En una de las mejores tiras cómicas de todos los tiempos, «Calvin y Hobbes» de Bill Watterson, Calvin es un niño elocuente, travieso y egocéntrico. Hobbes es su tigre de peluche, que en la imaginación de Calvin cobra vida como su mejor amigo. En uno de estos dibujos animados, los dos bajan una colina a toda velocidad en un carrito, Calvin sentado delante de Hobbes.
Calvin: ¡Estoy harto de oír hablar de responsabilidad personal! Yo ya he hecho mi parte para que el mundo sea un lugar mejor para vivir.
Hobbes: ¿En serio?
Calvin: ¡claro! ¡nací!
Hobbes (sin que Calvin se dé cuenta, pone los ojos en blanco): Ah, sí, se me olvidaba darte las gracias.
Calvin: ¡Únete al club!
Algunas personas creen, como Calvin, que el mundo fue creado para ellos y no al revés. Son aquellos cuyo enorme ego supera su cerebro o su talento y son quienes culpan a los demás cuando sus planes fracasan. Para ejemplos de este exagerado sentido de la propia importancia, solo tenemos que mirar a muchas de las celebridades y políticos de hoy en día.
Por supuesto, cierto grado de confianza en uno mismo es crucial para el éxito. A pesar de su pobre infancia, su escasa educación y su errática carrera política, Abraham Lincoln tuvo suficiente fe en sí mismo para ganar la presidencia. Booker T. Washington superó los obstáculos de la raza y una juventud marcada por la pobreza para fundar el Instituto Tuskegee y brindar a las comunidades negras cientos de profesores, médicos y abogados.
Entonces, ¿Cómo podemos fomentar esa seguridad en nosotros sin caer en la arrogancia?
Para responder a esta pregunta, otro destacado estadounidense ha ofrecido algo de ayuda. En «The Narrative of the Life of David Crockett» (Relato de la vida de David Crockett), el «rey de la frontera salvaje» comienza su autobiografía con este consejo: «Dejo esta regla para los demás cuando yo muera: Asegúrese siempre de tener razón, ¡ENTONCES ADELANTE!».
Ese sencillo lema encierra una buena dosis de sabiduría. Aconseja la acción, pero nos recuerda que debemos asegurarnos de que vamos por el camino correcto. Es una bandera amarilla que nos advierte que evaluemos una tarea o una empresa antes de emprenderla, que tengamos en cuenta las posibilidades y los obstáculos en nuestro plan de acción. Hay que investigar, escuchar las ideas de los demás, sobre todo las de quienes tienen opiniones distintas de las nuestras, y considerar qué dificultades y obstáculos pueden presentarse.
Seguir adelante con nuestros planes, cegados por la arrogancia y la ignorancia, puede traer desastres. Vimos las consecuencias de esta arrogancia durante la pandemia de COVID─19, cuando los funcionarios cerraron tiendas y escuelas, aparentemente para salvar vidas, pero sin tener en cuenta las catástrofes sociales y económicas que estas políticas infligieron a millones de personas. En una escala mucho menor, a veces hacemos lo mismo en nuestra vida personal, como saltar de un empleador a otro por el único beneficio de obtener mayores ingresos, solo para descubrir que nuestro paso poco meditado nos ha encadenado a un trabajo que no nos satisface.
«Deme seis horas para talar un árbol y pasaré las cuatro primeras afilando mi hacha». Es posible que Abraham Lincoln nunca haya pronunciado esas palabras que a veces se le atribuyen, pero no por ello dejan de contener un valioso consejo. Sí, de vez en cuando una emergencia impone una acción urgente, pero la mayoría de las veces tenemos tiempo para dar un paso atrás, pensar y trazar un plan.
Si vivimos, como pretende Calvin, como narcisistas, sin asumir ninguna responsabilidad personal y exigiendo que el mundo satisfaga nuestras exigencias, ese desagradable orgullo nos llevará tarde o temprano a la perdición.
Por otra parte, quienes se sienten lo suficientemente seguros de sí mismos como para pisar el freno y tomarse el tiempo para evaluar humildemente una situación pueden evitar tales derrotas. Lo mejor de todo es que, cuando dejamos de esforzarnos por impresionar a los demás y trabajamos para impresionarnos a nosotros mismos, ganamos.
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