Vivió 12 años con una cadena amarrada al cuello. Todo lo que sus ojos vieron durante ese tiempo estaba rayado por los alambres de la jaula, hasta el cielo lo tenía que ver a través de esa malla que le impedía a él y a sus compañeros policías y militares escaparse de sus torturadores.
El General Luis Herlindo Mendieta lo dice claro, él y sus compañeros de cautiverio estaban encerrados en campos de concentración inspirados en aquellos que construyeron los nazis para torturar y asesinar judíos. Las imágenes de las literas de madera corroída, donde los héroes de la patria intentaron durante años -sin resultado según cuenta el General Mendieta- conciliar el sueño, parecen sacadas de una película de la segunda guerra mundial.
Siempre estaban enfermos, siempre tenían daño de estómago. Los alimentos que les daban, casi siempre, estaban en mal estado. Tenían que soportar sus enfermedades con tarros de plástico y huecos en la tierra que hacían las veces de baño. Un «baño» que estaba justo al lado de donde dormían, porque la cadena en su cuello no los dejaba moverse más de dos miserables metros. Por eso el General dice que los olores no los dejaban ni dormir.
Sin medicinas, sin una alimentación aunque fuera básica, en unas condiciones de salubridad aterradoras, muchas veces con el agua hasta las rodillas por la recia lluvia de la selva colombiana, veían los años pasar a través de la malla de la jaula.
Hoy, los que lograron sobrevivir al experimento nazi de las FARC y fueron rescatados, ven a sus torturadores en el Congreso. El General Mendieta reconoce que le cuesta trabajo ver a los jefes de las FARC legislando. «Siguen siendo criminales de lesa humanidad», dice. Para luego recordar que muchas veces rogaron a los guerrilleros que aunque sea les aflojaran un poco la cadena del cuello para poder respirar bien o comer sin tanta incomodidad.
¿En qué país decente los autores de semejantes atrocidades hacen las leyes? Con toda razón Timochenko, líder de las FARC, decía que el acuerdo de «paz» de Colombia era único en el mundo.
He dedicado varios artículos a hablar de la intención de las FARC de reescribir la historia de Colombia, de borrar de la memoria de los Colombianos las atrocidades que cometieron. Estoy convencida de que parte fundamental de la batalla para salvar al país es recordar una y otra vez, sobre todo a los jóvenes, lo que son las FARC, lo que hicieron durante décadas y el peligro que representan.
A esa minoría bullosa que asegura que está bien tener a los peores asesinos de la historia de Colombia en el Congreso, a esos jóvenes «rebeldes» que dicen que las FARC no fueron más que una reacción a un Estado criminal, habría que sentarlos a escuchar las palabras del General Mendieta y a ver los vídeos de los campos de concentración que tenían los guerrilleros de las FARC.
Los jóvenes de hoy no recuerdan, por ejemplo, que el 24 de enero de 1994 guerrilleros de las FARC asesinaron con ametralladoras M-60 (arma que tiene una cadencia de tiro de 550 disparos por minuto) a 35 habitantes del barrio La Chinita, en Apartadó, Antioquia.
O que el 2 de mayo del 2002, en Bojayá, Chocó, las FARC tiraron una pipeta a la iglesia donde se refugiaban principalmente mujeres y niños que creyeron que los miserables guerrilleros no serían capaces de atacar una iglesia. No se sabe con exactitud cuántas personas murieron, se habla de entre 74 y 119 muertos y alrededor de 100 heridos. Después de la explosión quienes pudieron huyeron en medio del fuego, otros quedaron mutilados y heridos esperando, durante días, que llegara ayuda.
Solo después de 72 horas los guerrilleros permitieron que organismos de socorro entraran a ayudar a los heridos. El entierro de los cadáveres se hizo sin presencia de autoridades pertinentes, no hubo levantamiento oficial, porque las FARC tenían tomada la zona y no lo permitieron. Por eso ni siquiera es claro cuántos muertos hubo.
Muchos tampoco recordarán que el 28 de julio de 2007, después de llevar 5 años secuestrados, luchando por sus vidas y manteniendo la esperanza de volver con sus familias, los 11 diputados secuestrados del edificio de la Asamblea del Valle fueron asesinados en uno de los campamentos de las FARC.
En la larga lista de crímenes de las FARC está también el ataque al club El Nogal de Bogotá. En el 2003, un carro bomba con 200 kilos de explosivo C-4, destrozó tres pisos del club, los ahora congresistas mataron a 36 personas y dejaron heridas a 200.
Quienes ahora ocupan 10 sillas en el Congreso no son unos rebeldes que se equivocaron y hoy debieran tener otra oportunidad, son criminales que actuaban con increíble maldad, sistemáticamente, son la muestra de la podredumbre, de la escoria más pútrida en la que se puede convertir un ser humano.
Sus tácticas de guerra, sus artimañas para causar terror, y el sadismo de sus actuaciones -en contra incluso de miles de niños-, me dejan siempre espantada y preguntándome qué clase de fuerzas oscuras, qué clase de maldad y de demonios hay detrás del grupo criminal que hoy no solo tiene armas y territorios bajo su mando, sino que tiene poder político y legisla.
En Colombia hay más de 10 mil personas víctimas de las famosas minas antipersona que ponían los guerrilleros, y otros narcotraficantes, para cuidar sus cultivos ilícitos. Algunas de esas víctimas murieron, otras quedaron mutiladas. El 61 % de las víctimas han sido miembros de la fuerza pública y el 39 % restante, civiles. ¿Qué siente este ejército de héroes mutilados, hoy, cuando ve a sus verdugos en el Congreso?
¿Y los niños reclutados? ¿Y las niñas violadas y luego obligadas a abortar? Evidentemente no hay una cifra clara al respecto, según el informe Una guerra sin edad del CNMH, las FARC reclutaron a más de 8 mil menores de edad. Sobre los abortos que practicaban por la fuerza a las niñas y mujeres que violaban sistemáticamente, la cifra más baja está por los mil abortos.
Una vez una mujer que fue reclutada cuando era niña y que ahora tiene un hijo, producto de una de las tantas violaciones que sufrió en las FARC, me dijo: no sé cómo le voy a decir a mi hijo, cuando crezca, que los que me violaron a mí están hoy en el Congreso.
La Fiscalía calcula que hay cerca de dos mil acciones de las FARC que encajan en delitos de lesa humanidad, crímenes de guerra e infracciones al Derecho Internacional Humanitario.
Días enteros podría quedarme hablando de los crímenes de las FARC. Son muchos y muy espeluznantes. Insisto, lo que cometieron los asesinos de las FARC no fueron errores y malas decisiones, estos señores no son como Navarro Wolf, su maldad no tiene límites y siguen siendo los mismos.
El día que un periodista le pregunta a Santrich si está listo para pedir perdón a las víctimas, y el cabecilla entre burlas le responde cantando «quizás, quizás, quizás», recordé una historia que cuenta el General Mendieta. Un día le preguntaron a un guerrillero qué iba a pasar con ellos, cuál sería su futuro, y el guerrillero respondió que el comandante había mandado a decir que no se preocuparan, que él tenía arroz para darles durante ocho años.
Son los mismos, con la misma maldad, con el mismo descaro.
Los judíos no olvidan su historia, no porque sean rencorosos o «enemigos de la paz», sino porque saben que para que no se vuelva a repetir es necesario hacer justicia y recordar a diario lo que ocurrió.
Así como los judíos hacen honores a sus muertos, cuentan su historia allá donde van y tienen museos para explicar al mundo su tragedia, los colombianos deberíamos tener un museo de las víctimas de las FARC, deberíamos contarle a los jóvenes las atrocidades que durante más de 50 años cometieron los que hoy son un grupo político. Y debemos también acudir a instancias internacionales, que afuera sepan lo que ocurre en nuestro país, y que si la justicia colombiana está comprada por los guerrilleros, sea la justicia internacional la que les haga pagar por sus crímenes de lesa humanidad.
Los guerrilleros saben que lo importante no es lo que sucedió sino lo que la gente recuerda. Los colombianos no podemos permitir que sean ellos, los criminales, mutiladores, violadores, torturadores, los que escriban una historia en la que son «honorables senadores».
Este artículo fue publicado originalmente en PanAm Post.
Los puntos de vista expresados en este artículo son las opiniones del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de La Gran Época.
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