Cuando los trabajadores de la salud usan mascarillas quirúrgicas, hay buena evidencia de que limitan la propagación de infecciones virales respiratorias en los hospitales. Pero no hay evidencia clara de que las mascarillas quirúrgicas protejan al público de contraer o transmitir este tipo de infecciones, principalmente debido a su uso incorrecto. En el caso de las mascarillas de tela usadas por el público, el panorama es aún más sombrío.
Las mascarillas quirúrgicas están hechas de varias capas de plástico no tejido y pueden efectivamente filtrar partículas muy pequeñas, como las gotitas de SARS-CoV-2 (el virus que causa COVID-19). Las mascarillas suelen contener una capa externa impermeable y una capa interna absorbente.
Aunque las mascarillas hechas con pañuelos, camisetas u otras telas no pueden proporcionar el mismo nivel de protección y durabilidad que las mascarillas quirúrgicas, pueden bloquear algunas de las grandes gotitas exhaladas por el usuario, protegiendo así a otros de la exposición viral. Pero su capacidad para filtrar las gotas depende de su elaboración. Las mascarillas de tela de varias capas son mejores para filtrar pero son más difíciles de respirar. Y se humedecen más rápido que las mascarillas de una sola capa.
La pregunta que debemos hacernos no es tanto si las mascarillas de tela ofrecen una protección tan buena como las mascarillas quirúrgicas (sabemos que no lo hacen, y tal vez eso esté bien), sino si existen serias consecuencias no intencionadas al recomendar el uso generalizado por parte del público.
Al decidir si vale la pena introducir una medida de seguridad a gran escala, es importante equilibrar los beneficios con los posibles daños. He aquí cuatro posibles consecuencias que, a menos que se mitiguen, podrían agravar las cosas. Hombre prevenido vale por dos.
El efecto Peltzman
Primero, lo que se conoce como el efecto Peltzman sugiere que la introducción de una medida de seguridad, como los cinturones de seguridad de los coches, puede conducir a otros comportamientos de riesgo compensatorios, como el exceso de velocidad. (Si usted percibe que su auto es más seguro que lo usual, podría compensar esto conduciendo más rápido). En el contexto de COVID-19, se ha argumentado que el uso de una mascarilla puede hacer que las personas se sientan más seguras y, por lo tanto, minimizar otros comportamientos de protección que sabemos que son efectivos, como el distanciamiento social y el lavado de manos regular.
Aunque no tenemos pruebas claras de que esto esté ocurriendo durante la pandemia, unos pocos estudios realizados antes del brote encontraron que las personas tenían una peor higiene de manos cuando usaban la mascarilla.
Transmisión de la enfermedad
En segundo lugar, las mascarillas pueden actuar como una ruta de transmisión adicional o incitar a otros comportamientos que transmiten el virus, como el contacto regular con la cara. Para evitar que las mascarillas se conviertan en rutas de transmisión alternativas, es necesario que se pongan y se quiten de forma segura.
La gente se toca la cara entre 15 y 23 veces por hora en promedio. Una mascarilla que pica o que no se ajusta bien puede significar que la gente se toque los ojos, la nariz y la boca con más frecuencia. Después de tocar la mascarilla, existe el riesgo de que las manos se hayan contaminado, con lo que se corre el riesgo de que el virus se propague a otras superficies, como manijas de puertas, barandillas o mesas.
Peligro ambiental
Los investigadores del Reino Unido han calculado que si toda la población del Reino Unido comenzara a utilizar mascarillas desechables diariamente, se crearía un importante peligro ambiental, en concreto 42,000 toneladas de residuos plásticos potencialmente contaminados y no reciclables por año.
La mayoría de la gente habrá notado el aumento de la basura de mascarillas en los espacios comunitarios, lo que puede actuar como un peligro ambiental y de infección. Por lo tanto, es preferible utilizar mascarillas reutilizables en lugar de desechables.
Uso incorrecto
Para ofrecer cualquier tipo de protección, las mascarillas deben usarse correctamente y de forma consistente cuando se está en contacto con otras personas. La mayoría de los estudios realizados hasta ahora—ninguno de los cuales se llevó a cabo durante la actual pandemia—no se fijaron explícitamente en el nivel de adherencia al uso de la mascarilla. Los que sí lo hicieron informaron de una adherencia variable, que iba de «buena» a «mala».
Sin embargo, es importante señalar que cuanto más grave parezca una enfermedad y cuanto más susceptibles se sientan las personas, más probabilidades tendrán de protegerse durante una pandemia. Dado el elevado número de infecciones y muertes en todo el mundo, las personas pueden mostrar niveles de adherencia al uso de la mascarilla superiores a los típicos durante la pandemia.
Los organismos nacionales e internacionales de salud pública recomiendan ahora que los miembros del público utilicen mascarillas en lugares donde es difícil mantener el distanciamiento social, como en el transporte público. Instamos encarecidamente a los lectores a que continúen con una buena higiene de manos y distanciamiento social, sin tocarse la cara y utilizando cubiertas faciales reutilizables (en lugar de desechables), y a que las eliminen de manera segura al final de su vida útil.
Olga Perski es investigadora asociada de ciencias del comportamiento y de la salud en la UCL (University College London) en el Reino Unido y David Simons es candidato al doctorado en infecciones zoonóticas en el Royal Veterinary College en el Reino Unido. Este artículo es una reedición de The Conversation.
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