Demócratas y medios de comunicación siguen siendo los mejores aliados de Rusia

Por Roger Simon
22 de febrero de 2020 1:57 PM Actualizado: 22 de febrero de 2020 1:57 PM

Desde la elección de Donald Trump, o incluso antes, el Partido Demócrata, asistido o dirigido, según el caso, por los principales medios de comunicación, fue el mejor aliado nacional de los rusos.

La aversión de los demócratas y los medios por Trump es tan extremo, que es casi como si no se dieran cuenta o no les importara, pero no podría ser más obvio.

El objetivo de la inteligencia rusa, como lo fue desde la época de los zares, ha sido la de sembrar discordia a través de la desinformación entre sus adversarios. Es mucho más barato y fácil de hacer que el tedioso juego del espionaje. Solo haz que tus oponentes se odien entre sí.

Si no sabe cómo funciona esto, le aconsejo de leer «Desinformación» de Ion Pacepa, la figura de inteligencia de mayor rango que desertó del Bloque del Este.

Nadie trabaja más duro en nombre de Moscú, consciente o inconscientemente, que el representante Adam Schiff, cuyas incesantes mentiras sobre la colusión Trump-Rusia, seguidas por el absurdo e interminable episodio del impeachment, deberían convertirlo en coronel de la KGB (o del FSB, para ser más contemporáneo). En los viejos tiempos habría ganado la Orden de Lenin, otorgada en secreto, por supuesto.

La última ronda de esta interminable desinformación, como informó el New York Times (¿quién más?), es una supuesta filtración de inteligencia de que los rusos están trabajando una vez más saboteando nuestra elección, tratando de reelegir a Donald Trump esta vez.

Por alguna razón debemos creer que prefieren a Donald que a Bernie cuando fue el propio Sanders quien se fue de luna de miel a la Unión Soviética. O quizás es a Elizabeth Warren a quien le temen. Ella estuvo feroz en el último debate. Tal vez Putin no quiere que le dé lo que le hizo a Michael Bloomberg.

En realidad, es simple. No hay que ser John LeCarré o Graham Greene para ver lo que sucede aquí. Los demócratas y los medios están tan hambrientos de algo, de cualquier cosa, para llegar a Trump, que los rusos no tienen que hacer mucho de algo.

Es como hacer una carnada con un cardumen de bagres hambrientos. Un par de conversaciones por teléfono móvil o tal vez un mensaje de texto o dos en alfabeto cirílico y listo.

Putin y compañía deben estar riéndose de manera histérica. Apenas pueden creer la suerte que tienen. ¿Cuánto tiempo más puede seguir esto? (Buena pregunta). No tienen razón para frenarlo o intentar una nueva táctica mientras los demócratas cooperen.

Y sin duda lo harán. Dada la forma en que se están desarrollando las elecciones, los demócratas y sus amigos de los medios harán lo que sea para invalidarlas, gritarán la supresión de los votantes y todo eso. El FSB estará listo y dispuesto a proporcionar, por no hablar de una manada de freelancers en Novosibirsk o donde sea.

Y si creemos en el artículo del New York Times de Adam Goldman que se ha indicado arriba (¿quién sabe?), el presidente se molestará, temiendo que los demócratas exploten la situación y den a los rusos aún más oportunidades de disentir que es lo que ellos quieren.

Mi consejo a Potus, si quiere difundir el asunto y poner fin a que los demócratas sean los «mejores amigos» involuntarios de los rusos, es que se relaje y se burle de todo el asunto en lugar de quejarse.

Como algunos lectores recordarán, hace un año o más algunos cómics rusos representaron esa situación en una llamada telefónica a Adam Schiff que convirtió al congresista de California en un bufón que buscaba de manera desesperada un inexistente «kompromat» con el presidente.

Sigue siendo sin duda la mejor broma política más divertida de nuestros tiempos. Como lección de humildad, deberían representarla una y otra vez frente al Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes.

Roger L. Simon, columnista político de The Epoch Times, es también un autor premiado y un guionista nominado por el premio de la Academia. Su último libro es «La CABRA«.

 

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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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