Vistiendo un chubasquero amarillo, el vaquero se agacha junto a Biscuit antes de un día de cabalgata, sorbiendo de su jarra bajo una tienda improvisada. La niebla es espesa. Casi se puede sentir la humedad.
Estos estados de ánimo no se pueden escenificar en pintura, al menos no según el artista del Oeste Mikel Donahue. Se necesita autenticidad, cabalgar con vaqueros de verdad haciendo su trabajo.
«Intento ser lo más honesto y respetuoso posible con quiénes son (los vaqueros) y lo qué hacen hoy en día», explica Donahue, de 67 años, a The Epoch Times. «Para mí es muy importante no utilizar modelos; las personas que pinto o los lugares y las cosas son reales.
«A muchos de ellos podría llamarlos hoy y hablar con ellos. Y es muy importante que los retrate de forma verdadera y honesta».
El artista de Tulsa, que creció en el rancho de su abuelo, ahora acompaña a los vaqueros desde Oklahoma hasta Arizona haciendo sus cosas «mundanas». Tiene que unirse «a la humedad o a la suciedad», dice, y ellos deben saber que «usted no es alguien a quien tengan que cuidar».
Mientras toma notas sobre el terreno y aprecia la experiencia de estrechar lazos con estos jinetes, Donahue descubre que las tareas más insignificantes son cualquier cosa menos eso.
Una cosa tan pequeña e insignificante como un clavo puede convertirse en el centro de un cuadro. Estos ganaderos necesitan clavos porque, al carecer del lujo de un herrador, a menudo herran ellos mismos a sus caballos, una habilidad que se convirtió en una tradición de su oficio.
Uno de los cuadros de Donahue gira en torno a un trozo de metal. El título del cuadro, «A falta de un clavo», se completa con: «… el caballo se perdió». Donahue remata la frase con: «A falta de caballo, se perdió la batalla; a falta de batalla, se perdió el reino». Ilustra un principio.
«Todo se reduce a otra cosa que me gusta, que es el detalle», dijo. «Un pequeño clavo puede hacer que un caballo pierda una herradura en medio de la nada; con suerte tiene una de repuesto en la alforja o puede encontrarla y volver a ponérsela.
«De lo contrario, su caballo se queda cojo, y no tiene caballo y no puede hacer su trabajo».
El artista, que siempre vivió en Tulsa, se dedicó a las artes visuales después de que una lesión de rodilla en la universidad pusiera fin a sus días practicando deporte. Se dedicó al diseño comercial y, con el tiempo, se convirtió en director artístico de marketing, lo que le ayudó en gran medida a dedicarse a la pintura artística más adelante, alrededor del 2001.
La obra de Donahue fue adquiriendo importancia rápidamente, hasta llegar a ser seleccionada por galerías, exhibida en exposiciones y aceptada en Cowboy Artists of America, hasta que en 2009 abandonó su trabajo de marketing para dedicarse a la pintura a tiempo completo.
Tomando ejemplo de sus años de diseñador, sigue trabajando con medios familiares: gouache y acrílico, añadiendo a veces acuarela, y pinta en pequeños pero preciosos tableros de ilustración. Sigue elaborando las composiciones con miniaturas y suele sacar papel de calco a medida que se desarrollan las imágenes.
Como en «Café y galletas», las obras comienzan con finas aguadas que silencian la dura blancura del tablero. A continuación, capas cada vez más opacas de gouache y acrílico construyen un entramado de detalles, modelando la forma y creando una atmósfera como la niebla en dicho cuadro. De ahí que se pueda sentir la humedad.
«Largos días» tipifica la vida de los vaqueros. Representa a un ranchero con su silla de montar, que se aleja hacia el atardecer al final de un largo día. Este cuadro, uno de los primeros de Donahue, fue premiado en la Buffalo Bill Art Show & Sale y hoy se exhibe en el museo de Cody, Wyoming. La interacción entre la textura de la madera y la luz luminiscente lo dice todo. Aquí, las habilidades de diseño de Donahue entran en pleno juego.
«Desde el punto de vista del diseño, creo que es muy, muy potente gráficamente», afirma. Una de las cosas que creo que me ayudó en mi trabajo actual es la formación en diseño y el trabajo que hice como director de arte/diseñador hace años».
«El cuadro es muy sencillo. Sigo dándole mucha fuerza compositiva, y el título, creo, tiene mucho que ver con la impresión que se lleva cuando lo mira».
Todos los pequeños detalles —cada uña— son cruciales en la representación de la cultura occidental, dice Donahue. Aún así, admira a los pintores que pueden hacer el mayor trabajo con la menor cantidad de pinceladas. Irónicamente, le encantan los impresionistas, que no se obsesionan con los pequeños detalles.
Como artista, Donahue busca esta eficacia en sus cuadros. Puede tardar desde unos pocos días hasta varias semanas en terminarlos. Le gusta tener tres o cuatro siempre en marcha. A veces, cuando está en la onda, puede hacer mucho en un día, dice. Otras veces, los árboles no dejan ver el bosque. Alejarse y volver a la obra suele ser el remedio».
Mientras tanto, la esposa de Donahue puede ser de gran ayuda.
«Tiene un pasado equino, por así decirlo. Es de Colorado y se crió entre caballos», explica el artista. Siempre es útil tener otro par de ojos para ver las cosas, sobre todo si tengo problemas en un área y no sé por qué».
«También me ayuda a centrarme más en el diseño y los aspectos pictóricos de algo, en contraposición al detalle de cada pequeño clavo del casco que sujeta la herradura».
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