Cómo la pandemia de gripe española cambió el mundo

Por WALKER LARSON
01 de septiembre de 2023 2:47 PM Actualizado: 01 de septiembre de 2023 2:47 PM

La Primera Guerra Mundial no fue el acontecimiento más mortífero de la década de 1910.

Esa designación pertenece a lo que algunos llamaron «la pandemia olvidada», un brote mundial de gripe en 1918 que no sólo superó la tasa de mortalidad de la Primera Guerra Mundial, sino que incluso podría ser el acontecimiento más mortífero de la historia reciente de la humanidad.

En su libro «America’s Forgotten Pandemic: The Influenza of 1918», (La pandemia olvidada de Estados Unidos: La gripe de 1918) Alfred W. Crosby escribe: «El hecho importante y casi incomprensible de la gripe española es que mató a millones y millones de personas en un año o menos. Ninguna otra cosa —ninguna infección, ninguna guerra, ninguna hambruna— mató nunca a tantas personas en un periodo tan corto». Se calcula que entre 1918 y 1922 murieron 50 millones de personas en todo el mundo, y 675,000 sólo en Estados Unidos. Un tercio de la población mundial estaba infectada.

El titular del periódico The Sun (literalmente "Diario Independiente") reza: "La Fiebre de los Tres Días en Madrid hay 80,000 atacados. Su Majestad el Rey, Enfermo. 28 de mayo de 1918. (Dominio Público)
El titular del periódico The Sun (literalmente «Diario Independiente») reza: «La Fiebre de los Tres Días en Madrid hay 80,000 atacados. Su Majestad el Rey, Enfermo. 28 de mayo de 1918. (Dominio Público)

El primer asalto

Aunque parezca contradictorio, la gripe española de 1918 en realidad no procedía de España. Recibió este nombre porque la neutralidad de España en la Primera Guerra Mundial permitió a la prensa española informar sobre el desarrollo de la pandemia más abiertamente que los países beligerantes, que aplicaban una censura más estricta. Como España fue el primer país que informó detalladamente sobre el brote, la mayor parte del mundo lo consideró erróneamente el origen de la infección. (Los españoles, por cierto, la llamaban «gripe francesa»).

Cualquiera que fuera su origen preciso, la gripe presentaba algunas características únicas y mortales. Su primera encarnación en la primavera de 1918 fue bastante leve. La gente experimentaba los síntomas habituales de una gripe normal, como fiebre, dolor de cabeza y dolor de garganta, pero normalmente se recuperaba al cabo de unos días. En retrospectiva, esto fue un mero engaño.

Repentino y letal

La verdadera calamidad llegó al mundo con un resurgimiento de la enfermedad en agosto. Esta vez, las cosas eran peores. Mucho peores. La gripe en sí era más grave y trajo consigo otras complicaciones. Según Crosby, esta cepa de gripe tenía una propensión particular a provocar neumonía. Y fueron realmente estas complicaciones neumónicas —no necesariamente la gripe en sí— las que resultaron tan letales. Según «Pale Rider: The Spanish Flu of 1918 and How it Changed the World» (El jinete pálido: La gripe española de 1918 y cómo cambió el mundo) de Laura Spinney, la mayoría de las muertes se debieron en realidad a la neumonía bacteriana derivada de la gripe, no a la gripe en sí.

Portada de The Times (Londres), 25 de junio de 1918: "La gripe española" (Dominio público)
Portada de The Times (Londres), 25 de junio de 1918: «La gripe española» (Dominio público)

Los síntomas eran más o menos los siguientes: la enfermedad le agarraba de repente y pronto tenía problemas para respirar. Según relata Spinney, aparecían manchas de color rojo intenso en la mejilla que empezaban a extenderse y, en pocas horas, toda la cara adquiría un color caoba. En este punto, aún había esperanza. Pero si el color volvía a cambiar, su destino estaba sellado. Un tinte azulado se mezclaba con el rojo y luego se oscurecía hasta volverse negro, primero en las manos, los pies y las uñas, y luego se extendía por las extremidades hasta el abdomen y el torso. Una vez que llegaba la negrura, la muerte se cernía sobre usted. Como descubrieron los médicos al realizar las autopsias, los pulmones de las víctimas se hinchaban y se congestionaban con sangre y una espuma acuosa y rosada. Al final, la gente moría ahogada en sus propios fluidos. A veces todo el proceso duraba sólo unas horas, otras veces unos días.

Otro aspecto inusual de la enfermedad: extrañamente se cebó en jóvenes previamente sanos, matando a muchas personas de entre 20 y 40 años, incluyendo, con cierta trágica ironía, a millones de soldados y marineros de la Primera Guerra Mundial. En algunos lugares, murió tanta gente que los cadáveres no pudieron almacenarse o enterrarse adecuadamente. Anna Van Dyke, testigo presencial, recordaba en 1984 lo sucedido en Filadelfia: «Mi madre fue y afeitó a los hombres y los tendió, pensando que iban a ser enterrados, ya sabe. No quisieron enterrarlos. Habían muerto tantos que seguían metiéndolos en garajes. Ese garaje en la calle Richmond. Dios mío, tenía un par de garajes llenos de ataúdes».

Esas imágenes tan impactantes de garajes llenos de cadáveres debieron de grabarse para siempre en la memoria de los sobrevivientes, como, incluso ahora, se imprimen también en nuestras mentes, tan lejanas como estamos.

Efectos de gran alcance

Los efectos de la pandemia fueron de gran alcance en los ámbitos biológico, psicológico, científico, artístico y social.

Cartel con el lema: "La tos y los estornudos propagan enfermedades".(Dominio público)
Cartel con el lema: «La tos y los estornudos propagan enfermedades».(Dominio público)

Desde un punto de vista biológico, la población general estaba más sana tras la pandemia, como sostiene Spinney en «Caballo pálido». Esto se basaba en un aumento de las tasas de fertilidad y de la esperanza de vida en torno a 1920. Al mismo tiempo, los bebés que se enfrentaron a la gripe española mientras estaban en el útero crecerían siendo ligeramente más bajos que los demás, y también menos propensos a tener éxito académico y más probabilidades de acabar en la cárcel o sufrir enfermedades cardíacas. Además, se produjo un aumento de las enfermedades mentales y la depresión, que pudo deberse a la guerra y a la gripe en conjunto.

Socialmente, el mundo tuvo mucho a lo que adaptarse tras la pandemia. Muchas familias, por supuesto, se rompieron debido a las muertes. La gente tenía una sensación crónica de lo que Spinney llama «historias alternativas»: ¿qué podría haber pasado si sus seres queridos hubieran sobrevivido? Algunas personas —viudas, huérfanos o personas que sufrían depresión— cayeron en el olvido. Si un padre y esposo moría de gripe, su familia podía tener dificultades para mantenerse. Algunos recibieron pólizas de seguro de vida, y otros fueron beneficiarios de testamentos, entre ellos el padre y la abuela de Donald Trump, que invirtieron el dinero del testamento en propiedades, los inicios del imperio inmobiliario Trump. Los Trump no fueron los únicos en prosperar. Aunque la economía estadounidense sufrió un declive inicial en 1918, tras la pandemia se recuperó y dio lugar a los locos años veinte.

Enfermeras atienden a pacientes con gripe en salas temporales instaladas en el interior del Auditorio Municipal de Oakland, California (Dominio público).
Enfermeras atienden a pacientes con gripe en salas temporales instaladas en el interior del Auditorio Municipal de Oakland, California (Dominio público).

Después de la pandemia, el sistema médico sufrió una onda expansiva porque los médicos alternativos afirmaban tener una mayor tasa de curación y muchos empezaron a recurrir a ellos en lugar de a los médicos «convensionales». Esto condujo al crecimiento de la «medicina alternativa» en la década de 1920 y a una mayor aceptación generalizada de la importancia de la higiene, el ejercicio y la dieta. En el frente más convencional, la virología se estableció como ciencia y se crearon las primeras vacunas contra la gripe.

El arte siempre refleja algo de la época, y no fue diferente tras la gripe. Por ejemplo, la ficción de Ernest Hemingway incluye una descripción de la muerte por asfixia y ahogamiento de una víctima de la gripe en «A Natural History of the Dead» (Historia natural de los muertos), y el espectro de la gripe planea sobre su relato «A Day’s Wait» (Un día de espera) (Hemingway conoció de primera mano la gripe en Italia cuando se recuperaba de sus heridas de guerra en el Hospital de la Cruz Roja Americana de Milán).

En otro caso, Jaroslaw Iwaszkiewicz escribió un relato titulado «Las criadas de Wilko» en el que la muerte de una niña a causa de la gripe atormenta a sus cinco hermanas vivas. Sir Arthur Conan Doyle, el famoso autor de las historias de Sherlock Holmes, perdió a su hijo a causa de la gripe española y se dedicó sobre todo a intentar comunicarse con los muertos.

Podríamos especular que la gripe española contribuyó a esas experiencias de principios del siglo XX que ayudaron a lanzar el Modernismo literario y artístico, con su atmósfera más pesimista y desilusionada, y su inquieta búsqueda de formas de expresión nuevas y experimentales.

Con la conclusión de una guerra global y una de las pandemias más mortíferas de la historia, la humanidad había entrado, en su mayor parte, en un mundo más triste.


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