En 2009, China superó a Estados Unidos como principal socio comercial de Brasil, pero es probable que eso cambie con Jair Bolsonaro en el poder. El presidente electo de Brasil, un capitán retirado del ejército y legislador conservador elegido el domingo con el 55 por ciento de los votos, prometió poner fin a la actitud de brazos abiertos con Beijing.
Evidentemente al límite, el ministro de Asuntos Exteriores chino envió el lunes felicitaciones cuidadosamente formuladas: “China desarrolla relaciones con otros países bajo el principio de una sola China. Quisiéramos trabajar con Brasil para actualizar la asociación estratégica general sobre la base del respeto mutuo hacia los intereses principales de cada uno”.
El mensaje aludía a un viaje que Bolsonaro hizo en febrero a Taiwán, una provincia rebelde a los ojos de Beijing. El viaje representó la primera vez que un candidato a la presidencia de Brasil visitaba la isla desde los años 70 –cuando Brasil cortó lazos con Taiwán– y la embajada china no tuvo una buena impresión de la audaz jugada de Bolsonaro.
En vísperas de las elecciones, Bolsonaro también advirtió que “China no está comprando en Brasil: está comprando Brasil”, en una referencia a la compra de empresas en sectores energéticos estratégicos. La declaración también alertó a los diplomáticos chinos, que desde entonces se reunieron dos veces con los principales asesores de la campaña electoral para resaltar la importancia de mantener el comercio bilateral –que ascendió a 75.000 millones de dólares en 2017– para la economía brasileña en dificultades.
Las preocupaciones de Bolsonaro se basan en patrones documentados de funcionarios chinos. El 25 de octubre, uno de los principales centros de estudio de Canadá dio la voz de alarma con respecto a la “guerra política de China, [incluyendo] el soborno, los incentivos, la desinformación, la censura y la propaganda”. Michael Cole, que escribe para el Instituto Macdonald-Laurier, cree que los observadores de política exterior no prestaron la suficiente atención a China: “Ya no podemos permitirnos considerarla como un fenómeno lejano”.
Giro hacia Estados Unidos
Entre 2003 y 2016, cuando el progresista Partido de los Trabajadores (PT) gobernó Brasil, la política exterior se desplazó de Estados Unidos hacia China y Rusia del grupo BRICS.
Bolsonaro planea revertir radicalmente el curso. En reiteradas ocasiones expresó su admiración por el presidente Donald Trump. El año pasado, durante un viaje a Miami, hogar actual de miles de brasileños exiliados, saludó a la bandera estadounidense y afirmó: “Si soy elegido, pueden estar seguros de que Trump tendrá un gran aliado en el hemisferio sur”.
El sentimiento parece mutuo. El 29 de octubre, después que Trump tuiteó sobre la “excelente llamada telefónica” con Bolsonaro, el hijo del presidente electo, Eduardo, también congresista reelecto, dijo que ambos países trabajarían en estrecha colaboración contra “bolivarianos, marxistas y gramscistas” (seguidores del marxista italiano Antonio Gramsci).
En línea con las políticas de Trump, Bolsonaro prometió contrarrestar la influencia de Beijing, retirar a Brasil del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, trasladar la embajada brasileña en Israel de Tel Aviv a Jerusalén y cerrar la embajada de Palestina en Brasilia.
Como lo señalan Roberto Simon y Brian Winter en Foreign Affairs, “El poder ejecutivo de Brasil conserva casi todo el control sobre la política exterior, por lo que Bolsonaro puede actuar prácticamente sin control por parte de los legisladores en esta área. Una vez en el cargo, tendrá un fuerte incentivo para cumplir con su retórica, y la política exterior será algo fácil de resolver para la nueva administración”.
El cambio estará lejos de ser trivial para el equilibrio de poder internacional. Brasil, la octava economía más grande del mundo, se ha convertido en un líder regional con suficiente peso para influir en países cercanos y lejanos. Si el gobierno de Bolsonaro se realinea con Estados Unidos en los foros diplomáticos, podría comenzar a formar un bloque internacional para contrarrestar las estrategias a largo plazo del Partido Comunista Chino en todo el mundo.
No todo está despejado para Bolsonaro
Bolsonaro dio marcha atrás en al menos una promesa de política exterior: sacar a Brasil del Acuerdo sobre el Clima de París, como lo hizo Trump. Esto indica que su gobierno podría tener que negociar con intereses nacionales para lograr una solución intermedia.
Por ejemplo, el poderoso lobby agrícola que apoyó la candidatura de Bolsonaro son los beneficiarios directos de la demanda china de materias primas en medio de la guerra comercial de Trump. Las exportaciones de soja crecieron un 22 por ciento entre enero y septiembre en relación con el mismo período de 2017.
Su promesa de privatizar “al menos cien” empresas estatales en todos los ámbitos también puede toparse con una muralla china. Paulo Guedes, el financista formado en la Universidad de Chicago y elegido para liderar un nuevo Ministerio de Economía de amplio alcance, no quiere excepciones, lo que incluye la apertura a la inversión china.
Guedes agregó el 28 de octubre que el bloque comercial regional del Mercosur –formado por los vecinos Argentina, Uruguay, Paraguay y Venezuela (recientemente suspendida)– “no será una prioridad […] Negociaremos con el mundo […] No seremos prisioneros de relaciones ideológicas”.
Por otro lado, otras complicaciones provienen de los generales del futuro gabinete de Bolsonaro: se mantienen firmes en mantener el control sobre las empresas mineras y energéticas como Petrobras y Eletrobras por cuestiones de seguridad nacional.
Oliver Stuenkel, profesor brasileño de Relaciones Internacionales, sostiene que Bolsonaro no tiene más remedio que suavizar la retórica antichina, como lo hicieron otros candidatos en el pasado.
“La gran mayoría de los elegidos -sabe Beijing- adoptarán una postura más pragmática una vez en el cargo, dada la importancia que adquirió el comercio y la inversión china para prácticamente todos los países del mundo”, escribió para Americas Quarterly.
América Latina se prepara para el cambio
El futuro gobierno de Bolsonaro también está dispuesto a recorrer caminos alternativos con sus países vecinos. En el norte, el experimento socialista de Venezuela produjo un éxodo masivo de migrantes, que están llegando a Brasil y ejerciendo presión en las ciudades fronterizas. El hijo de Bolsonaro incluso advirtió de una intervención militar brasileña en Venezuela para “liberar a nuestros hermanos […] [del] narcodictador”.
Tal vez la noticia más sorprendente después de las elecciones, ahora con Bolsonaro en el poder, es que el gobierno del presidente colombiano Iván Duque al parecer también estaría dispuesto a apoyar la acción militar en Venezuela.
“Si Trump o Bolsonaro fueran los primeros en poner un pie en Venezuela para derrocar a Maduro, Colombia seguiría sin dudarlo”, declaró el 28 de octubre un alto funcionario del gobierno colombiano a Folha de São Paulo, el periódico más grande de Brasil.
Fergus Hodgson es el fundador y editor ejecutivo de la publicación de inteligencia latinoamericana Antigua Report. Daniel Duarte colaboró en la elaboración de este artículo.
Los puntos de vista expresados en este artículo son las opiniones del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de La Gran Época.
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