Una bolsa de Doritos, eso era todo lo que Princess quería.
Su madre la llama Princess, pero su verdadero nombre es Lindsey. Tiene 17 años y vive con su madre, Sandra, una enfermera, cerca de Atlanta. El 17 de mayo de 2020, Lindsey decidió que no quería desayunar; quería Doritos. Así que salió de casa y caminó hasta la tienda Family Dollar, quitándose los pantalones por el camino, mientras su madre la seguía a pie, hablando con la policía por teléfono mientras avanzaban.
Lindsey es autista. Le resulta difícil comunicarse y desenvolverse en situaciones sociales. Le encanta la rutina y recibe ayuda especial en la escuela. O recibía ayuda, antes que la pandemia de COVID-19 cerrara las escuelas y obligara a decenas de millones de niños a permanecer en casa.
Sandra dice que fue entonces cuando su infierno comenzó.
«Es como si su cerebro estuviera desconectado», dijo. «Se pone la chaqueta y sale por la puerta. Y yo la persigo».
El 17 de mayo, Sandra la persiguió hasta Family Dollar. Horas después, Lindsey estaba en la cárcel, acusada de agredir a su madre. (KHN y NPR no utilizan el apellido de la familia).
Lindsey es una de los casi 3 millones de niños en Estados Unidos que padecen una enfermedad emocional o de comportamiento grave. Cuando la pandemia obligó a cerrar las escuelas y los consultorios médicos la primavera pasada, también dejó a los niños sin acceso a maestros y terapeutas capacitados que entienden sus necesidades.
Como resultado, muchos, como Lindsey, fueron a parar a las salas de emergencia e incluso a la custodia policial. Los datos federales muestran un incremento de niños en crisis de salud mental en todo el país durante la pandemia, un aumento que está poniendo a prueba una red de seguridad ya sobrecargada.
«Llévensela»
Incluso después del cierre de las escuelas, Lindsey seguía levantándose temprano, vistiéndose y esperando el autobús. Cuando se dio cuenta que había dejado de llegar, dijo Sandra, su hija empezó a salir de casa y a deambular un par de veces a la semana.
En esas situaciones, Sandra hizo lo que muchas familias en crisis cuentan que han tenido que hacer desde que comenzó la pandemia: recorrer la corta lista de lugares a los que podía llamar para pedir ayuda.
En primer lugar, llamaba a la línea directa de crisis de salud mental de su estado, pero generalmente dejaban a Sandra en espera.
«Esto es ridículo», dijo sobre la espera. «Se supone que es un equipo de crisis. Pero estoy en espera durante 40 o 50 minutos. Y en el momento en que llegan al teléfono, [la crisis] ya ha terminado».
También está el servicio de urgencias del hospital local, pero Sandra dice que ha llevado allí a Lindsey por crisis anteriores y le han dicho que no hay mucho que puedan hacer.
Por eso, el 17 de mayo, cuando Lindsey se dirigió a Family Dollar solo con una camiseta roja y ropa interior para comprar esa bolsa de Doritos, Sandra llamó a la última opción de su lista: la policía.
Sandra llegó a la tienda antes que la policía y pagó los Doritos. Según Sandra y los registros policiales, cuando se acercó un agente, Lindsey se puso nerviosa y golpeó a su madre con fuerza en la espalda.
Sandra dijo que le explicó al oficial: «‘Ella es autista. Ya sabe, estoy bien. Soy enfermera. Solo tengo que llevarla a casa y darle su medicina'».
Lindsey toma un estabilizador de estado de ánimo, pero como salió de casa antes del desayuno, no lo había tomado esa mañana. El agente le preguntó si Sandra quería llevarla al hospital más cercano.
El hospital no podría ayudar a Lindsey, dijo Sandra. No lo había hecho antes.
«Ya me dijeron: ‘Señora, no podemos hacer nada’. Solo revisan sus análisis, está bien, y la envían de regreso a casa. No hay nada que [el hospital] pueda hacer», recuerda haberle dicho al agente.
Sandra preguntó si la policía podía llevar a su hija a casa para que la adolescente pudiera tomar su medicamento, pero el agente dijo que no, que no podían. Lo único que podían hacer, dijo el agente, era llevar a Lindsey a la cárcel por golpear a su madre.
«Lo he intentado todo», dijo Sandra, desesperada. Se paseó por el estacionamiento, sintiéndose impaciente, triste y sin opciones.
Finalmente, entre lágrimas, dijo a los agentes: «Llévensela».
A Lindsey no le gusta que la toquen y se resistió cuando las autoridades intentaron esposarla. Varios agentes lucharon por tirarla al suelo. En ese momento, Sandra protestó y dijo que un agente la amenazó con arrestarla a ella también si no se retiraba. Lindsey fue llevada a la cárcel, donde pasó gran parte de la noche hasta que Sandra pudo pagar la fianza.
El procurador general del condado de Clayton, Charles Brooks, negó que hubieran amenazado a Sandra con arrestarla; dijo que, aunque el caso de Lindsey sigue pendiente, su oficina «está trabajando para garantizar que la resolución de este asunto implique un plan de cumplimiento de los medicamentos y no una acción punitiva».
Sandra no está sola en su experiencia. Varias familias entrevistadas para este artículo relataron experiencias similares de llamar a la policía cuando un niño estaba en crisis porque los tutores sentían que no tenían otra opción.
«Todo el sistema se está paralizando»
Aproximadamente el 6 por ciento de los niños estadounidenses de entre 6 y 17 años viven con graves dificultades emocionales o de comportamiento, incluyendo niños con autismo, ansiedad severa, depresión y condiciones de salud mental relacionadas con traumas.
Muchos de estos niños dependen de las escuelas para acceder a terapias vitales. Cuando las escuelas y los consultorios médicos dejaron de prestar servicios presenciales la primavera pasada, los niños quedaron desvinculados de las personas y los apoyos de los que dependen.
«La falta de servicios presenciales es realmente perjudicial», afirma la Dra. Susan Duffy, pediatra y profesora de medicina de urgencias en la Universidad de Brown.
Marjorie, una madre de Florida, dijo que su hijo de 15 años ha sufrido durante estas interrupciones. Él tiene un trastorno por déficit de atención e hiperactividad y un trastorno negativista desafiante, una condición marcada por una hostilidad frecuente y persistente. Pequeñas cosas —como pedirle que haga las tareas escolares— pueden generar su ira, provocando agujeros en las paredes, puertas rotas y amenazas violentas. (Marjorie pidió que no se utilizara el apellido de la familia ni el nombre de su hijo para proteger su privacidad y sus perspectivas de futuro).
La pandemia ha hecho que tanto la escuela como las sesiones de terapia de su hijo sean por Internet. Pero Marjorie dice que la terapia virtual no está funcionando porque su hijo no se concentra bien durante las sesiones y en lugar de eso intenta ver la televisión. Últimamente, simplemente las cancela.
«Estaba pagando las citas y no había ningún valor terapéutico», dijo Marjorie.
Los problemas trascienden las líneas socioeconómicas —que afectan a las familias con seguro privado, como Marjorie, como a las que reciben cobertura a través de Medicaid, un programa federal-estatal que proporciona seguro médico a personas con bajos ingresos y a las que tienen alguna discapacidad.
En los primeros meses de la pandemia, entre marzo y mayo, los niños con Medicaid recibieron un 44 por ciento menos de servicios de salud mental para pacientes externos —incluyendo terapia y apoyo en el hogar— en comparación con el mismo período de tiempo en 2019, según los Centros de Servicios de Medicare y Medicaid. Eso incluso después de contabilizar el aumento de las citas de telesalud.
Y mientras las salas de emergencia de la nación han experimentado una disminución en las visitas generales, hubo un aumento relativo en las visitas de salud mental para niños en 2020 en comparación con 2019.
Los Centros de Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos encontraron que, de abril a octubre de 2020, los hospitales de todo el país registraron un aumento del 24 por ciento en la proporción de visitas de emergencia de salud mental para niños de 5 a 11 años, y un aumento del 31 por ciento para niños de 12 a 17 años.
«Proporcionalmente, el número de visitas de salud mental es mucho más significativo de lo que ha sido en el pasado», dijo Duffy. «No solo estamos atendiendo a más niños, sino que también están ingresando más niños» en la atención hospitalaria.
Esto se debe a que ahora hay menos servicios ambulatorios disponibles para los niños, dijo, y a que las condiciones de los niños que aparecen en las urgencias «son más graves».
Esta crisis no solo está dificultando la vida de estos niños y sus familias, también está poniendo en tensión a todo el sistema de salud.
Los psiquiatras de niños y adolescentes que trabajan en hospitales de todo el país afirman que cada vez más los niños están siendo «internados» en los servicios de urgencias durante días, a la espera de ser admitidos en un hospital ordinario o en un centro psiquiátrico.
Antes de la pandemia, ya había una escasez de camas de hospitalización psiquiátrica para niños, dijo el Dr. Christopher Bellonci, psiquiatra infantil del Centro Infantil Judge Baker de Boston. Esa escasez ha empeorado a medida que los hospitales reducen su capacidad para permitir un mayor distanciamiento físico dentro de las unidades psiquiátricas.
«Todo el sistema se está paralizando en un momento en que tenemos una necesidad sin precedentes», dijo Bellonci.
Una señal que indica que el resto del sistema no funciona
Los psiquiatras de primera línea son conscientes de la frustración de los padres que luchan por encontrar ayuda para sus hijos.
Parte del problema es que nunca ha habido suficientes psiquiatras y terapeutas formados para trabajar con niños e intervenir en las primeras etapas de su enfermedad, dijo la Dra. Jennifer Havens, psiquiatra infantil de la Universidad de Nueva York.
«Un montón de gente que se presenta en las salas de urgencias en mal estado es una señal de que el resto del sistema no funciona», dijo.
Con demasiada frecuencia, dijo Havens, los servicios no están disponibles hasta que los niños son mayores —y están en crisis.
«A menudo, para las personas que no tienen acceso a los servicios, esperamos hasta que son demasiado grandes para manejarlos».
Aunque la pandemia ha hecho la vida más difícil para Marjorie y su hijo en Florida, dijo que siempre ha sido difícil encontrar el apoyo y la atención que él necesita. El otoño pasado, necesitaba una evaluación psiquiátrica, pero el especialista más cercano que aceptaba su seguro comercial estaba a 100 millas de distancia, en Alabama.
«Incluso cuando uno tiene el dinero o tiene el seguro, sigue siendo una parodia», dijo Marjorie. «No se puede conseguir ayuda para estos niños».
Los padres están frustrados, y también los psiquiatras que están en primera línea. El Dr. C.J. Glawe, que dirige el departamento de crisis psiquiátricas del Nationwide Children’s Hospital de Columbus (Ohio), dijo que, cuando un niño se estabiliza después de una crisis, puede ser difícil explicar a los padres que tal vez no puedan encontrar atención de seguimiento cerca de su casa.
«Especialmente cuando puedo decirles claramente que sé exactamente lo que necesitan, pero no puedo dárselo», dijo Glawe. «Es desmoralizante».
Cuando los estados y las comunidades no proporcionan los servicios que los niños necesitan para vivir en casa, los niños se pueden deteriorar e incluso acabar en la cárcel, como Lindsey. En ese momento, dijo Glawe, el costo y el nivel de atención requeridos serán aún mayores, ya sea hospitalización o largas estancias en centros de tratamiento residencial.
Ese es exactamente el escenario que Sandra, la madre de Lindsey, espera evitar para su princesa.
«Para mí, como enfermera y como proveedora, eso será lo último para mi hija», dijo. «Es como si [los dirigentes estatales y locales] dejaran que la escuela y los padres se ocuparan de eso, y no les importa. Y ese es el problema. Es triste porque, si no estoy aquí…».
La voz se le cortó mientras se le salían las lágrimas.
«Ella no pidió tener autismo».
Para ayudar a familias como la de Sandra y Marjorie, los expertos afirman que todos los niveles de gobierno deben invertir en la creación de un sistema de salud mental que sea accesible para cualquiera que lo necesite.
Pero considerando que muchos estados tienen menos ingresos debido a la pandemia, existe la preocupación de que se recorten los servicios, en un momento en que la necesidad nunca había sido mayor.
Christine Herman, Side Effects Public Media; y Cory Turner, NPR; y Rhitu Chatterjee, NPR.. Este artículo forma parte de una colaboración informativa que incluye a NPR, Illinois Public Media, y Kaiser Health News.
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