Construir matrimonios sólidos en un mundo que promueve la promiscuidad

Por Annie Holmquist
07 de abril de 2023 5:32 PM Actualizado: 07 de abril de 2023 5:46 PM

Los anuncios en las carreteras son intencionadamente llamativos y pretenden captar los dos segundos de atención de un conductor cuando pasa de camino al trabajo o a hacer un mandado. A lo largo de los años he visto algunos carteles bastante impactantes, pero el que vi el otro día mientras conducía alcanzó un nuevo nivel.

Este cartel no era impresionante por la imagen que contenía: dos cepillos de dientes en un vaso. Era impactante por su —perdonen la contradicción, pero es la mejor manera que se me ocurre de describirlo— sutil exageración. «Conserva la energía», decía, y luego «acuéstate».

Al pensar en este cartel, tuve que admitir que su mensaje no es nada nuevo. De hecho, me recuerda mucho al mensaje promovido por el Partido Comunista en los años 20 y 30, que el exespía comunista Whittaker Chambers describe de manera magistral en su autobiografía «Testigo«.

En el Partido Comunista, escribe Chambers, el matrimonio era una condición repugnante, considerada una «convección burguesa». En lugar del matrimonio tradicional, los comunistas «sancionaban y, de hecho, favorecían» algo llamado «matrimonios de fiesta», un eufemismo para lo que nuestra valla publicitaria denomina ahora vulgarmente acostarse. En otras palabras, la promiscuidad era lo normal en los ambientes maristas/comunistas de la época.

Debido a esta actitud, dos jóvenes que frecuentaban a los comunistas de Chambers, pero que no eran comunistas, fueron objeto de burlas «por su inalterable moralidad», es decir, porque no seguían el promiscuo estilo de vida comunista. Una de ellas era Esther Shemitz. Finalmente se convirtió en la esposa de Chambers, pero no sin la oposición de los miembros del Partido Comunista.

Fue una suerte para Chambers —y para todos nosotros— que el Partido no se impusiera e impidiera su matrimonio, ya que su unión resultó ser una fuente de fortaleza y aliento para las muchas pruebas a las que se enfrentaría en los años venideros. Y en las palabras que Chambers deja entrever sobre su esposa a lo largo de las 700 páginas de su libro, vemos algunos aspectos prácticos del amor y el matrimonio que cada uno de nosotros puede tomar en serio y aplicar en su propia vida.

En Esther, Chambers encontró una esposa que podía formar un hogar sin importar su entorno. Antes de casarse, Esther vivía con su compañera de piso en una casita de un barrio de vecindad de Nueva York. A pesar de que estas viviendas estaban catalogadas como «trampas para la tuberculosis», Esther y su compañera de piso eran «hábiles con las manos y habían remodelado el interior de la casita de tal manera que, cuando el fuego encendía en la chimenea del salón, parecía una acogedora granja en el centro del suburbio». Esther también hizo caso omiso de su pobreza, trabajando con diligencia y viviendo modestamente para llegar a fin de mes.

Una vez casados, Esther se convirtió en una esposa solidaria, dispuesta a seguir a su marido a donde fuera, incluso cuando ellos y sus dos hijos se vieron obligados a esconderse cuando Chambers abandonó el Partido Comunista. También se negó a abandonarlo en años posteriores, incluso cuando las tuberías del coche se congelaban, la calefacción echaba humo y lo único que podían hacer para mantener calientes a los niños era amontonar mantas y abrigos sobre ellos.

Este apoyo, sin embargo, no significaba que fuera una mujer callada que nunca expresaba su opinión. Así lo demostró cuando a Chambers le ofrecieron un puesto en la resistencia comunista en sus primeros años de matrimonio, rogándole que no aceptara el trabajo, pero prometiéndole que no «se interpondría en el camino» que él considerara correcto. También lo defendió, incluso cuando Chambers subió al estrado en el juicio de Alger Hiss, tratando de desenmascarar a los infiltrados comunistas en el gobierno de Estados Unidos.

Pero quizá el aspecto más valioso de su matrimonio, al menos a los ojos de Chambers, fue la gratitud y el respeto que su esposa le mostraba. Admitió que guardaba una carta que ella le había escrito muchos años antes y que la guardaba como un tesoro entre las páginas de su Biblia. La carta decía:

«Queridísimo amado,

Quiero decirte lo orgullosos que estamos de ti y lo mucho que te queremos. Has conseguido tanto en tan poco tiempo. Probablemente a ti no te parece tan corto, pero cuando recuerdo que hace tan solo un tiempo hacías tus viajecitos a la calle del Centro para que pudiéramos comer, me lleno de maravilla de ti y del enorme impulso que te mantenía en tu trabajo que a menudo ha sido demasiado humillante y difícil. Por supuesto, no puedo ver el cuadro completo tal como lo has vivido, pero podría adivinar agonías que nunca has expresado. A pesar de todo, has sido el más amable y dulce de los maridos y el más cariñoso y considerado de los padres».

En una época en la que los matrimonios se desmoronan y la promiscuidad está tan extendida que se promueve hasta en los aununcios publicitarios de las carreteras, la historia de amor de Whittaker y Esther Chambers debería darnos esperanza y aliento. Nos recuerda que debemos ser cónyuges que permanezcan junto a sus parejas en las buenas y en las malas, que se respeten mutuamente y expresen ese respeto mediante actos visibles de gratitud, y que se comprometan a hacer de su hogar un lugar de refugio y consuelo, independientemente de su entorno físico.

Y para aquellos solteros que piensen que encontrar una pareja tradicional y afín es imposible en este mundo nuestro tan desordenado, basta con mirar a Whittaker y Esther. Incluso en medio del campo comunista de mentalidad marxista, Chambers encontró a una mujer de mentalidad doméstica que no se doblegaba ante la promiscua sociedad que la rodeaba. Es probable que incluso en nuestra desastrosa generación, todavía haya individuos que no han doblado las rodillas ante los ídolos de este mundo y serán compañeros amorosos, fieles y sólidos en este mundo angustiado y solitario.


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