirarían las piedras. ¡Picciola se había salvado! La amable esposa del emperador escuchó la historia del cuidado de Charney hacia la planta. Vio el pañuelo que él escribió sobre sus hermosas formas. «Seguramente», dijo ella, «no puede hacernos ningún bien mantener a un hombre así en prisión».

Y así, finalmente, Charney fue liberado. Por supuesto, ya no estaba triste y sin amor. Vio cómo Dios lo había cuidado a él y a su plantita, y cuán bondadosos y verdaderos son los corazones de los hombres, incluso los más rudos. Y quiso a Picciola como a una querida y apreciada amiga a la que nunca pudo olvidar.

A continuación puede escuchar el cuento en inglés:

Este cuento, “Picciola”, se ha reproducido con permiso de “Ancient Tales of Wisdom-Student Workbook”, publicado por Sound of Hope Radio Network. Audio e ilustraciones por Sound of Hope Radio Network. Copyright © 2012. Todos los derechos reservados.


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