Un intento desesperado de suicidio fue lo único que evitó que un defensor de derechos humanos chino sufriera torturas atroces en un hospital psiquiátrico en la megaciudad china de Shenzhen.
Jie Lijian tenía 30 años cuando, por tercera vez, fue hospitalizado a la fuerza por la policía en 2018. La detención se debió a que pedía la liberación de los trabajadores y estudiantes encarcelados que abogaban por la protección a los derechos laborales en la comunidad de Guangdong Jiashi.
El activista fue detenido durante tres días y, tras ser torturado en prisión, fue enviado a un moderno hospital de Kangning, en Shenzhen, para recibir «hospitalización y tratamiento forzados» durante 52 días. Describió el sitio como «el mayor campo de concentración del terror de Auschwitz hecho en China en el siglo XXI».
Su relato fue divulgado por SafeGuard Defenders, una organización de derechos humanos.
Jie, ahora exiliado en California, recordó que la tortura más horrenda a la que fue sometido en la prisión psiquiátrica fue el tratamiento con descargas eléctricas.
Electrochoques
El joven disidente recibió tratamiento de electrochoques (TEC) en tres ocasiones.
«Cuando se enciende la corriente, te sientes como si estuvieras muerto. Tu cerebro parece estar fijado, atado por restricciones, y tus muñecas, piernas y muñecas, estómago y cuello están fijados. En cuanto se enciende la corriente, tu cuerpo da un salto y tus ojos se abren de par en par», relató.
Antes de aplicar la descarga, el personal lo inmovilizó colocándole cinturones alrededor del cuello, el pecho, los brazos y las piernas. Sus grilletes se volvían más apretados cuanto más luchaba contra ellos. Para evitar que se muerda la lengua, le pusieron un trapo en la boca.
Su cuerpo se sacudía violentamente mientras le aplicaban dos electrodos, uno a cada lado de la cabeza. Periódicamente perdía el conocimiento.
La descarga eléctrica duró una hora: Todos los que sufrieron este tratamiento se desmayaban. “No sé cómo lo sobrellevé”, exclamó.
El personal también obligaba a todos a ver la dolorosa experiencia como método para generar intimidación, según Jie.
El activista también fue obligado a tomar entre siete y ocho tipos de medicamentos desconocidos cada día en el hospital.
La medicina lo enfermó, a veces lo mareó, y le nubló la vista, dijo Jie.
Recordó que había unas 30 personas en la misma sala, el 80 por ciento de las cuales eran peticionarios pacíficos, disidentes, practicantes de Falun Gong y cristianos.
El pabellón, recordó, tomó grandes medidas para prevenir suicidios entre los detenidos. La mayoría de los bordes ásperos de mesas y bancos, así como otras superficies duras, estaban recubiertos con un material afelpado similar a una esponja. No había cerraduras en la puerta del baño, por lo que el personal siempre podía entrar, y las lámparas eran inaccesibles debido a la altura de los techos.
“Hubiera preferido morir que seguir viviendo allí. No había manera de salir y quería morir”, dijo.
Intento de suicidio
Desesperado, el activista recurrió a un intento de suicidio rompiendo la parte superior del tanque del inodoro y cortándose las muñecas con los pedazos irregulares de la porcelana.
Pero su intento fracasó. El personal lo descubrió sangrando y, conmocionados por su acto y para evitar ser implicados, liberaron a Jie, pero lo pusieron bajo custodia policial.
Por temor a ser enviado de vuelta al campo de concentración del Partido Comunista Chino (PCCh), el disidente estaba decidido a abandonar China.
E incluso ahora, en la seguridad de Estados Unidos, la aterradora experiencia todavía lo persigue. Jie continúa teniendo problemas de salud, incluidos dolores de cabeza insoportables y temblores incontrolables.
Según SafeGuard Defenders, 99 personas estuvieron encerradas en pabellones psiquiátricos entre 2015 y 2021 en 109 hospitales de 21 provincias, municipios o regiones de China.
Algunos fueron detenidos en reiteradas ocasiones, a veces incluso más de una docena de veces, mientras que otros estuvieron detenidos durante años o incluso más de una década.
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