«Durante muchos años, en la década de 1990 e incluso a principios del 2000, todo el mundo pensaba que era saludable tomar una minidosis de aspirina cada día para prevenir los infartos», declaró a The Epoch Times el Dr. Robert Lufkin, profesor clínico adjunto de la Facultad de Medicina Keck de la Universidad del Sur de California.
En aquel momento, diversos estudios a gran escala demostraban los efectos protectores de la aspirina. Los hallazgos dieron lugar al popular dicho: «Una aspirina al día mantiene alejado al médico». Muchos médicos llegaron a animar a sus pacientes a tomarla regularmente para prevenir las enfermedades cardíacas.
Ahora, la balanza que mide los riesgos frente a los beneficios se inclinó un poco.
No es un suplemento
Tres grandes ensayos clínicos concluyeron que la aspirina no es adecuada para uso preventivo en personas sin enfermedad cardiovascular conocida.
Esto se remonta a 2018. En ese momento, el efecto protector de la aspirina en dosis bajas para las personas con antecedentes de eventos cardiovasculares ya estaba bien establecido. Sin embargo, los investigadores trataron de determinar si el uso a largo plazo de dosis bajas de aspirina (alrededor de 100 miligramos por día) también podría prevenir la primera aparición de eventos cardiovasculares —lo que se conoce como prevención «primaria».
El ensayo Aspirin to Reduce Risk of Initial Vascular Events (ARRIVE por sus siglas en inglés) en el que participaron pacientes con factores de riesgo cardiovascular, demostró que la aspirina no reducía significativamente la incidencia de episodios cardiovasculares, pero sí aumentaba el riesgo de hemorragias gastrointestinales. La proporción de participantes que experimentaron un primer acontecimiento cardiovascular fue similar en los grupos de aspirina y placebo, pero el riesgo de hemorragia gastrointestinal fue 2.1 veces mayor en el grupo de aspirina.
El ensayo Aspirina en la reducción de eventos en ancianos (ASPREE por sus siglas en inglés), que incluyó a más de 19,000 adultos mayores, descubrió que la aspirina no mejoraba las tasas de supervivencia, pero aumentaba significativamente el riesgo de hemorragia grave en un 38 por ciento y elevaba la mortalidad por todas las causas en un 14 por ciento.
El ensayo Estudio de Acontecimientos Cardiovasculares en la Diabetes (ASCEND por sus siglas en inglés), que incluyó a más de 15,000 pacientes diabéticos sin enfermedad cardiovascular, concluyó que «los beneficios absolutos se vieron ampliamente contrarrestados por el riesgo de hemorragia». En comparación con el grupo placebo, la aspirina redujo el riesgo de acontecimientos vasculares graves en un 12 por ciento, aunque aumentó el riesgo de hemorragias graves (no mortales) en un 29 por ciento.
«La mayoría de estos ensayos no mostraron un beneficio claro, de modo que, en general, hubo escepticismo sobre la posibilidad de utilizar aspirina en prevención primaria», declaró a The Epoch Times el Dr. Raffaele De Caterina, catedrático de cardiología de la Universidad de Pisa y jefe de la división de cardiología del Hospital Universitario de Pisa.
Desde 2019, la comunidad médica dejó de recomendar ampliamente la aspirina para la prevención primaria de las cardiopatías.
Ese mismo año, la Asociación Americana del Corazón actualizó sus directrices, haciendo hincapié en que las personas sin antecedentes de infarto de miocardio o ictus, a excepción de determinados grupos de alto riesgo, como los que tienen un riesgo elevado de enfermedad vascular o los que ya presentan indicios de enfermedad vascular subclínica, no deben tomar aspirina en dosis bajas a diario sin consultar a su médico.
El Grupo de Trabajo de Servicios Preventivos de EE.UU. (USPSTF por sus siglas en inglés) ofreció recomendaciones más detalladas, desaconsejando el uso de dosis bajas de aspirina en adultos sanos de 60 años o más. Añadió que para los adultos de 40 a 59 años con un riesgo igual o superior al 10 por ciento de desarrollar una enfermedad cardiovascular en los próximos 10 años (según la evaluación de su médico), el beneficio neto potencial del uso de aspirina es probablemente mínimo.
De Caterina subrayó que el cambio no significa que no deba administrarse aspirina a ningún paciente, sino que no debe administrarse a todos los pacientes como prevención primaria.
«Si está sano, no va a prevenir nada», afirmó John J. McNeil, profesor de la Facultad de Salud Pública y Medicina Preventiva de la Universidad de Monash y uno de los investigadores principales del estudio ASPREE.
Sin embargo, muchas personas continúan siguiendo el viejo consejo. Un estudio publicado en 2024 en la revista Annals of Internal Medicine, en el que se analizaron datos de más de 186,000 estadounidenses, reveló que el 18.5 por ciento de los adultos mayores de 40 años declararon haber usado aspirina para la prevención primaria de enfermedades cardiovasculares en 2021. La proporción era aún mayor entre los adultos de 60 años o más, con casi un 30 por ciento.
McNeil declaró a The Epoch Times que lleva tiempo adaptar la noción. «Todo en medicina sucede muy lentamente».
Beneficio inesperado
Estos hallazgos no niegan los beneficios cardiovasculares de la aspirina. Para las personas con antecedentes de infarto de miocardio o ictus, la aspirina es una parte clave del tratamiento para evitar la recurrencia a modo de prevención secundaria.
Pero éste no era el uso previsto de la aspirina en un principio.
Los orígenes de la aspirina se remontan a la corteza del sauce, que los sumerios y egipcios utilizaban hace más de 3500 años para aliviar el dolor y reducir la fiebre. Las propiedades terapéuticas de la corteza de sauce proceden principalmente de su contenido en ácido salicílico.
En 1897, el químico Felix Hoffmann sintetizó el ácido acetilsalicílico calentando ácido salicílico con anhídrido acético. La adición del grupo acetilo hizo que el ácido salicílico fuera más estable.
Este compuesto se registró como «aspirina» y se comercializó como fármaco antifebril y analgésico. Actúa inhibiendo las prostaglandinas, hormonas locales que desencadenan la inflamación. Sin embargo, estos efectos sobre la inflamación solo se consiguen con dosis elevadas de aspirina, normalmente unos 1000 miligramos al día o hasta 3000 miligramos (de dos a seis comprimidos/pastillas de 500 miligramos). Estas dosis tan elevadas no son adecuadas para un uso prolongado debido a sus posibles efectos secundarios, como problemas gastrointestinales.
Los investigadores observaron un fenómeno más sutil después que el fármaco llevara algún tiempo utilizándose entre la población.
«Solo se observó 60 o 70 años después que las personas que lo tomaban con regularidad parecían sufrir menos infartos de miocardio o accidentes cerebrovasculares», declaró a The Epoch Times el Dr. Mark Nelson, catedrático de Medicina General de la Facultad de Medicina de la Universidad de Tasmania e investigador catedrático del Instituto Menzies de Investigación Médica.
Desde entonces, los investigadores se esfuerzan por comprender los mecanismos que subyacen a esta observación.
Nelson explicó que el efecto antitrombótico de la aspirina procede de su grupo acetilo.
Las plaquetas ayudan a las células sanguíneas a agruparse para formar coágulos. La aspirina en dosis bajas, a través de su grupo acetilo, inhibe una enzima de las plaquetas, reduciendo su adhesividad e impidiendo la formación de coágulos. Esta inhibición es irreversible; una vez que la aspirina se une a una plaqueta, ésta permanece inactiva durante el resto de su vida útil, que es de unos siete a diez días.
Dado que aproximadamente una séptima parte de las plaquetas se recambia cada 24 horas, los pacientes que sufren accidentes cardiovasculares deben tomar ácido acetilsalicílico a diario para mantener su efecto antitrombótico.
Su efecto anticoagulante es «el único mecanismo demostrado cuando la aspirina se utiliza en las dosis bajas empleadas normalmente para la prevención cardiovascular», afirma De Caterina. Sin embargo, la aspirina solo puede beneficiar a determinados grupos de personas.
Explicó que, al igual que los demás factores —como la edad y las comorbilidades— el riesgo de hemorragia por el uso de aspirina es principalmente similar para las personas con y sin antecedentes de episodios cardiovasculares. Sin embargo, dado que las personas con antecedentes cardiovasculares tienen un mayor riesgo de recurrencia, es más probable que los beneficios de la aspirina en la prevención de coágulos superen el riesgo de hemorragia en su caso.
Además, «cuanto mayores son las personas, más probabilidades tienen de sangrar», afirma Nelson.
«Empezar a tomar aspirina a partir de los 40 años puede ser beneficioso para prevenir el primer infarto de miocardio y el primer ictus», declaró a The Epoch Times el Dr. John B. Wong, vicepresidente del USPSTF. «Una vez que las personas cumplen 60 años, no deberían empezar a tomar aspirina porque los perjuicios anulan los beneficios».
Los médicos pueden evaluar el riesgo cardiovascular mediante varios métodos, como las calculadoras de puntuación de riesgo que evalúan factores como la tensión arterial, los niveles de colesterol y el hábito de fumar. También pueden utilizar ecografías o tomografías computarizadas (TC) para examinar los vasos sanguíneos, o medir el índice tobillo-brazo para detectar la arteriopatía periférica. Con estas herramientas, los médicos pueden evaluar qué personas en prevención primaria pueden seguir beneficiándose del uso de la aspirina.
Demasiado de algo bueno
Existen pruebas clínicas claras que una dosis diaria de 75 a 150 miligramos de aspirina es suficiente para inhibir las plaquetas y prevenir la formación de coágulos. Sin embargo, superar esta dosis puede ser más perjudicial que beneficioso.
«Cuando aumentas la dosis, no aumentas la eficacia antitrombótica. Solo aumenta la toxicidad gástrica», afirma De Caterina.
Las prostaglandinas desempeñan un papel crucial en la protección y el fortalecimiento del revestimiento del estómago, al tiempo que reducen la secreción de ácido gástrico. Sin embargo, la aspirina inhibe la producción de prostaglandinas, lo que aumenta la permeabilidad del revestimiento del estómago y lo hace más vulnerable a los daños causados por el ácido gástrico. Uno de los principales inconvenientes de todos los antiinflamatorios no esteroideos (AINE), incluida la aspirina, son sus efectos secundarios gastrointestinales, que pueden incluir reflujo gastroesofágico, dispepsia (indigestión), úlceras y hemorragias gastrointestinales.
De Caterina afirmó que los tipos de hemorragia asociados al uso de aspirina son principalmente la hemorragia subcutánea (bajo la piel) y la hemorragia de las mucosas, afectando esta última principalmente a las vías gastrointestinal y urinaria.
La hemorragia gastrointestinal puede causar heces negras, parecidas al alquitrán (lo que se conoce como melena), debido al paso de sangre desde el tracto gastrointestinal superior. Sin embargo, Nelson señala que no todas las hemorragias gastrointestinales son evidentes; algunos casos pueden producirse sin molestias ni signos visibles como la melena, y dar lugar en cambio a anemia a medida que disminuyen gradualmente los niveles de hemoglobina. Las personas afectadas pueden experimentar fatiga, menor tolerancia al ejercicio y bajos niveles de energía, ya que su sangre no puede transportar oxígeno de manera eficiente.
Este tipo de hemorragia también puede producirse —más raramente— en el cerebro.
«Sin embargo, la hemorragia cerebral suele ser catastrófica, sobre todo en los ancianos, por lo que nos encontraremos ante lo que se denomina un ictus hemorrágico», explica Nelson. Aunque los ictus hemorrágicos representan alrededor del 15 por ciento de todos los accidentes cerebrovasculares en los países occidentales, suelen ser más graves y tener tasas de mortalidad más elevadas que los trombóticos. Añadió que las microhemorragias cerebrales, que inicialmente pueden pasar desapercibidas, pueden empeorar con el tiempo. «Pueden desarrollar síntomas como la demencia».
En otras palabras, muchas personas toman aspirina para prevenir el ictus trombótico, pero puede tener el efecto contrario en otro tipo de ictus. Las hemorragias cerebrales causadas por la aspirina también se consideran ictus.
«La coagulación de la sangre no es algo malo», afirma Lufkin. El cuerpo necesita la capacidad de formar coágulos para evitar fugas en los vasos sanguíneos. Sin coagulación, moriríamos desangrados. «Es un equilibrio», añade.
Un fármaco extraordinario
«Hace quince años, estuve en Australia acompañado de un destacado colega estadounidense, un científico que tomaba aspirina en prevención primaria», dijo De Caterina. «Ahora, ya no es así».
De Caterina afirmó que, aun así, la aspirina continúa siendo un fármaco extraordinario. Funciona como agente antipirético y antiinflamatorio a dosis altas, mientras que a dosis bajas actúa como agente antitrombótico.
«No hay ningún fármaco en el mundo que haya sido más estudiado que la aspirina en cuanto a su mecanismo de acción», afirmó. «Incluso en prevención primaria, sigue habiendo pacientes que obtienen un beneficio neto tomándola».
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