La vacunación COVID-19 en adolescentes provoca cardiotoxicidad y cambios en el ECG que suscitan preocupación.
He dicho en la televisión nacional durante toda la campaña de la vacuna COVID-19 que ningún joven debería recibir la vacuna porque los riesgos superan con creces los beneficios. Chiu et al publicaron un informe en el que se registraron tanto síntomas cardíacos como cambios en el ECG tras la primera y la segunda dosis. Los resultados son alarmantes. Tras la segunda vacuna de ARNm, el 17.1 por ciento de los estudiantes declararon síntomas cardiovasculares.
La dificultad para los padres estriba en distinguir los síntomas indicativos de los efectos secundarios de la miopericarditis y la embolia pulmonar reconocidos por la FDA. Debido a la altísima tasa de efectos secundarios sintomáticos, ni siquiera el cribado con ECG será suficiente. Afortunadamente, no se produjeron efectos adversos graves en este estudio. Sin embargo, cuando se administra una vacuna cardiotóxica a millones de adolescentes, se producen cientos de miles de casos sintomáticos y la interpretación por parte de los padres y los profesionales sanitarios se convierte rápidamente en una pesadilla. Son muy preocupantes los casos en los que los síntomas se interpretan como benignos y, sin embargo, el niño está sufriendo daños cardiacos significativos y, más adelante, puede sufrir una muerte súbita cardiaca mientras duerme o practica deporte.
En resumen, la mejor manera de proteger tanto a los niños como a los padres de esta pesadilla innecesaria es rechazar la vacuna COVID-19 y eliminar así el riesgo de cardiopatía iatrogénica.
Republicado del Substack del autor
Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de The Epoch Times.
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