El día de San Valentín está a la vuelta de la esquina.
Para muchas personas de entre 18 y 45 años, esta festividad puede provocar desde una gran sonrisa hasta un caso de urticaria. Algunos hombres, me temo que nunca he pertenecido a este club, se lo toman bien, planeando una cena a la luz de las velas en un restaurante de lujo o haciendo llegar una docena de rosas junto con una canción al lugar de trabajo de su amada. Me quito el sombrero ante todos los caballeros románticos.
Otros son esos hombres que ve en su supermercado local a las 5 de la tarde del 14 de febrero, con un ramo de flores en una mano y una tarjeta en la otra, evitando con vergüenza a los otros seis tipos que están en la cola de la caja con esas mismas muestras de amor. Estuve allí e hizo eso.
Y luego están los muchos hombres y mujeres que pasan el Día de San Valentín solos. Pasarán por delante de esos estantes de caramelos y tarjetas en las tiendas sabiendo que esos regalos no serán suyos. Para ellos, no hay una botella de vino tinto compartida, ni chocolates especiales, ni comidas y copas levantadas en un café del barrio. Para ellos, el Día de San Valentín no es una celebración e incluso puede ser un día de arrepentimiento y tristeza. También pasé por eso.
Tal vez sea hora de que ampliemos nuestra definición de esta antigua fiesta. Tal vez debamos volver a esas normas de los días de la escuela primaria que algunos recordamos, cuando toda la clase recibía esos corazones de caramelo en miniatura con sus tontos y cortos mensajes de amor. Tal vez podamos convertir este día en una fiesta de los afectos.
Podemos mantener los gestos especiales, las flores, las tarjetas, las notas de afecto, etc., para las personas especialmente cercanas a nosotros. Pero también podríamos tener en cuenta a otras personas a las que queremos, a quienes desempeñan un papel especial en nuestra vida, o a nuestros vecinos y conocidos que están solos, e incluirlos en este círculo de amor. Es la oportunidad perfecta para decirles lo mucho que significan para nosotros, el momento perfecto para asegurarles que son importantes en este mundo. Si no hay nada más, podemos regalarles alguna pequeña muestra de nuestro afecto en este día tan especial.
Podemos regalar flores al jefe, o éste puede dejar unos bombones en la mesa de cada empleado. Podemos meter una tarjeta de San Valentín por debajo de la puerta de nuestro vecino mayor o llevarle unas pastas a la mujer solitaria que vive en la casa de al lado. Podemos llamar a algún pariente que hayamos descuidado y desearle lo mejor.
En mi caso, pienso comprar algunas golosinas y llevárselas al personal de mi cafetería favorita y a los dependientes y cocineros de la pequeña tienda de comestibles que hay cerca de mi casa para mostrar mi agradecimiento a estas personas.
O tal vez algunos de ustedes, que son más enérgicos, deberían ir a por todas esta vez. Otro nombre para el 14 de febrero es «la fiesta de San Valentín», así que ¿por qué no hacerlo? Organice una fiesta. Invite a sus familiares, amigos y vecinos, a parejas y solteros, a jóvenes y a mayores. Traiga su propia cerveza y organice una comida para todos como parte del trato. Ponga música y juegue a algún juego absurdo. Aunque solo sea por eso, estas fiestas proclaman al mundo que la vida es dulce y que todavía vale la pena celebrarla.
Es mejor que quedarse solo en casa viendo «Sleepless in Seattle» por enésima vez.
El Día de San Valentín es un día para regalos a veces ñoños y sentimientos a veces descuidados. Ahora mismo, después de los dos últimos años de la pandemia del COVID-19 y otros desastres, quizá esos regalos ñoños y esos sentimientos descuidados sean las verdaderas inyecciones de energía que necesitamos los estadounidenses este 14 de febrero.
Un último punto a tener en cuenta, no solo para los enamorados, sino para todos: padres, amigos, todos:
«Las rosas están bien, y el chocolate también,
pero el mejor regalo de San Valentín eres tú».
Celebrémoslo conectando con los que nos rodean.
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