Publicado en 1986, y todavía popular hoy en día, el bestseller de Robert Fulghum «Todo lo que realmente necesitaba saber lo aprendí en el jardín de mi niñez» destaca las lecciones de vida aprendidas en la primera infancia. Jugar limpio, no pegar a nadie, tomarse de las manos y mantenerse unidos son algunos de los principios que figuran en la lista de Fulghum.
«Tome cualquiera de estos puntos», escribió, «y adáptelo a términos sofisticados de adultos aplicándolo a su vida familiar, a su trabajo, su gobierno o su mundo, y se mantendrá verdadero, claro y firme».
Una semana a mediados de junio en la playa con algunos de mis hijos y nietos me trajo a la memoria el libro de Fulghum. Padres y hermanos adolescentes transmitían lecciones similares a los más pequeños. Sé amable con tus primos, no tomes un segundo tazón de helado hasta que todos se hayan servido y lávate la arena de los pies antes de entrar en casa eran mini lecciones de crecimiento y madurez.
Este grupo de niños de entre 3 y 8 años que correteaban por la playa y la casa, eran alumnos, sí, a los que se les enseñaba a diario la etiqueta y el comportamiento adecuados, pero ellos mismos ofrecían lecciones involuntarias a cualquiera que prestara atención. He aquí tres de esas enseñanzas que podrían beneficiarnos a todos en nuestras relaciones y en el lugar de trabajo.
Curiosidad y asombro
Este tramo de la costa de Carolina es un tesoro de dientes de tiburón; los niños encontraron docenas de ellos en la arena, así también conchas rotas que traía la marea. El deleite de los más pequeños con cada descubrimiento ─corrían hacia los adultos con esos dientes negros en forma de T entre sus manos─ esto nos llevó a algunos de nosotros a investigar en Internet, donde aprendimos que esos fósiles tenían al menos 10,000 años y que los tiburones crecen y pierden miles de dientes a lo largo de su vida.
Los preadolescentes enseñaron a los adultos a observar más de cerca el mundo que les rodeaba y a maravillarse de la riqueza que encierra.
Juego e imaginación
El fuerte oleaje de esta playa produjo pocas conchas enteras, pero las niñas más pequeñas encontraron varias con agujeros cerca de la parte superior. Pasaron un cordón de colores a través de estas conchas tan comunes y se hicieron collares. Mientras tanto, los chicos cogieron palas y cubetas y cavaron dos veces enormes agujeros en la arena, imaginándose que eran piratas enterrando un cofre de gemas o que eran soldados asediados en una trinchera.
A partir de conchas y arena ordinarias, crearon belleza y aventura. En nuestros matrimonios, amistades y trabajo podemos hacer lo mismo.
Vivir el momento
En medio del bullicio diario, un niño de 6 años se quedó completamente absorto en un libro de Babar de gran tamaño, ajeno al caos que le rodeaba. Otro día, tres de sus primos, junto con un adulto, pasaron dos horas inclinados sobre un rompecabezas, construyendo poco a poco una imagen de tres perros. Este rompecabezas de mil piezas mantuvo cautiva su concentración durante una tarde de mucho viento.
Los consejeros, los asesores de vida y algunos libros, sitios web y artículos hacen hincapié en estar plenamente presentes en determinados momentos, enfocándose en las tareas que tenemos entre manos en vez de darle vueltas al pasado o preocuparse por el futuro. Puede que nuestras obligaciones y distracciones de adultos nos impidan concentrarnos como un niño, pero la alegría que se deriva de saborear el presente tanto como sea posible aún puede ser nuestra.
Cuando nos hacemos adultos, ya hemos arrancado muchas de las malas hierbas de la infancia y la adolescencia: el ensimismamiento, las rabietas, los malos modales y todas las demás ortigas de la juventud. Pero las flores de ese jardín ─la curiosidad, la pasión por la investigación y la creatividad, el disfrutar del día─ merecen toda una vida de agua, sol y tiernos cuidados.
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