Opinión
Durante más de cuatro años, los principales medios de comunicación han permitido que no se corrija la escandalosa acusación de que Donald Trump es un supremacista blanco y partidario de los nazis. Aquellos que han hecho una cruzada olfateando y reprimiendo lo que ellos llaman «desinformación» apenas han tenido una palabra que decir contra lo que no es solo desinformación sino lo que podrían llamar una Gran Mentira.
La misma Gran Mentira fue sacada a relucir en los debates presidenciales del año pasado nada menos que por Joe Biden.
Te acuerdas de él. Él es quien también le dijo a Donald Trump en el mismo debate: «Todo el mundo sabe que eres un mentiroso».
¡Buen chiste! También durante la campaña del año pasado, Biden citó el caso de Kyle Rittenhouse, quien fue juzgado esta semana en Kenosha, Wisconsin por asesinato, como un ejemplo de la amenaza que representa para la nación el «supremacismo blanco».
Los medios de comunicación lo siguen diciendo desde entonces, aunque en su juicio han surgido ciertos hechos que, por decir lo mínimo, ponen en duda tal caracterización.
Los dos criminales convictos a quienes Rittenhouse mató cuando lo estaban agrediendo y un tercero, Gaige Grosskreutz, que tenía un arma apuntando hacia él y a quien hirió en un caso de autodefensa tan claro como podría parecer, eran todos blancos.
Entonces, ¿Cómo lo convierte eso en un supremacista blanco?
Así es cómo Grosskreutz era miembro de Antifa, o uno de sus aliados. Si asumimos que, como creo, los disturbios en Kenosha, como los de Portland, Seattle y otras partes del país, aunque aparentemente espontáneos, fueron de hecho orquestados por Antifa, una explicación fácil encaja.
La pista está en el nombre. «Antifa» (que Joe Biden afirmó durante el debate que creía que era «solo una idea») significa «antifascista». ¿Y quiénes son, entonces, los fascistas? Cualquiera que sea anti Antifa, obviamente. Especialmente la policía y aquellos que creen que la policía debe hacer cumplir la ley -que son prácticamente todos menos ellos mismos.
George Orwell reconoció hace tres cuartos de siglo que la palabra «fascista» era utilizada por la izquierda marxista para significar cualquier cosa que no les gustara. En particular, entonces como ahora, no tenía nada que ver con el fenómeno histórico del fascismo en Italia, sino que se usaba para describir indiscriminadamente a cualquiera que no estuviera de acuerdo con la receta revolucionaria de la izquierda a la hora de transformar desde sus raíces a la sociedad.
Hoy en día, la palabra puede utilizarse indistintamente no sólo con el término «supremacista blanco», «nazi» o «racista», sino, gracias a la magia de la «interseccionalidad», con «sexista», «homófobo», «transfóbico», «islamófobo», «colonialista» y, sin duda, con otros términos aún no denunciados.
¿Alguien quiere agregar a la lista la palabra «antivacunas»?
Todas estas palabras son tan insignificantes en inglés como «fascista». Solo en el léxico de la izquierda adquieren un significado común que significa: «Aquellos a los que nos oponemos».
Ésta es la lógica revolucionaria clásica. Si usted no es Antifa, también debe ser «fascista» o uno de sus cognados en constante multiplicación. Mejor suba a bordo con la izquierda si no quiere ser tildado de enemigo del pueblo y cancelado.
En la era de Joe Biden, los estadounidenses ahora somos gobernados por personas que juegan estos juegos de palabras tontos pero peligrosos en lugar de un debate genuino para establecer su derecho al poder. Además, los medios de comunicación supuestamente amantes de la «verdad» están ahí solo para validarlos.
Este es el trato con el diablo que hicieron los medios de comunicación cuando decidieron, hace cinco años, dejar de informar y analizar las noticias de manera semi-objetiva por defender abiertamente la revolución “Woke”. Si va a ser woke, debe usar el vocabulario woke y, por cierto, usarlo sin decirles a sus lectores u oyentes que ya no escribe ni habla en inglés, sino este idioma especial.
Así es como puede hacer que las personas que odian el fascismo y el supremacismo blanco odien a las personas a las que llama fascistas y supremacistas blancos, incluso si, en realidad, solo son los vecinos inofensivos de al lado que acaban de poner un cartel de «Trump» en su antejardín.
Así es también como los padres que se oponen a la enseñanza de la teoría crítica de la raza (TCR) a sus hijos en edad escolar llegaron a ser, según Tiffany Cross de MSNBC, «una buena parte de los votantes [que] están de acuerdo con la supremacía blanca».
Así es como Larry Elder llegó a ser, según Erika D. Smith de The Los Angeles Times, «la cara negra de la supremacía blanca» o Winsome Sears, el nuevo vicegobernador electo de Virginia, según el profesor Michael Eric Dyson , «un rostro negro que habla en nombre de un legado supremacista blanco».
Sea cual sea el significado de estas palabras en el lenguaje woke, son un auténtico disparate en inglés.
Así es también como Kyle Rittenhouse llegó a ser un supremacista blanco, no solo porque Joe Biden y sus partidarios en los medios lo llamaron uno antes de conocer los hechos en su caso, sino porque todavía lo están haciendo a pesar de que ahora sí conocen los hechos. Los hechos no les importan.
El pobre Rittenhouse se convirtió en un supremacista blanco de oficio, por así decirlo, cuando fue atacado por Antifa.
Antifa ataca a los fascistas.
Antifa atacó a Kyle Rittenhouse
Por tanto, Kyle Rittenhouse es un fascista. O supremacista blanco, según el gusto.
La lógica es falaz, por supuesto, tautológica en sus premisas y falsa en su conclusión, pero así es como se estableció la narrativa de los medios hegemónicos ya qué la narrativa de los medios hegemónicos nunca puede ser corregida por los meros hechos.
Como escribió el periodista independiente Glenn Greenwald: “Si dice que, después de haber visto el juicio, cree que el estado no pudo probar su culpabilidad más allá de una duda razonable sobre su derecho a la autodefensa muchos no creerán en su sinceridad, insistirán en que su punto de vista no se basa en una evaluación apolítica de la evidencia o principios legales sobre lo que el estado debe hacer para encarcelar a un ciudadano, sino que deben ser ‘partidarios’ del propio Rittenhouse, su ideología (sea lo que sea se supone que es), y el movimiento político con el que él, en sus mentes, está asociado».
En otras palabras, la cuestión de fondo de su culpabilidad o inocencia por el crimen del que fue acusado es tan irrelevante para los medios de comunicación politizados como lo es para ciertas personas de Kenosha que amenaza con nuevos disturbios y represalias contra los miembros del jurado si no llegan a la conclusión «correcta».
Si la clase dominante nunca puede equivocarse, aquellos a quienes identifican como sus enemigos nunca podrán tener razón.
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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