Bloquear la pubertad de los niños transgéneros no es ético

Por Wesley J. Smith
06 de julio de 2020 8:56 PM Actualizado: 06 de julio de 2020 8:56 PM

Opinión

Cuando era un niño pequeño, a partir de los 3 o 4 años, jugaba un juego con mi madre. Me ponía uno de sus chales en la cabeza y le decía con voz aguda: «¡Yo soy una viejecita!». Mamá me seguía la corriente, y teníamos una conversación de unos minutos sobre mi vida imaginaria como anciana.

En algún momento, probablemente a los 5 o 6 años dejé de jugar el juego por mi cuenta. Pero tengo que preguntarme: ¿Qué pasaría hoy en el mismo escenario? ¿Podría mi madre, educada con la más reciente literatura pediátrica, llegar a la conclusión de que yo podría tener disforia de género? ¿Me animaría ella a actuar como una mujer, como leímos de algunos padres, incluyendo celebridades, que lo hacen hoy en día?

Sabiendo quién era mi madre, ciertamente no. Pero vivimos en tiempos de deconstrucción en los que las normas y las verdades evidentes están bajo un ataque concentrado. Por lo que sé, una madre contemporánea, impactada por la cultura moderna, podría llevar al pequeño Wesley a un médico que le aconsejara que yo podría ser transgénero. De hecho, el doctor de hoy podría incluso alentar esa idea.

Peor aún, si me identificara como mujer, mi médico podría recomendar que mi pubertad normal se bloquee con hormonas para prevenir el desarrollo de características sexuales secundarias masculinas y masa corporal para que parezca más una mujer nacida biológicamente. Entonces si mis padres dijeran que no, en un futuro no muy lejano, el estado podría hacer que ocurriera de todos modos.

Modificar cuerpos de niños

Esto no es una especulación. Los cuerpos de los niños diagnosticados con disforia de género están siendo sustancialmente modificados por intervenciones médicas mientras aún están en sus años de formación. Por ejemplo, niñas biológicas de tan sólo 13 años que se identifican como varones han sido sometidas a mastectomías, llamadas eufemísticamente «cirugía torácica», según un artículo de JAMA Pediatrics que aprueba la práctica «basada en la necesidad individual en lugar de la edad cronológica».

Más comúnmente, los médicos despliegan la prescripción de hormonas fuertes al margen de la etiqueta, es decir, usando medicamentos para propósitos no aprobados originalmente por la FDA, para bloquear la pubertad de los niños que se identifican como del sexo opuesto, una intervención específicamente respaldada por la Academia Americana de Pediatría (AAP).

Los niños con disforia de género, que ya han entrado en la pubertad pueden recibir hormonas para que desarrollen características sexuales secundarias de la disforia de género con la que se identifican, lo que se denomina «afirmación médica», aunque la APA afirma que algunas de esas manifestaciones físicas, como el crecimiento de los senos o la profundización de la voz, «se vuelven irreversibles una vez que se desarrollan completamente».

La administración de hormonas con estos fines expone a los niños prepúberes y púberes a experimentos humanos no éticos porque no se pueden conocer las consecuencias a largo plazo para la salud de estos pacientes.

De hecho, la propia página web de la AAP afirma: «La investigación sobre los riesgos a largo plazo, en particular en términos de metabolismo óseo y fertilidad, es actualmente limitada y proporciona resultados variados».

De manera similar, la hoja informativa del Sistema Nacional de Salud del Reino Unido sobre el Tratamiento de la Disforia de Género dice: «Se sabe poco sobre los efectos secundarios a largo plazo de los bloqueadores hormonales o de la pubertad en niños con disforia de género.

«Aunque el Servicio de Desarrollo de la Identidad de Género (GIDS) advierte que este es un tratamiento físicamente reversible si se interrumpe, no se sabe cuáles pueden ser los efectos psicológicos.

«Tampoco se sabe si los bloqueadores hormonales afectan el desarrollo del cerebro adolescente o de los huesos de los niños (…) hay cierta incertidumbre sobre los riesgos del tratamiento hormonal a largo plazo de sexo cruzado».

¡Por Dios! ¡Estos son niños! ¿En qué otro contexto toleraríamos la alteración sustancial del crecimiento, maduración y desarrollo normal de un niño, con consecuencias de salud desconocidas en los años siguientes, mientras que también los expondríamos a efectos secundarios potencialmente perjudiciales como huesos debilitados y daños psicológicos? Sin una patología física que tratar, lo que no es el transgénero, no puedo imaginar que se permita.

La idea, por supuesto, es proporcionar una ayuda psicológica para estos niños, a menudo deprimidos, emocionalmente perturbados y a veces suicidas. ¿Pero qué pasa si el niño con disfunción de género tratado con hormonas se identifica más tarde con el sexo con el que nació, lo que a veces ocurre?

Los médicos pueden haber impactado negativamente toda su vida futura sin comprender plenamente las consecuencias permanentes para el desarrollo y la salud mental. Tomando en cuenta del enorme potencial de daño y de las considerables «incógnitas», los usos «extraoficiales» de estas hormonas son aún más atroces cuanto que estos niños no suelen ser lo suficientemente maduros para dar un consentimiento verdaderamente informado y los padres pueden estar sometidos a una intensa presión ideológica para que den su consentimiento.

Ideología y rabia

Los defensores de estas prácticas a menudo dicen que debemos seguir la ciencia. Pero a mí me parece algo más ideológico. Considere la rabia desproporcionada expresada a la autora de ‘Harry Potter’, J.K. Rowling, por afirmar con precisión que los niños transexuales cuya pubertad está bloqueada «están siendo puestos en un camino de medicalización de por vida que puede resultar en la pérdida de su fertilidad y/o función sexual completa».

Lo mismo ocurre con el desprecio dirigido contra el escritor de los derechos de los gays y defensor del matrimonio entre personas del mismo sexo, Andrew Sullivan, por quejarse de que el sexo, la biología objetiva con la que se nace, se ha confundido erróneamente con el género, es decir, el sexo con el que uno se identifica subjetivamente.

De hecho, la ideología transgénero ha llegado a tal extremo que se desató un escándalo en el Reino Unido cuando se reveló que los niños autistas estaban siendo presionados por los profesores para que se identificaran como transgénero.

Mientras tanto, en un artículo publicado en el influyente American Journal of Bioethics, se argumentaba que las escuelas deberían enseñar a los niños transexuales a querer estas intervenciones y también se argumentaba que el derecho de los padres a tomar las decisiones médicas de sus hijos debería suprimirse si se negaban a aceptarlas.

Todo este asunto tiene el sello de un estallido de pánico moral. Si duda de ello, trate de discutir racionalmente este tema desde una perspectiva escéptica y vea lo rápido que le gritan como un fanático «transfóbico».

La verdad es todo lo contrario. La gente como Rowling actúa por amor y por el deseo de proteger a los vulnerables, no por odio, y ciertamente sin ningún deseo de herir a estos niños que sufren. De hecho, si alguien está causando daño, son los médicos que administran intervenciones experimentales en niños sin comprender plenamente las consecuencias a largo plazo para sus pacientes.

El galardonado autor, Wesley J. Smith, es el presidente del Centro de Excepcionalismo Humano del Discovery Center y el autor de «Cultura de la Muerte: La era de la medicina ‘Do Harm'».


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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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