Mientras Mohamed Elmasry, catedrático emérito de Ingeniería Informática de la Universidad de Waterloo, observaba a sus nietos de 11 y 10 años teclear en sus teléfonos inteligentes, se planteó una sencilla pregunta: «¿Cuánto es un tercio de nueve?».
En lugar de tomarse un momento para pensar, abrieron inmediatamente sus aplicaciones de calculadora, escribe en su libro «iMind Artificial and Real Intelligence».
Más tarde, recién llegados de unas vacaciones familiares en Cuba, les pidió que dijeran la capital de la isla. Una vez más, sus dedos se dirigieron hacia sus dispositivos, «googleando» la respuesta en lugar de recordar su experiencia reciente.
Con el 60 por ciento de la población mundial —y el 97 por ciento de los menores de 30 años— utilizando teléfonos inteligentes, la tecnología se convirtió inadvertidamente en una extensión de nuestro proceso de pensamiento.
Sin embargo, todo tiene un costo. La externalización cognitiva, que implica depender de sistemas externos para recopilar o procesar información, puede aumentar el riesgo de deterioro cognitivo.
El uso habitual del GPS (sistema de posicionamiento global), por ejemplo, se relaciona con una disminución significativa de la memoria espacial, lo que reduce la capacidad de navegar de forma independiente. A medida que las aplicaciones de IA, como ChatGPT, se convierten en una norma doméstica —el 55% de los estadounidenses declaran utilizarlas con regularidad—, estudios recientes revelaron que están provocando un deterioro de la capacidad de pensamiento crítico, dependencia, pérdida de capacidad para tomar decisiones y pereza.
Los expertos hacen hincapié en cultivar y dar prioridad a las habilidades humanas innatas que la tecnología no puede replicar.
Descuidar la inteligencia real
Refiriéndose a sus nietos y a su excesiva dependencia de la tecnología, Elmasry explica que están lejos de ser «estúpidos».
El problema es que no están utilizando su verdadera inteligencia.
Ellos, y el resto de su generación, se acostumbraron a utilizar aplicaciones y dispositivos digitales, recurriendo inconscientemente a buscadores de Internet como Google en lugar de pensar con detenimiento.
Al igual que los músculos se atrofian sin uso, nuestras capacidades cognitivas se debilitan cuando dejamos que la tecnología piense por nosotros.
Un caso revelador es el que ahora se denomina «efecto Google», o amnesia digital, como muestra un estudio de 2011 de la Universidad.
Betsy Sparrow y sus colegas de Columbia descubrieron que las personas tienden a olvidar fácilmente la información que está disponible en Internet.
Según sus conclusiones, es más probable que las personas recuerden cosas que creen que no están disponibles en Internet. También recuerdan mejor dónde encontrar información en Internet que la propia información.
En un estudio de 2021 se comprobaron los efectos de buscar en Google y se descubrió que los participantes que recurrían a motores de búsqueda como Google obtenían peores resultados en las evaluaciones de aprendizaje y el recuerdo que los que no buscaban en Internet.
El estudio también demostró que los Googlers a menudo tenían mayor confianza en que habían «dominado» el material de estudio, lo que indica una sobreestimación en el aprendizaje y la ignorancia de su déficit de aprendizaje. Su exceso de confianza podría deberse a un sesgo de «ilusión de conocimiento»: acceder a la información a través de motores de búsqueda crea una falsa sensación de pericia personal y disminuye el esfuerzo de las personas por aprender.
La dependencia excesiva de la tecnología es parte del problema, pero tenerla cerca puede ser igual de perjudicial.
Un estudio publicado en el Journal of the Association for Consumer Research descubrió que «la mera presencia» de un smartphone reducía la «capacidad cognitiva disponible», incluso si el teléfono estaba apagado o guardado en una bolsa.
Según los investigadores, este efecto de «fuga de cerebros» se produce probablemente porque la presencia de un celular afecta a nuestros recursos cognitivos, distribuyendo sutilmente nuestra atención y dificultando la concentración plena en la tarea que tenemos entre manos. El uso excesivo de la tecnología no sólo afecta nuestra cognición, sino que los médicos e investigadores también observaron que se encuentra relacionado con el deterioro de la inteligencia social, los aspectos innatos que nos hacen humanos.
Convertirse en una máquina
En Estados Unidos, los niños de 8 a 12 años suelen pasar de 4 a 6 horas al día frente a las pantallas, mientras que los adolescentes pueden llegar a pasar hasta 9 horas diarias frente a ellas. Además, el 44% de los adolescentes se sienten ansiosos y el 39% se sienten solos sin sus teléfonos.
El tiempo excesivo frente a las pantallas reduce las interacciones sociales y la inteligencia emocional, y se relaciona con síntomas similares a los del autismo.
El Dr. Jason Liu, médico y doctor en neurociencia, es investigador científico y presidente fundador del Mind-Body Science Institute International. Liu declaró a The Epoch Times que le preocupa especialmente el uso que hacen los niños de los medios digitales.
Observa irregularidades en sus pacientes jóvenes que pasan demasiado tiempo en el mundo digital: habla mecánica, falta de expresión emocional, escaso contacto visual y dificultad para establecer auténticos vínculos humanos. Muchos presentan síntomas de TDAH, responden con distanciamiento y luchan contra la fragilidad emocional.
«No debemos dejar que la tecnología sustituya nuestra naturaleza humana», afirma Liu.
Corroborando las observaciones de Liu, un estudio de JAMA realizó un seguimiento de unos 3000 adolescentes sin síntomas previos de TDAH durante 24 meses y descubrió que una mayor frecuencia de uso de los medios digitales modernos se asociaba con probabilidades significativamente mayores de desarrollar síntomas de TDAH.
Ya en 1988, los científicos introdujeron el concepto de «paradoja de Internet», un fenómeno en el que Internet, a pesar de ser una «herramienta social», conduce a comportamientos antisociales.
Observando 73 hogares durante sus primeros años en línea, los investigadores observaron que el aumento del uso de Internet se asociaba a una menor comunicación con los miembros de la familia, círculos sociales más reducidos y un aumento de la depresión y la soledad.
Sin embargo, un seguimiento de tres años reveló que la mayoría de los efectos adversos se disipaban. El investigador lo explicó mediante un modelo de «los ricos se hacen más ricos», según el cual los introvertidos experimentaban más efectos negativos de Internet, mientras que los extrovertidos, con redes sociales más fuertes, se beneficiaban más y se implicaban más en las comunidades en línea, mitigando los impactos negativos.
Manuel García-García, director global de neurociencia de Ipsos y doctor en neurociencia, declaró a The Epoch Times que las conexiones entre humanos son vitales para establecer vínculos más profundos y que, aunque las herramientas de comunicación digital facilitan la conectividad, pueden dar lugar a interacciones superficiales e impedir las señales sociales.
En apoyo de la observación de Liu de que los pacientes se convierten en «máquinas», un experimento de contagio emocional en Facebook, realizado con casi 700 mil usuarios, manipuló las noticias para mostrar más mensajes positivos o negativos. Los usuarios expuestos a contenidos más positivos publicaban más actualizaciones positivas, mientras que los que veían contenidos más negativos publicaban más actualizaciones negativas.
Esto demostró que la tecnología puede influir en el comportamiento humano de forma sutil pero sistemática. Según los expertos, este empujón puede hacer que nuestras acciones y emociones sean predecibles, similares a respuestas programadas.
El momento Eureka
«Sentado sobre tus hombros está el objeto más complicado del universo conocido», afirmó el físico teórico Michio Kaku.
Aunque las tecnologías más avanzadas, incluida la IA, puedan parecer sofisticadas, son inconmensurables con la mente humana.
«La IA es muy inteligente, pero no realmente», declaró a The Epoch Times Kathy Hirsh-Pasek, catedrática de Psicología de la Universidad de Temple y miembro de la Brookings Institution. «Es un algoritmo de máquina que es realmente bueno prediciendo la siguiente palabra. Y punto».
El cerebro humano se construye a lo largo del desarrollo y «no nos viene dado como un ordenador en una caja», afirma Hirsh-Pasek. Nuestro entorno y nuestras experiencias conforman la intrincada red de conexiones neuronales, 100,000 millones de neuronas interconectadas por 100 billones de sinapsis.
El aprendizaje humano se nutre del significado, la emoción y la interacción social. Hirsh-Pasek señala que los sistemas informáticos como la IA son indiferentes a estos elementos. Las máquinas sólo «aprenden» con los datos que reciben, optimizando el mejor resultado posible.
Una piedra angular de la inteligencia humana es la capacidad de aprender a través de nuestros sentidos, afirma Jessica Russo, psicóloga clínica, en una entrevista con The Epoch Times. Cuando interactuamos con nuestro entorno, procesamos una gran cantidad de datos de lo que vemos, oímos, probamos y tocamos.
Los sistemas de IA no pueden ir más allá de la información que se les da y, por tanto, no pueden producir nada realmente nuevo, afirma Hirsh-Pasek.
«La IA es un sintetizador exquisitamente bueno. No es un pensador exquisitamente bueno», afirma.
Los humanos, sin embargo, sí pueden.
La IA carece de las capacidades intuitivas de los humanos para comprender realmente la profundidad y autenticidad de las emociones, declaró a The Epoch Times el Dr. Sai Zuo, psiquiatra especializado en antropología médica y medicina social.
Dijo que ciertos aspectos de la inteligencia humana trascienden la comprensión actual de los científicos, sugiriendo que conceptos como la inspiración se originan en «un nivel superior del universo».
Muchos momentos eureka, inspiración espontánea sin fuente aparente, sirvieron como avances para el desarrollo de la ciencia. Mientras se bañaba, el matemático griego Arquímedes se dio cuenta de que el volumen de un objeto podía determinarse por el agua que desplazaba, lo que le llevó a gritar «¡Eureka!», un descubrimiento que estableció el principio de la flotabilidad. Mientras se tomaba un descanso, Albert Einstein imaginó un experimento mental de dos rayos, que condujo a la teoría de la relatividad especial.
Sin embargo, el ocio y la tecnología modernos obstaculizan la generación de nuevas ideas al reducir la creatividad.
Por ejemplo, en nuestro mundo continuamente estimulado, no hay espacio ni tiempo para el aburrimiento. Sin embargo, el aburrimiento aumenta la creatividad y permite pensar en soluciones novedosas.
Afortunadamente, hay formas eficaces de contrarrestar las influencias negativas de la tecnología y alimentar nuestras capacidades humanas innatas.
Recuperar la inteligencia humana
Los expertos sugieren que el ayuno de pantalla, en el que se elimina la tecnología, puede ayudar a cultivar vidas centradas e intencionadas.
Un estudio demostró que los alumnos de sexto curso que pasaron cinco días en un campamento en la naturaleza sin tecnología mostraron mejoras significativas en las señales emocionales no verbales, como la lectura de las emociones faciales, en comparación con sus compañeros que no fueron.
Incluso el establecimiento de límites razonables puede mitigar los efectos adversos.
Los adultos jóvenes cuyo uso de las redes sociales se limitó a 30 minutos al día durante dos semanas experimentaron una menor adicción a los teléfonos inteligentes y una mejora del sueño, la satisfacción vital, el estrés y las relaciones. Según Hirsh-Pasek, la clave está en el equilibrio.
Además, investigaciones recientes descubrieron que intervenciones sencillas como desactivar las notificaciones no esenciales, mantener el teléfono en silencio, desactivar Touch ID/Face ID, ocultar las aplicaciones de redes sociales y cambiar el teléfono a escala de grises ayudan a reducir el tiempo frente a la pantalla.
Si una desintoxicación digital es inviable, la investigación muestra que hay otras maneras de ayudar.
Dormir
Dormir bien es esencial para el aprendizaje y la consolidación de la memoria. Incluso una noche de déficit de sueño puede mermar significativamente la capacidad de memorizar cosas.
Durante el sueño, nuestro cerebro lleva a cabo un proceso de limpieza vital. Los productos neurotóxicos de desecho que se acumulan a lo largo del día se eliminan, lo que contribuye al funcionamiento saludable de las células cerebrales.
Espiritualidad
La tecnología digital moderna es sinónimo de estimulación sin fin, que nos separa de aspectos importantes de la vida, como una mente en paz.
Russo señaló: «Realmente no hay mucho espacio para ser espiritual cuando estamos tan ocupados haciendo». Añadió que esta cultura está plagada de distracciones: correos electrónicos incesantes, notificaciones y alertas de noticias. Esto hace que nuestros cuerpos se ahoguen en dopamina.
Esta estimulación constante nos mantiene atrapados en una respuesta de estrés exacerbada, la respuesta de «lucha o huida», que inunda nuestros sistemas de cortisol y adrenalina. Con el tiempo, esto agota nuestra mente y nuestro cuerpo, obstaculizando nuestra capacidad de pensamiento y conexión más profundos.
Según Russo, la espiritualidad consiste en redescubrir el significado de «espíritu», derivado de spiritus, la palabra latina para «aliento». Se trata de ir más despacio, respirar hondo y estar plenamente presente en cada momento.
Las prácticas espirituales fomentan conexiones significativas, como la empatía y la inteligencia emocional.
También pueden mejorar capacidades cognitivas como la creatividad, la atención, la búsqueda de sentido y el propósito. Estas prácticas involucran a nuestras mentes de maneras que difieren y potencialmente complementan la recuperación de información común en nuestro mundo tecno-céntrico.
La elección que tenemos ante nosotros
Hirsh-Pasek señaló que nos encontramos en un precipicio de avances tecnológicos, con cosas como la inteligencia artificial y el metaverso avanzando día a día. El reto y la oportunidad residen en garantizar que la tecnología mejore nuestra humanidad en lugar de mermarla.
La tecnología puede aportar enormes beneficios y en el futuro «habrá muchas, muchas cosas maravillosas», afirma Hirsh-Pasek. Sin embargo, añade que «la especie humana tiene un cerebro social: eso es lo que somos. Cuanto más minamos esa naturaleza social de la humanidad, más minamos nuestras posibilidades como especie».
Liu advierte contra la fe ciega en la tecnología digital, incluida la IA.
«Sólo conocemos una parte de la inteligencia ilimitada del universo», afirma, y una dependencia excesiva de la tecnología digital puede limitar nuestra búsqueda de un conocimiento más profundo, inexplicable e inspirado.
Los humanos poseemos un espíritu, un alma, una moral y un corazón únicos que nos conectan con lo divino. La dependencia excesiva de la tecnología amenaza con atrofiar estos aspectos de nuestro ser, afirmó.
Además, Liu señaló que, si se pierde la moral humana, enseñaremos inadvertidamente a la IA a hacer cosas malas y a utilizar la tecnología para hacer el mal.
«Por encima de todo, lo más importante es que los seres humanos se centren en su propio cultivo: la mejora de [su] naturaleza humana». Esto incluye cultivar «el amor humano, la compasión, la comprensión mutua y el perdón».
Cree que estos valores son la verdadera fuerza de la humanidad y las claves para abrir un futuro en el que la tecnología esté al servicio de nuestro destino, en lugar de controlarlo. La elección, como siempre, es nuestra.
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