Capitalismo. ¿Cómo puede una sola palabra encender a la vez tantos elogios y críticas? ¿Cómo puede provocar, una palabra que ha sido usada prolíficamente para describir a la mayoría de las sociedades de todo el mundo, interpretaciones tan marcadamente diferentes? Tenemos que sumergirnos en la historia para responder esos interrogantes, pero la historia tiene tantos paralelos contemporáneos que prácticamente no parece que fuera el pasado.
Lo que es más, desentrañar realmente el significado del capitalismo requiere trazar un camino hacia un terreno común para grupos masivos de personas encerradas en un laberinto de conflicto que quema el corazón.
Intentaremos lo mejor posible.
Para explicar el capitalismo, necesitamos primero rastrear el término «capital». Se remonta a la Edad Media, quizá tan atrás como al año 1100 DC, donde se refería a la parte principal de un préstamo. Más tarde, se comenzó a usar para describir la riqueza o la propiedad de una persona y desde el siglo XVII, a la riqueza que se utilizaba para hacer negocios.
En cuanto a «capitalismo», el Tesoro Digitalizado del Idioma Francés data el término «capitalisme» al año 1754, y lo describe simplemente como el «estado de alguien que es rico».
La misma fuente data la palabra francesa «capitaliste» al año 1759, y describe su significado como «una persona que posee un capital, una persona rica».
No obstante, el término cambió de significado a fines del siglo XVIII durante la Revolución Francesa y con el nacimiento del comunismo.
Desde entonces, capitalismo se ha vuelto una etiqueta política usada por socialistas, comunistas y colectivistas.
En lo que probablemente sea su primer uso en tal contexto, el político socialista francés Louis Blanc, lo describió en 1850 como una «apropiación del capital de alguien mediante la exclusión de otros».
Por eso, el capitalismo no emergió como una teoría económica o sistema de gobierno. Fue una percepción de una sociedad en la cual algunas personas, especialmente los ricos, se estaban volviendo más ricos, mientras que otras, especialmente aquellas empleadas por los ricos, no.
Aquellos que usaban el término consideraban tal situación injusta y condenada al fracaso.
El éxito del capitalismo
Pero el capitalismo no fracasó. Con el advenimiento del siglo XX, el estándar de vida gradualmente mejoró no solo para los ricos sino para virtualmente todos, hasta el punto en que la mayoría de las personas en las sociedades occidentales habrían sido consideradas ricas según los estándares del siglo XIX.
Incluso globalmente, desde 1970, la fracción de la población mundial que sobrevive con un dólar o menos por día (ajustado por inflación), se ha reducido en un 80%. Así lo señala Arthur Brooks, presidente del Instituto American Enterprise, un cambio que él atribuye a la diseminación por todo el mundo del sistema de libre de empresa americano.
Por otro lado, los regímenes socialistas, comunistas y colectivistas, que han tratado de arrancar de raíz al capitalismo, han fracasado tanto cultural como económicamente, asesinando a más de 100 millones de personas en el proceso.
El capitalismo fue ampliamente aceptado en ultima instancia, como un fenómeno positivo. Permitir a la gente hacerse rica por sí misma a pesar de los muy diferentes puntos de partida, aumentó la prosperidad en general.
Aún así, al aceptar el término «capitalismo«, alguna gente, quizá sin darse cuenta, aceptó la premisa del capitalismo introducido por ideólogos radicales como Karl Marx y Pierre-Joseph Proudhon: un mundo cruel, ateo, materialista y frío, donde masas sin rostro luchan por egoístas ganancias.
¿Pero fue realmente esa clase de sociedad la que produjo la prosperidad del siglo XX?
El rol de la moralidad
En retrospectiva, los economistas identifican dos precursores del capitalismo: la protección de los derechos de propiedad y hacer cumplir los contratos. Como dijo el filósofo y comentador contemporáneo Stefan Molyneux: «Mantén tus cosas, mantén tu palabra».
¿Pero quién puede proveer estas protecciones? Los capitalistas solo pueden confiar en el poder del estado arriesgando su seguridad, porque «un gobierno que es fuerte como para proteger los derechos de propiedad y hacer cumplir los contratos es también fuerte para confiscar la riqueza de sus ciudadanos», escribió el profesor y economista de Stanford, Barry Weingast.
Las organizaciones privadas, como los sindicatos y grupos de comercio, podrían en principio ser quienes hacen cumplir los contratos, pero sólo tienen influencia sobre sus miembros.
Por eso, en última instancia, el éxito o incluso supervivencia del capitalismo depende fundamentalmente del nivel general de moralidad en la sociedad.
Muchos llamados capitalistas no se sentían identificados con los capitalistas sedientos de sangre retratados por Marx y otros. Ellos se identificaban principalmente como seres humanos, y como tales, se imponían restricciones morales, incluso si eso significaba perder algo de capital.
La mayoría de la gente no identifica nuestras sociedades como capitalistas, en el sentido de ser únicamente dirigidas por las ganancias. Ellos ayudan a la gente con discapacidad, a los ancianos y los enfermos, incluso si eso implica perder capital.
Finalmente, hubo un elemento de moralidad dentro del capitalismo moderno, que por largo tiempo pasó desapercibido o incluso burlado.
El capitalismo moderno requería negocios y ética de trabajo, como lo describió en 1905 el sociólogo alemán Max Weber en su estudio «La ética protestante y el espíritu del capitalismo».
El concepto puede sonar hoy trivial. Después de todo, algunos simpatizantes del capitalismo argumentan que el mismo regula los negocios y la ética del trabajo, ya que los trabajadores y propietarios se dan cuenta de que la ganancia requiere cierto nivel de virtud.
Pero según Weber, esa autorregulación no hubiera sido suficiente para lograr los niveles de prosperidad moderna.
Hubo cantidades de oportunidades capitalistas durante la historia, señala. Pero perseguir riqueza había sido siempre vista como un signo de avaricia: un mal necesario apenas tolerado. Aunque muchos buscaron inescrupulosamente la riqueza de todos modos, tales búsquedas no condujeron nunca a un aumento dramático en la prosperidad, como sí lo hizo el capitalismo. Y por una buena razón.
«El capitalismo no puede hacer uso del labor de aquellos que practican la doctrina del libre albedrío indisciplinado, al igual que no puede hacer uso del negociante que parece absolutamente inescrupuloso en sus tratos con otros, algo que podemos aprender de [Benjamin] Franklin», dice Weber.
Los escritos de Franklin están, de hecho, repletos de ejemplos de cómo las virtudes como la diligencia, frugalidad, honestidad e integridad conducen a la ganancia.
Pero Weber argumenta que tales valores no hubieran sido lo suficientemente fuertes para asegurar el éxito del capitalismo si no fuera por gente como Franklin que los impartiera.
Weber destaca cómo los protestantes de Estados Unidos y Europa desarrollaron una cultura en donde conducir y hacer crecer un negocio honesto era considerado un objetivo digno de hacer; aunque otros lo han criticado convincentemente de atar tal mentalidad solamente con los protestantes.
Entonces la despiadada sociedad capitalista imaginada por los comunistas resultó ser un mito. La gente no es tan cruel como para destrozar la sociedad en busca de una ganancia como lo predijeron los socialistas y comunistas.
La protección de los derechos de propiedad y el cumplimiento de los contratos, las garantías de la libertad económica que le permite a uno perseguir ganancias en un mercado libre y que muchos hoy consideran sinónimo de capitalismo, son solo una condición para una sociedad próspera y puede solo tener éxito mientras lo apoye el nivel de moralidad.
Se estima que el comunismo ha matado al menos 100 millones de personas, no obstante sus crímenes no han sido recopilados y su ideología aún persiste. La Gran Época busca exponer la historia y creencias de este movimiento, que ha sido una fuente de tiranía y destrucción desde su surgimiento. Lea toda la serie de artículos aquí.
Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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