Criando pensadores independientes que busquen la verdad

¿Qué nos dicen las clases obligatorias de educación mediática en los primeros años de escolarización?

Por Annie Holmquist
06 de enero de 2023 5:06 PM Actualizado: 06 de enero de 2023 5:06 PM

Érase una vez, la infame frase de Chicken Little, «¡El cielo se está cayendo!» era el grito de alarma. Hoy, esta clásica señal de histeria está en proceso de ser pateada a la acera, sustituida por el nuevo grito de «¡Noticias falsas!».

Tan extendido está el miedo a las noticias falsas que algunos estados están tratando de imponer la enseñanza de la educación mediática en las aulas. Nueva Jersey es uno de esos estados, explica The Hechinger Report, señalando que la instrucción en educación mediática se extendería a alumnos de grados tan tempranos como el jardín de infancia, porque «los expertos dicen que muchos estadounidenses, tanto jóvenes como mayores, carecen de las habilidades necesarias para analizar críticamente la información en un mundo digital».

A primera vista, esta enseñanza parece una empresa valiosa y necesaria. ¿Por qué no tomar a los estudiantes jóvenes y enseñarles a «acceder, analizar, evaluar, crear y comunicar información» correctamente? Pero un vistazo más allá de la superficie muestra que debemos ser cautos cuando surge la idea de enseñar educación mediática, ya que tal instrucción solo puede servir para ahogar aún más la capacidad de un niño para discernir los hechos de la ficción.

El hecho de que las escuelas quieran enseñar educación mediática a los alumnos en sus primeros años de escolarización debería ser nuestra primera pista de que esa instrucción no es todo lo que parece. Dar a los alumnos una ventaja en todo, desde los deportes hasta el álgebra, es lo normal hoy en día. Pero, por desgracia, este tipo de tácticas crean una respuesta que es exactamente opuesta al conocimiento y el discernimiento que las escuelas supuestamente persiguen.

Esta cuestión la plantea el autor Carl Honoré en un libro titulado «Elogio de la lentitud: Desafiando el culto a la velocidad«. Honoré cita el trabajo de Kathy Hirsh-Pasek, profesora de psicología infantil en la Universidad Temple de Filadelfia, que estudió a dos grupos de preescolares: uno en una guardería relajada, basada en el juego, y otro en una académica. Sus conclusiones mostraron «que los niños del entorno más relajado y lento resultaban menos ansiosos, más deseosos de aprender y más capaces de pensar de forma independiente».

Teniendo en cuenta esta observación, es natural preguntarse si la educación que presiona a los niños a una edad temprana —como los cursos de educación mediática en el jardín de infancia— es probable que los convierta en irreflexivos en lugar de personas que sopesan cuidadosamente una situación y luego toman sus propias decisiones basándose en la evidencia. De ser así, no es de extrañar que el impulso de la educación mediática se produzca a una edad tan temprana, ya que el sistema educativo demostró en repetidas ocasiones que no tiene cabida para los estudiantes que piensan de forma independiente. El objetivo de la escolarización es enseñar conformidad en lugar de pensamiento independiente, señaló en una ocasión John Taylor Gatto, antiguo profesor del año en Nueva York, lo que permite a quienes ocupan puestos de autoridad «aprovechar y manipular una gran mano de obra».

Las escuelas intentan decirnos lo contrario, por supuesto, pregonando la necesidad del «pensamiento crítico» y ensalzando su compromiso con la enseñanza de esta materia en las aulas. La realidad es que las escuelas nunca hacen gran cosa por el pensamiento crítico, según nos cuenta el escritor Neil Postman en su libro «Construyendo un puente hacia el siglo XVIII: Cómo el Pasado Puede Mejorar Nuestro Futuro», citando varias razones:

«La primera es que es peligroso. Si permitiéramos, es más, alentáramos, a nuestros hijos a pensar de forma crítica, uno de los resultados sería, casi con toda seguridad, su cuestionamiento de la autoridad constituida. Podríamos incluso decir que el ‘pensamiento crítico’ trabaja para socavar la idea de la educación como recurso nacional, ya que una población libre pensadora podría rechazar los objetivos de su estado-nación y perturbar el buen funcionamiento de sus instituciones».

Es cierto que nuestros hijos necesitan saber cómo procesar las ingentes cantidades de información a las que nos somete la sociedad. Pero en lugar de imponerles cursos de educación mediática, que solo hablan de boquilla del pensamiento crítico, ¿por qué no enseñarles a ser pensadores independientes cuyo principal objetivo sea buscar la verdad?

Herramientas para buscar la verdad

Enseñar a un niño a buscar la verdad parece casi imposible, sobre todo porque hoy en día todo el mundo parece tener su propia verdad, pero hay algunos pasos sencillos que podemos seguir para navegar por la vida con discernimiento. La autora Hannah Anderson los explica en su libro «Todo lo que es bueno: Recuperar el arte perdido del discernimiento».

La primera es enseñar a los niños que «la verdad debe estar arraigada en la realidad de los hechos». Los demás examinarán nuestras opiniones, escribe Anderson, y debemos asegurarnos de que se basan en hechos accesibles a los demás para que ellos mismos puedan sopesar las pruebas y entender cómo hemos llegado a nuestras conclusiones.

La segunda es que debemos enseñar a nuestros hijos a sopesar los muchos argumentos que se amontonan a nuestro alrededor. Que una supuesta verdad provenga de una persona en la que confiamos no significa que sea cierta. Cada argumento debe probarse por sus propios méritos.

Por último, debemos enseñar a los niños a evaluar el papel que desempeñan sus emociones en la búsqueda de la verdad. No reconocer las emociones y mantenerlas bajo control nos llevará a todos por mal camino, sobre todo a la hora de elegir a nuestros líderes, escribe Anderson:

«Si no permitimos que la verdad atraviese nuestro proceso interno, corremos el riesgo de dejar que nuestros sentimientos hacia otra persona triunfen sobre la realidad de sus acciones. Las demonizaremos o nos dejaremos engañar por ellas. Nuestra aversión puede impedirnos abrazar y disfrutar de las cosas buenas que pueden ofrecernos, mientras que la lealtad incuestionable puede cegarnos ante la falsedad y dejarnos expuestos a la manipulación».

Sí, nuestros hijos son —y seguirán siendo— bombardeados con todo tipo de información e ideas. La respuesta no es oprimir sus sensores de discernimiento, como parecen hacer las clases de educación mediática, sino enseñarles a ser pensadores independientes y buscadores de la verdad.


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