Estados Unidos está cerrando cada vez más sus puertas a los compromisos con China, sugieren los expertos.
Desde las demandas en el Senado de Estados Unidos para castigar económicamente a China por su secretismo y encubrimiento del brote de COVID-19, que ha llevado a una pandemia mundial, hasta los riesgos más estructurales de dependencia de la cadena de suministro que enfrenta Estados Unidos en su relación con China, la oposición bipartidista respecto a China puede estar en su punto más alto.
El 8 de abril, el senador Lindsey Graham (Rep.- Carolina del Sur) se unió no solo a sus aliados republicanos sino también a sus colegas demócratas para pedir que China pusiera fin a los «mercados mojados» que, según el régimen chino, fueron un caldo de cultivo que inició la transmisión de animales a humanos del virus del PCCh (Partido Comunista Chino), comúnmente conocido como el nuevo coronavirus, que causa de la enfermedad COVID-19.
Desde un punto de vista más estratégico, Graham sugiere que se reduzca el monto de la deuda a largo plazo que Estados Unidos tienen con China como un medio para aligerar parcialmente el precio financiero que Estados Unidos están pagando por la propagación del virus del PCCh.
Pero los movimientos inmediatos contra la influencia del gobierno chino en Estados Unidos son parte de un cambio estratégico más grande en la política estadounidense con respecto a China, el cual ha estado ganando terreno desde que el presidente Donald Trump asumió el cargo en 2017.
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Inquietud creciente
El general de brigada retirado de la Fuerza Aérea, Robert Spalding, que ahora es miembro del Instituto Hudson en Washington, centrado en China, Asia Oriental y la seguridad nacional, dijo a The Epoch Times que «Una creciente comprensión sobre la forma en que opera el Partido Comunista Chino se unificó entre 2014 y 2016 en el Pentágono».
Ese período de tiempo representa los dos últimos años del mandato y la administración del presidente Barack Obama. Como señaló en una entrevista con The Epoch Times John Mills, quien sirvió en un papel clave en el Departamento de Defensa (DoD) como director de política de seguridad cibernética, poco se hizo para enfrentar el problema.
«Durante los años de Obama», dijo, «hubo un montón de acusaciones y sermones hacia los chinos de parte de la administración, sobre las incursiones cibernéticas chinas en el ciberespacio confidencial de EE.UU., pero hubo una falta de voluntad ‘pasiva’ para hacer algo sustancial sobre el problema».
Eso animó al PCCh «a ser aún más aventurero», dijo Mills.
No obstante, esos fueron años fructíferos en el Pentágono para evaluar el impacto general de China en y sobre Estados Unidos, dijo Spalding.
La Oficina de Análisis de Seguridad Comercial y Económica de la Fuerza Aérea de Estados Unidos (OCEA) «luchó para considerar los desafíos planteados por China», dijo. Gradualmente, su papel se amplió para examinar todos los aspectos de la influencia de China en Estados Unidos.
OCEA «es una innovación multiservicio dirigida por la Fuerza Aérea, establecida para preservar la ventaja militar de la Fuerza Aérea y el Departamento de Defensa de Estados Unidos de los riesgos comerciales y económicos», según su sitio web.
La oficina identifica y evalúa «los riesgos geoestratégicos que desafían las acciones del DoD y amenazan con socavar los cimientos actuales del poder global, el liderazgo y la seguridad nacional de Estados Unidos». En última instancia, la OCEA «pretende informar a los dirigentes políticos del gobierno de EE.UU. de la amplia gama de opciones disponibles para contrarrestar estos riesgos».
Spalding dijo, «al final de la Guerra Fría, le quitamos los ojos de encima a China» en la comunidad de inteligencia.
Pero con el tiempo, «la comunidad de inteligencia tuvo que lidiar con más y más» asuntos relacionados con China, y tuvo que responder a ellos, dijo.
En última instancia, fue un proceso que Spalding compara con «preparar el terreno».
La creciente comprensión de las amenazas que China plantea para Estados Unidos ha llevado en última instancia a la comunidad de inteligencia a considerar a China «no solo en un contexto de campo de batalla», sino como una fuente multifacética de riesgos para la seguridad nacional de Estados Unidos, dijo Spalding.
El mandato de OCEA creció para incluir la diseminación de información sobre temas en las universidades estadounidenses, como la infiltración de laboratorios de investigación para la transferencia ilícita de nuevas tecnologías, y los Institutos Confucio establecidos para utilizar la propaganda china de suavizar la imagen de China en Estados Unidos, dijo Spalding.
La OCEA también consideró los temas de la infiltración china en la comunidad empresarial de Estados Unidos: el Programa de Mil Talentos que ha utilizado cuantiosos paquetes de pago y bonos para atraer a los principales académicos y científicos estadounidenses a laboratorios de China, llevándose a veces consigo tecnología e investigación desarrollada por subsidios públicos en Estados Unidos.
OCEA también se centró en las cadenas de suministros, un asunto de importancia crítica a medida que Estados Unidos se despierta y se da cuenta de que su suministro de productos farmacéuticos e insumos médicos depende en gran medida de la capacidad de producción —y la voluntad— de China.
Spalding dijo que el Pentágono «comenzó a considerar esta dependencia» de suministros de China en el período 2014-15.
«Nos dimos cuenta de que los militares dependían increíblemente del Partido Comunista Chino para abastecer a los militares de EE.UU.», dijo Spalding.
Ese enfoque se agudizó en 2017, mientras se desarrollaba la Estrategia de Seguridad Nacional (NSS). Spalding fue el principal arquitecto de la NSS en la Casa Blanca de la era de Trump.
El cambio de juego: Trump
Un desafío significativo ha sido «la falta de voluntad de la comunidad de inteligencia para decir en voz alta que China es un adversario». Este ha sido un «problema a largo plazo», dijo Spalding.
La nueva NSS declaró a China como «adversario» de Estados Unidos.
Trump, dijo, ha sido un «faro de luz» en este sentido. La «disposición del presidente para confrontar» a China ha sido clave para apuntalar el «desplazamiento fundamental en la comunidad de inteligencia» hacia China que ha ocurrido desde 2018.
Mills está de acuerdo con eso.
Pero sobre todo, añadió, «el presidente tiene un instinto visceral increíblemente preciso».
Normalmente, en la elaboración de políticas a este nivel, «hay un desfase de tres a cinco años con respecto a lo que es el statu quo generalmente aceptado, y la realidad», dijo Mills. Ese lapso de tiempo es potencialmente catastrófico porque ensombrece la situación tal como está sucediendo en tiempo real.
Pero, «Trump tiró al suelo el juego de ‘Go’ y los mandó a volar lejos», dijo Mills.
El juego de «Go», conocido en chino como weiqi, es un juego de mesa chino de 2500 años de antigüedad, para dos personas, de estrategia abstracta y encierro del oponente. Es considerado por muchos como un juego mucho más complejo que el ajedrez en varios niveles.
Al formular su enfoque sobre China, Trump decidió no seguir las reglas esperadas del juego, dijo Mills, y aunque los chinos han «tratado de volver a montar el juego», esa estrategia ha fracasado.
«Los ha vuelto locos», añadió Mills.
Cuando se le preguntó sobre los desafíos que enfrentó al confrontar y negar a China sus objetivos de comprometer la seguridad cibernética de EE.UU. en el Pentágono, Mills indicó que ha habido cambios radicales entre las administraciones desde principios de la década de 2000
Durante los años de George W. Bush, dijo, «se dieron cuenta de que ellos [el PCCh] estaban absorbiendo todo y formulando un plan» para utilizar la información adquirida de manera inapropiada.
Sin embargo, «desde el primer día de la administración Trump, se trató de imponer costos sustanciales y reales» a Beijing por su mal comportamiento en el cibermundo estadounidense.
«Nunca habían experimentado eso antes», dijo Mills.
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